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Ed. Paidós, año 1999. Tamaño 22 x 15,5 cm. Traducción de Ofelia Castillo. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 182

Estaba yo en Eliat, Israel, y me disponía a bucear en el hermoso Mar Rojo, cuando se me ocurrió preguntarle a un habitante de la zona si era peligroso nadar en aquellas aguas. El me dijo que no había peligro, salvo por el coral venenoso -que yo no podía tocar- y, por supuesto, las barracudas.

-¿Me atacarán las barracudas? -pregunté
-Sólo si usted las asusta -respondió el israelí
-¿Y qué las asustaría? -insistí
-Que usted demuestre su pánico -me contestó, con una sonrisa. Llegué entonces a la conclusión de que la única manera de bucear en el Mar Rojo sería controlar el terror en caso de que se me acercase una barracuda.

Y fue eso lo que exactamente sucedió. Una barracuda se acercó a mí hasta tocar levemente mi máscara. Paralizado de terror, traté de sonreír interiormente mientras pensaba: «¿Cuál es la manera no verbal de demostrarle a una barracuda que uno no está asustado? Y si uno consigue transmitir esa despreocupación, ¿la barracuda no la considerará insultante?» Traté de distraerme, dentro de mi estado de pánico, volviendo obsesivamente sobre esos interrogantes; y debo aclarar, con toda franqueza, que me parece que a la barracuda le resulté simplemente aburrido. Sea cual fuere la razón, el enorme pez se alejó.

Tuve muchas razones para darle a este libro el título que tiene. En primer lugar, yo ya había utilizado a la barracuda como metáfora en algunas conferencias y talleres de formación psicoterapéutica y los terapeutas parecen entender la metáfora y gustar de ella. Creo que se dan cuenta del potencial riesgo letal que el trabajo con algunas de estas familias implica para la salud y el bienestar general del terapeuta. Mucho se ha escrito sobre estas familias y muy poco sobre el peligro de tratarlas. Uno de los objetivos de este libro consiste en ayudar al terapeuta a modificar estas familias sin perecer y manteniéndose vivo como terapeuta.

Es importante señalar que la potencial peligrosidad y la ferocidad de estas familias tiene que ver más con la fusión que con la resistencia. Constantemente veo terapeutas luchar con el terror de la familia ante lo que puede sucederles (como familia) si uno de sus miembros se separa y se independiza emocionalmente. Desde luego, es más fácil independizarse emocionalmente de algunas familias que de otras. Cuando los terapeutas eligen tratar a estas familias menos «generosas» respecto de la separación y de la diferenciación, invariablemente experimentarán lo que Murray Bowen (1978) ha descrito -informal y respetuosamente- como «la fusión levantando su horrible cabeza». Es la ira, el terror, la ansiedad, el pánico -la intensa emotividad que estas separaciones emocionales conllevan- lo que dificulta la terapia.

Además, para las personas que disfrutan de la pesca como deporte hay otra metáfora implícita en el título. La pesca es un deporte básicamente tranquilo, relajante y pacífico, que requiere reflexión y paciencia. Para mí, lo que hay de interesante en ella es la extrema y súbita polaridad: el paso de un estado de calma y serenidad a la lucha violenta que se produce cuando un pez muerde el anzuelo. Al igual que el trabajo con familias, la pesca puede ser una experiencia de cambios rápidos y dramáticos.

Pescar barracudas implica también una lucha entre el pez y el pescador. La barracuda es rápida, lista, peligrosa y «experta» en ser barracuda. El pescador debe ser experimentado y diestro y la confrontación entre ambos es prácticamente cuerpo a cuerpo. Otro de los objetivos de este libro es compartir con los pescadores que se interesen por las barracudas algunos pensamientos y técnicas que tal vez puedan aumentar su eficiencia.

He estado haciendo terapia sistémica breve durante los últimos diez años. En realidad, no sabría cómo hacer un tratamiento largo. Mi formación comenzó en el Proyecto de Terapia Breve del Instituto Ackerman en 1975, y desde entonces continué haciendo terapia breve, tanto en el Instituto como en la práctica privada.

Mi actitud hacia la psicoterapia y hacia mí mismo como terapeuta es considerar que lo que hago se asemeja a un servicio de emergencia para automovilistas en una ruta. Doy por sentado que los individuos y las familias inician un tratamiento porque se han quedado atascados en la ruta. Trataron de resolver sus problemas por sí mismos y no pudieron hacerlo. También se encuentran algo desanimados porque las soluciones que intentaron fracasaron. Mi trabajo consiste en logar que reinicien la marcha lo más rápidamente posible. Como les digo a mis pacientes: yo no hago reparaciones, revisaciones ni composturas; me limito a hacer lo necesario para que el coche vuelva a marchar. Si después los pacientes quieren algo más, los derivo a especialistas que sí hacen revisaciones y reparaciones. De vez en cuando yo también las hago, cuando me solicitan que inicie una terapia y yo acepto, pero mi actitud básica como terapeuta consiste en sacar a la gente de la terapia lo antes posible.

Esta decisión mía se basa, en parte, en que considero a las personas en general bastante capaces de resolver sus propios problemas. Lo que sucede con frecuencia es que se atascan en su propia emotividad o en la fusión con sus propios sistemas familiares e intentan infructuosamente resolver sus problemas utilizando soluciones de primer orden. A menudo la solución para determinado problema consiste en conversar con alguien que esté fuera o más allá de la emotividad o la fusión de un sistema. Una persona suficientemente capacitada, que esté más allá del sistema, puede idear una solución de segundo orden para el problema. Una vez que se ha intentado esta solución de segundo orden y la familia o el paciente «arrancan», el automóvil puede volver a la ruta y desempeñarse muy bien.

Lo que encuentro interesante -mientras sigo aprendiendo a hacer psicoterapia- es que con frecuencia hay un solo enigma; y cuando mi hipótesis es correcta y el ritual que he ideado para resolver el enigma se cumple, los cambios se producen rápidamente. Y muchas veces, descubierto el enigma o resuelto el rompecabezas, la persona o la familia pueden seguir adelante sin demasiada ayuda. Si desean continuar la terapia, pueden hacerla; pero eso es muy diferente de resolver el enigma en el momento preciso.

Lo que más me gusta de la terapia es la parte de la resolución del problema, es decir, descubrir el enigma o armar el rompecabezas. Esa actividad intelectual alimenta mi interés por la terapia, y para que siga interesándome necesito descubrir maneras cada vez más breves y eficaces de resolver problemas.

A veces mis familias preguntan: «¿Terapia breve? ¡Qué quiere decir ‘breve’?» «Que dura menos tiempo que la usual», contesto. «Está bien, pero ¿cuál es el tiempo usual?» «Eso depende de la intensidad de su deseo de cambiar, y de la dedicación que ponga en las tareas que le serán asignadas», suelo responder. Una de las mejores cosas de la terapia sistémica breve es que los pacientes no pueden engañarlo a uno respecto de la intensidad de su deseo de cambiar. Si dicen que quieren cambiar y yo les asigno obligaciones, tareas y rituales, y ellos andan con vueltas y no los cumplen, yo pueo argumentar que su deseo de cambiar no es «tan grande» (o que los «deberes» indicados no fueron los más adecuados). Un paciente, panadero, acostumbraba decir: «Lo mejor de trabajar en cosas concretas (como cumplir con tareas y rituales) es que disminuye las tonterías: o uno hace algo o no lo hace. O una sabe cómo fabricar una buena medialuna, o no lo sabe».

Suelo recordar con orgullo el caso más breve que tuve. Nunca vi a la familia; sólo le indiqué la realización de un ritual, y esto por teléfono. Desde luego, no cobré. Para mí ése es el mejor trabajo que hice en mi vida y espero tener más oportunidades de trabajar de ese modo. Por supuesto, no es una manera de ganarse la vida, pero sin duda es una manera de seguir vivo.

Otra razón para escribir este libro es el punto de mi ciclo vital y profesional en que me encuentro actualmente. Llegar a ser un terapeuta de familias y especializarme en tratar familias resistentes fue un intento de m i parte por comprender mi propia situación y diferenciarme de mi familia. Mi relación con mi familia nuclear y mi familia extensa es bastante diferente hoy de lo que era hace diez años; en consecuencia, mi interés por la terapia familiar ha cambiado. Aprendí mucho, y este libro pretende transmitir algunas de las cosas que llegué a saber sobre la resistencia y sobre el cambio.

Ahora me intereso menos por las barracudas, es decir por los esquizofrénicos crónicos o las familias resistentes que han derrotado a otros profesionales. En primer lugar, me he vuelto menos tolerante (desde mi punto de vista) con la crueldad que estas familias despliegan. Y en segundo lugar, sucede que cuando uno ha dado muerte a unos cuantos dragones, éstos dejan de ser peligrosos y terroríficos y, por lo tanto, interesantes. lo que actualmente me atrae es escribir un manual sobre la pesca de la barracuda y de otros peces y preparar videotapes didácticos sobre el proceso de provocar cambios en parejas o familias. Además, escribo habitualmente sobre rituales terapéuticos utilizados en terapia individual y de familias.

Probablemente seguiré siendo un terapeuta de familias, porque las familias me gustan y también me gusta resolver problemas. lo que cambiará será el nivel de sordidez y crueldad de las familias más difíciles, con las cuales soy ahora menos tolerante, debido a que soy también menos tolerante con estas cualidades en mi propia familia. Espero que esta nueva intolerancia sea un paso más hacia un crecimiento emocional, una menor necesidad de complacer a los otros y una reacción menos competitiva frente a los desafíos que estas familias difíciles plantean.

INDICE
Prólogo
Prefacio
1- Selección de las familias resistentes
2- Captar familias
3- Formulación de hipótesis clínicas
4- Uso y abuso de los equipos
5- Víctimas, asesinos, francotiradores
6- Algunos rituales y metáforas favoritos
7- Mantenerse a flote en aguas peligrosas
8- Sobrevivir como terapeuta
Referencias bibliográficas