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Ed. Anagrama (Colección Panorama de Narrativas), Barcelona, año 2010. Tamaño 22 x 14 cm. Traducción de Antonio Prometeo-Moya. Estado: Excelente. Cantidad de páginas: 250

NocturnosEl ambiente de este libro recuerda los discos de vinilo, los ritmos melodiosos, el trato pausado entre las personas. Nos introduce en un mundo reminiscente de ambientes anticuados, con personajes que visten elegantes ropas de ayer, cuando el hombre llevaba smoking blanco, fumaba cigarrillos rubios y una bella mujer con traje largo de espléndido escote lo acompañaba al restaurante con altas luces y espejos, donde camareros con frac les servían delicados manjares .

Hablamos del tiempo ido de los años 50, la gran nostalgia, cuya sede pseudo oficial fue Venecia. Allí, los anglosajones con dinero, particularmente los norteamericanos, llegaban para experimentar Europa y encontrarse consigo mismos.

El escritor japonés nacionalizado inglés Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), reconocido novelista y aficionado guitarrista, escribe en este volumen cinco cuentos largos. El primero, “El cantante melancólico”, narra cómo un joven guitarrista y Tony Gardner, un célebre cantante a lo Bing Crosby o Frank Sinatra, entablan amistad. El famoso acaba contratando al principiante para dar una serenata a su esposa desde una góndola, pero la ocasión resulta especialmente triste, pues la estrella se ve obligada a divorciarse ya que el negocio del entretenimiento, el show business, le exige que se empareje con una mujer más joven. A la vez, la madre del joven artista había sido una loca aficionada a las canciones de Gardner, cuya voz conseguía hacerla olvidar una vida esclava de trabajo manual e infelicidad.

En “Nocturno”, un saxofonista talentoso pero espantosamente feo termina por aceptar la cirugía plástica con la esperanza de que su imagen mejorada ayude en su carrera. Tras la operación, conoce a una paciente, una mujer ya madura, que resulta ser la señora Gardner, la esposa descartada en el primer cuento, que se reestablece también de la cirugía en el mismo hotel.

“Violonchelistas” presenta a un grupo de músicos que toca por tercera vez el tema de El Padrino, de Coppola, “a los turistas sentados en una piazza”, cuando pasa por allí el joven violonchelista húngaro Tibor. Los rutinarios músicos lo adoptan y lo ayudan a conseguir un contrato para tocar en el comedor de un hotel en Ámsterdam. Sin embargo, el muchacho, que había recibido una buena educación musical, se muestra reticente. Su orgullo y ambición se ven además fomentados por una norteamericana de 40 años, Eloise McCormack, que tras una audición le asegura que su talento es extraordinario, ofreciéndose como maestra. Tibor acude desde entonces a su hotel. La frustración y la poderosa ambición de ambos, uno de los temas centrales del libro, muestra cómo el sentimiento, el anhelo, puede engañarnos, y dirigirnos hacia un futuro donde carecemos de posibilidades. Tibor terminará por aceptar el contrato del hotel en Ámsterdam.

El conjunto se presenta construido al detalle: cada cuento desempeña una función en el universo total, incluso el último cuento supone una inversión del primero. En éste Tony Gardner deja a su mujer por una joven, mientras en el último el artista se ve abandonado por la mujer, que huye con un rico anciano de Oregón. El cantante, los músicos, interpretan esos números dulzones, pegadizos, en los cuales se evocan las emociones del ayer, clavadas en un presente doloroso, donde el éxito se perdió ya en la juventud. Nostalgia melosa con sabor ácido. Todo vuelve, los vinilos también.

Sobre el autor
Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) Escritor británico de origen japonés. A partir de los seis años de edad vivió en Inglaterra, donde recibió una formación académica absolutamente occidental, desde la educación primaria hasta los estudios superiores, que cursó en la Universidad de Kent. Posteriormente se doctoró en Escritura creativa por la Universidad de East Anglia, donde recibió una marcada influencia del novelista Malcolm Bradbury, quien había fundado e impartido dichos cursos doctorales.

Kazuo Ishiguro comenzó a darse a conocer en los círculos literarios del Reino Unido a comienzos de la década de los ochenta, aunque previamente ya había conseguido que le publicaran algunos artículos y relatos en varias revistas literarias.

En 1982 dio a la imprenta su primera narración extensa, una novela titulada Pálida luz en las colinas, cuya acogida fue tan calurosa que recibió el prestigioso premio «Winifred Holtby». Su siguiente novela, Un artista del mundo flotante (1986), se hizo acreedora de otro no menos importante galardón, el premio «Whitbread» de Literatura.

Con estas dos tarjetas de presentación, no resulta extraño que su tercera novela, titulada Los restos del día (1989), fuera recibida con grandes elogios por parte de la crítica y los lectores ingleses. Esta novela -que reportó al joven Ishiguro otro de los galardones más anhelados en los cenáculos literarios del Reino Unido, el «Booker Prize»- constituye una lúcida y amarga reflexión acerca de la vacuidad y esterilidad de tantas vidas humanas, reflejadas en la narración de un típico mayordomo inglés que, en primera persona, va recordando los distintos pormenores que han jalonado su experiencia laboral, para acabar constatando cómo ha malgastado su vida de forma estúpida y -lo que es peor- irrecuperable.

Los restos del día (que, ante la magnífica recepción obtenida, fue llevada a la gran pantalla por el director norteamericano James Ivory en 1993, bajo el título de Lo que queda del día), es a la vez una terrible historia de amor y una sobrecogedora visión de la impotencia que siente un ser humano cuando alcanza a comprender que ha renunciado a su vida a cambio de haber cumplido con lo que creía que era su deber. El éxito de esta novela (que, en su versión cinematográfica, se vio respaldado por las geniales interpretaciones de Anthony Hopkins y Emma Thompson), radica no sólo en su extraordinaria presentación de unos personajes típicamente ingleses, sino también en su minuciosa reconstrucción histórica de los acontecimientos posteriores a la II Guerra Mundial.

A pesar del éxito que había alcanzado con Los restos del día, Kazuo Ishiguro imprimió a su trayectoria literaria un valeroso cambio de rumbo con la publicación de su siguiente novela, titulada El desconsolado (1995). En efecto, en esta nueva entrega narrativa apostó por el relato introspectivo de una larga pesadilla interior, donde el débil hilo argumental apenas basta para sostener una historia en la que no interesa la acumulación de hechos, sino un fondo de opresión existencial, a medio camino entre el surrealismo y la ficción kafkiana.

La escasa acción de El desconsolado -localizada en un lugar de Europa que, por su valor representativo de toda una forma de vivir y de pensar, queda sin determinar- presenta la alucinante y angustiosa peripecia de un pianista que interpreta un concierto que nunca llega a escucharse, en medio de las visiones y conversaciones fragmentarias de las personas que lo rodean.

En su quinta novela, Cuando fuimos huérfanos (2001), Ishiguro retomó el camino de la nostalgia, una de sus obsesiones narrativas favoritas, para marcar la evolución de sus personajes. En esta ocasión, la trama -situada en Shangai y en el periodo de entreguerras- corre de la mano de un célebre detective londinense que trata de resolver un misterio que le atormenta desde la infancia, la desaparición de sus padres. En 2005 publicó Nunca me abandones, cuya acción transcurre en un internado donde son educados unos jóvenes que son «recambios» clónicos.