Precio y stock a confirmar
DVD Original usado
Estado: Excelente
Origen: Argentina
Color
Formato: Widescreen
Idioma: Castellano / Inglés
Subtítulos: Castellano
Director: Pablo Trapero
Actores: Guillermo Pfening, Federico Esquerro, Martina Gusman, Tomás Lipán, Victoria Vescio, Nilda Raggi

Nacido y criado, dijo Trapero en algún lugar, es como se llaman a sí mismos los habitantes de Turbio Viejo, esa suerte de pueblo fantasma en donde sucede gran parte del filme. Turbio Viejo era lo que luego fue Río Turbio, que ahora está a varios kilómetros. Pueblo olvidado, memoria desplazada, poblada a su vez no por “nacidos y criados”, sino por exiliados; purgatorio de almas perdidas.

Unas fotografías familiares, el paraíso a perderse, el color blanco omnipresente, el tema que será el leit motif (“Sangre”, de Palo Pandolfo), un anuncio de lo que vendrá. Santiago es un joven profesional en ascenso, con una vida llena de aspectos felices, de su mujer Mili (mujer, socia, compañera) a su hija Josefina. Esas primeras imágenes también lo muestran buscando artefactos en desuso, rotos o averiados, a ser reparados y reciclados. Trapero anuncia el resto de su film en estas primeras pistas. Todo tan difícil de conseguir, tanto más fácil de perder.

Un accidente. Gritos. Un auto que se incendia. Apagón. Gritos que no reciben respuesta. Fundido a blanco.

Más blanco, nieve, paisaje andino. Una vista aérea, seguida de un travelling terrestre. Son los caminos que llegan a Turbio Viejo. Hemos llegado al purgatorio.

La luminosidad de Buenos Aires es reemplazada por los altos contrastes. Turbio Viejo pasa velozmente del sol a la lluvia y la nieve, y, sin embargo, el tiempo parece no pasar. Estar ahí es, precisamente, como estar varado en ningún lugar.

Santiago ahora trabaja de las pocas changas que el pueblo permite, andando siempre junto al Cacique y, sobre todo, Roberto. Día tras día, todo siempre igual. Todo blanco. Por las noches, sin embargo, en la oscuridad, imágenes que no vemos inundan a Santiago. Por más que se haya exiliado al lugar del olvido para olvidarse a sí mismo, no tiene descanso. En el brillo enceguecedor del blanco, la memoria se calma, la negrura nocturna, trae consigo las pesadillas. Blanco y negro, alto contraste, división cromática, así como el propio cuerpo de Santiago, marcado por el accidente, dividido en dos. Por más lejos que se vaya un hombre, los recuerdos y las culpas viajan con él.

Por eso, no es extraño que esa realidad se vaya apoderando también de los días. Hasta el final, no sabemos con certeza cuál ha sido el resultado del accidente. Lo intuimos, pero las pistas son incompletas. Es tal la focalización sobre Santiago, y tal su culpa, que su percepción del mundo, al ocuparse de ese pasado reprimido, aparece difusa. La culpa ha llevado a Santiago a irse (literal y metafóricamente), pero no sabemos si es capaz de volver.

Como “El Aura”, de Bielinsky, o “El dulce porvenir”, de Atom Egoyan (con la que incluso comparte un parecido en el afiche), “Nacido y Criado” pone al paisaje como un protagonista más (donde la mano de Guillermo Nieto en la fotografía deja nuevamente su firma). A la nieve se suma el bosque, espacio iniciático; uno se pierde en el bosque para encontrarse con lo desconocido, para Santiago es volver encontrarse a sí mismo. Es su propio trayecto iniciático; no hay redención, sino el comienzo de otro camino.

Trapero se detiene en los pequeños y repetitivos detalles de la existencia de sus personajes. Pero lo que puede parecer lento es, en realidad, un increscendo en la tensión. Esa exasperación es la del propio espacio, ¿cómo se vive en la nada?

Si algo ha caracterizado a Trapero es un mayor dominio de la imagen que del guión, y en este, de la estructura que de los diálogos. Esto se evidencia en algunos textos que pueden aparecer como “de más”, o en la resolución un poco forzada llegando al final. Como contrapunto a este aspecto, la fuerza visual y expresiva de cada plano compensa la otra falta, comunica lo que el texto parecería no alcanzar. Hay una búsqueda de precisión en los tiempos que cada plano es mantenido y sustituido, en la velocidad de cada paneo o travelling, en la presencia o ausencia de sonido.

También acá está la presencia de la familia. Santiago termina rodeado de espejos de sí mismo; padres e hijos, quienes pierden y duelan, quienes reciben (con las figuras femeninas ausentes visualmente, como la propia Mili, negada en la memoria aun más que Jose). Festejo y muerte, principio y fin. Film circular en este sentido. Santiago es como aquellos objetos viejos y rotos del inicio, esperando el momento de ser reparados. Turbio Viejo es como el depósito que recorría el protagonista. Sólo en el final, y quizás tampoco ahí (porque Trapero elige dejar abierto ese lugar), es posible saber si Santiago es capaz de encontrarse.

El pausado devenir del film no implica calma, sino lenta tensión. La amplitud patagónica se contrapone con los claustrofóbicos ambientes interiores. La inclemencia del frío al ahogo del hacinamiento. “Nacido y Criado”, es argumento, pero también, sobre todo, clima, atmósfera. La densa sensorialidad audiovisual del film es complementada por un grupo de actores que, al margen de alguna sobreactuación, dan humanidad a sus personajes y se manejan con soltura delante de la cámara. El costumbrismo es acá utilizado como herramienta y no como fin: los personajes se muestran, sus detalles los describen, pero sin hacer que su pintoresquismo se imponga y sirviendo a un objetivo del guión que los excede.

Es curioso el salto de “Familia Rodante”, un film más simpático luego de la dura “El Bonaerense”, a una película de tintes tan viscerales como “Nacido y Criado”. No sólo la construcción precisa de la obra, sino las preguntas que se realiza sobre la pérdida y cómo volver de ella. En teatro, los personajes de Daniel Veronese permanecen varados en el momento de la pérdida, no pueden continuar. En “El dulce porvenir”, como en todos sus films, los personajes de Atom Egoyan sólo consiguen seguir adelante precisamente a partir de la memoria, de aceptar el recuerdo como parte constituyente. Trapero seguiría esta línea, pero mientras que Egoyan en sus finales muestra un principio de sosiego para sus vástagos, para Santiago sólo existe un inicio sin destino preciso. Es por eso que es posible experimentar bronca, porque el dolor no se acaba, no recibe clausura en el relato; porque el relato no puede darla, sino la experiencia, y esta se encuentra fuera del film.