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Edición de la Federación de Círculos Católicos de Obreros, año 1972. Tamaño 20,5 x 14,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 322

memorias-del-padre-grote313Permítame el lector explicar algunos detalles de este libro que quizá puedan causarle extrañeza.

Lo primero que habrá de saltarle a la vista es que haya puesto en labios del mismo Padre Grote la narración de la mayor parte de su vida. Si me he decidido a adoptar este procedimiento ha sido por aprovechar más eficazmente un buen fragmento de su diario íntimo que abarca 16 de los más fecundos años de su existencia, amén de varios preciosos documentos en los que consignó móviles y circunstancias interesantes de sus empresas.

Conocí a mi biografiado cuando había él rebasado ampliamente los 80 años. Sabido es que a esa edad el hombre vive de recuerdos. Aun resuena en mis oídos el eco de sus interminables narraciones acerca de mil episodios acaecidos en su juventud y edad madura. Para mí, dar forma a esos recuerdos es imaginar la figura del anciano que los refería, y evocar la emoción, salpicada de toques humorísticos, con que los narraba. Eso me ayuda a recomponer e hilvanar los hechos dislocados que le oí contar, sin que por ello pierda veracidad la historia.

A pesar de sus años, él, que siempre había sido duro, vivía en irreconciliable rebeldía contra su propia ancianidad, y contra muchas otras cosas, entre las puramente humanas, que aun le rodeaban. Conocí, pues, sus filias y sus fobias, como pueden conocerse las virtudes y los defectos de una persona con quien se vive en la estrecha intimidad del mismo hogar. Aun más: tuve que aguantar, como cualquiera, chaparrones acompañados de truenos y centellas, al recaer la conversación de tarde en tarde sobre asuntos en que disentíamos. Pero eran tormentas de verano que pasaban al minuto, y en seguida su rostro surcado de profundas arrugas volvía a iluminarse con su peculiar ancha sonrisa de felicidad.

A los recuerdos de sus charlas únense en mi narración los de otros cohermanos que trataron con él durante largos años, especialmente los Padres Emilio Viscontini, José Mandy y Don Antonio Solari. Ellos, las consultas de las crónicas domésticas, y una discreta bibliografía, me han proporcionado los materiales con que he tratado de reconstruir la vida de este incansable apóstol.

Veo esa vida enmarcada en el escenario de lugares y acontecimientos en medio de los cuales se desarrolló. Si doy tanto espacio a la perspectiva, es porque creo que sin ella no puede lograrse una cabal y definida visión de la figura central, y además, porque la vida de un hombre no puede concebirse aislada. Son el ambiente, los sucesos y los personas que la rodean, quienes modelan el carácter de ella.

A les que le conocieron sólo en el escenario de su vida pública habrá de parecerles extraña y pegadiza más de una de las páginas de este libro, porque no le trataron en la intimidad. Los que le vimos de cerca pudimos en cambio penetrar la complejidad de sus actitudes. Era duro o blando, áspero o suave, virilmente sincero o infantilmente mañoso, según las ocasiones.

Sentía la belleza y el arte. Cuando hablaba de los lugares donde pasó la infancia y la juventud, concretamente de Alemania y del Ecuador sobre todo, se iluminaba mientras describía los paisajes embellecidos por el encanto de la nostalgia. Aun lo recuerdo, como si lo viera, en la penumbra vespertina de una de las últimas navidades que vivió. Había cumplido ya para entonces 85 años. Lo encontré solo, sentado al piano, con aquella amplia sonrisa que le llenaba el rostro, empeñado en ejecutar uno de los bellos cantos de Navidad que había arrullado su infancia. Mientras se apoyaba en la muleta para levantarse del asiento, medio avergonzado de que lo hubiera sorprendido, decía mirándose con pena los nudosos dedos: ¡Ya no me obedecen!.

Pero sentía más, si cabe, la pasión por las obras sociales, y en particular el anhelo de mejorar la condición del obrero.

En las batallas sociales que libró, por fuerza hubo de herir y ser herido. Hasta en el seno de las formaciones por él acaudilladas surgieron diferencias de táctica, provocadas por la aparición de nuevos hombres inspirados en los mismos ideales que él alumbró. A partir de 1910 tales divergencias fueron cobrando intensidad. El Padre Federico Grote —maestro y caudillo— se hizo a un lado, y nuevos valores juveniles tomaron de sus manos la bandera de redención social.

Mi narración se ciñe estrictamente a la vida y la obra dd Padre Grote. Para evitar que la caridad sufra, habré de rechazar todo recuerdo de polémica que pueda eclipsar el resplandor de esta virtud esencialmente cristiana, única primordial inspiradora de las gestas del valeroso paladín que tan esforzadamente luchó por el Reino de Dios y su Justicia.

INDICE
El motivo de esta nueva edición
Preámbulo
EL AMANECER
I- Albores
II- Claroscuro
III- Luz triunfante
IV- Sol en el claustro
V- Azul y nubes
VI- Hacia el cénit
LA JORNADA
I- En el país de la perpetua primavera
II- Mi tierra de promisión
III- En plena siembra
IV- En el campo social
V- Floración de obras
VI- Labor de la sana democracia
VII- Ultimos trabajos
EPÍLOGO
Principales fuentes bibliográficas y documentales consultadas