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Ed. Rodolfo Alonso, año 1971. Tamaño TRADUCCION DE JUANA BIGNOZZI. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 160

Por Gilbert Lely

Existen tres versiones de la célebre historia de Justine, pero tan diferentes entre ellas, que se las debe considerar como obras distintas: el cuento póstumo de «Los infortunios de la virtud», descubierto por Maurice Heine y publicado por él en 1930; los dos volúmenes de 1791, «Justine o las desdichas de la virtud», cuyo título, durante un siglo y medio, debía ser un estigma de vergüenza, grabado sobre la frente del marqués; finalmente, los cuatro tomos, aún más infamantes, de «La Nueva Justine», de 1797.

Es entre el 23 de junio y el 8 de julio de 1787, en la Bastilla, en su cuarto de la «Deuxième Liberté», que el marqués de Sade, a pesar de una dolorosa afección ocular, redacta sin parar su cuento filosófico de «Los infortunios de la virtud». Completo en su primera forma, destinado por entonces a formar parte del conjunto de los «Cuentos y Fábulas dél siglo XVIII» que el cautivo estaba en tren de redactar, y que constituye el voluminoso manuscrito 4010 de las nuevas adquisiciones francesas de la Biblioteca Nacional, «Los infortunios» debían, al año siguiente, sufrir importantes modificaciones. «En razón del desarrollo progresivo de las aventuras de la heroína, que imponía continuos aumentos al texto primitivo», escribe Maurice Heine, «Sade tomó la decisión de considerar su obra como una novela y de eliminarla de la lista de sus cuentos». El manuscrito de «Los infortunios de la virtud» tiene también papel de borrador para «Justine o las desdichas de la virtud» aunque no dé el texto entero de esa novela de la cual ciertos episodios han sido redactados sobre las páginas de un cuaderno suplementario a las qué nos remiten algunos avistos, pero que no ha llegado hasta nosotros.

Es al precio de un esfuerzo crítico quizá sin ejemplo -—la discriminación infinitamente delicada entre los arreglos de primera intención y las adiciones o correcciones ulteriores que concluyeron transformando el cuento en novela, sin olvidar el penoso desciframiento de ciertas palabras o miembros de frases sobrecargadas de gruesas tachaduras —que Maurice Heine ha logrado separar con el máximo rigor la versión primitiva de esta Justine de 1791 «de la cual lo menos que se pueda decir es que introduce en la literatura al hombre integral en lugar del amante convencional».

Por el Marqués de Sade

El triunfo de la filosofía sería el de arrojar luz sobre la oscuridad de los caminos de los que se sirve la providencia para llegar a los fines que se propone en el hombre y trazar de acuerdo con esto algún plan de conducta que pueda hacer conocer a ese desdichado individuo bípedo, perpetuamente sacudido por los caprichos de ese ser que, según dicen, lo dirige tan despóticamente, la manera de interpretar los decretos de esa providencia sobre él, el camino que debe seguir para prevenir los caprichos extraños de esa fatalidad a la que da veinte nombres diferentes, sin haber llegado todavía a definirla.

Porque si partiendo de nuestras convenciones sociales y no separándose jamás del respeto por ellas que nos inculca la educación, ocurre desgraciadamente que por la perversidad de los otros sin embargo, no encontramos sino espinas cuando los malvados han recogido rosas, gente privada de un fondo de virtud bastante comprobada como para colocarse por encima de las reflexiones que aportan estas tristes circunstancias ¿no pensarán que vale más abandonarse al torrente que resistirlo? ¿No dirán que la virtud por hermosa que sea cuando desgraciadamente es demasiado débil para luchar contra el vicio se transforma en el peor partido que se pueda tomar y que en un siglo totalmente corrompido lo más seguro es hacer como los otros? Un poco más instruidos si se quiere y abusando de las luces adquiridas no dirán con el ángel Jesrad de «Zadig» (novela de Voltaire) que no hay mal del que no nazca un bien; no agregarán a esto por sí mismos que ya que hay en la constitución imperfecta de nuestro mal mundo una suma de males igual a la del bien es esencial para el mantenimiento del equilibrio que haya tantos buenos como malos y que de acuerdo con esto en un plano general, resulta igual que tal o cual sea bueno o malo según prefiera; que si la desdicha persigue a la virtud y la prosperidad acompaña casi siempre al vicio, siendo lo mismo a los ojos de la naturaleza, vale infinitamente más tomar partido por los malvados que prosperan que por los virtuosos que perecen.

Es pues importante prevenir esos sofismas peligrosos de la filosofía; esencial el mostrar que los ejemplos de la virtud desdichada presentados a un alma corrompida en la que todavía quedan sin embargo buenos principios, pueden llevar a esta alma al bien tan seguramente como si se le hubieran ofrecido en esta ruta de la virtud las palmas más brillantes y las más halagadoras recompensas. Es cruel sin duda el tener para pintar una multitud de desdichas agobiantes en la mujer dulce y sensible que respeta la virtud, y por la otra parte la más brillante fortuna en la que la desprecia toda su vida. ¿Pero, sin embargo, si surge un bien del esbozo de estos dos cuadros deberá uno reprocharse el haberlos ofrecido al público? ¿Podrá tener algún remordimiento por haber establecido un hecho, del que resultará para el sabio que lee con provecho la lección tan útil de la sumisión a las órdenes de la providencia, una parte del desarrollo de sus más secretos enigmas y la advertencia fatal de que a menudo es para recordarse nuestros deberes que el cielo golpea a nuestro lado a los seres que parecían haber cumplido mejor los suyos?

Tales son los sentimientos que nos ponen la pluma en la mano y en consideración a su buena fe es que pedimos a nuestros lectores un poco de atención mezclada con interés para los infortunios de la triste y miserable Justine.