Ed. Booket, año 1999. Tamaño 18,5 x 12 cm. Traducción del portugués, organización, introducción y notas de Angel Crespo. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 398
Una importante laguna en el conocimiento de uno de los mayores poetas europeos de nuestro tiempo ha sido colmada con la publicación, en 1982, del Livro do Desassossego de Fernando Pessoa, muy esperado desde que, cuarenta años antes, la editorial lisboeta Ática inició, bajo la dirección de Joáo Gaspar Simóes y Luis de Montalvor, la edición de las obras completas del creador de los heterónimos; y la expectativa aumentó cuando, en 1961, las ediciones portuenses Arte & Cultura dieron a la luz una selección de este mismo libro, muy incompleta por cierto, pero en la que figuraban algunos de sus mejores fragmentos. La historia de la redacción y la publicación del que en adelante llamaremos Libro del desasosiego, a la que en seguida he de referirme, me parece de gran importancia, no sólo desde el punto de vista filológico, sino también desde el punto de vista artístico, y ha condicionado, por supuesto, el trabajo de traductor y publicista en castellano que me ha sido encomendado y en el que tanta devoción y cuidado he puesto.
En 1913, Fernando Pessoa (1888-1935) publicó en la revista A Águia un original en prosa, titulado «Na Floresta do Alheamento» (En la floresta de la enajenación), del que se decía ser parte del Libro del desasosiego, en preparación. Dicho escrito iba firmado por Fernando Pessoa, sin que se hiciese la aclaración, o la salvedad, de que su autor lo atribuyese a Bernardo Soares ni a cualquiera otro de los personajes que, como hemos de ver, dio posteriormente por autores del libro. Pessoa era entonces un joven escritor poco conocido que había publicado en A Águia, en 1912, una serie de artículos sobre poesía portuguesa en los que hablaba de la inminente aparición de un supra-Camoens, que sería el iniciador de un resurgimiento poético portugués de importantes consecuencias para la cultura occidental. Dicho supra-Camoens no era, según creo haber demostrado en otro de mis escritos y según piensan algunos críticos portugueses que han estudiado el asunto, otro que el autor de los mencionados artículos.
El año anterior a aquel en que dio a conocer «En la floresta de la enajenación», Pessoa había considerado la posibilidad de escribir una serie de poemas en nombre de un supuesto poeta llamado Ricardo Reis, el cual sería, más que un pseudónimo suyo, un heterónimo, es decir, uno de los personajes de un drama em gente (un drama en personajes, en lugar de en actos o jornadas) perfectamente diferenciado, en su personalidad y en su pensamiento, de su creador, es decir, del propio Pessoa, pero fue en 1914, y tras haber escrito treinta y tantos poemas en verso libre, que en seguida atribuyó a un poeta llamado Alberto Caeiro, cuando empezó a escribir en nombre, no sólo del ya mencionado Ricardo Reis, sino también de otro personaje llamado Alvaro de Campos. De esta manera, los principales heterónimos de Pessoa acababan de comparecer, como poetas con personalidad propia, y diferenciada de la del autor de «En la floresta de la enajenación», si no en el panorama público de las letras portuguesas, cosa que no tardaría en suceder, al empezar a ser publicados sus poemas, sí en el mundo de la creación poética portuguesa
«En la floresta de la enajenación» plantea con toda claridad el problema de la doble personalidad, un problema que arranca, en los tiempos modernos, de la obra de los románticos alemanes —Goethe, Hölderlin, Novalis— y que, por otra parte, es uno de los principios del hermetismo de todos los tiempos. En este sentido, pues, ni puede extrañarnos que Pessoa escribiese y publicase dicho escrito en el período de incubación de sus heterónimos ni que, con el tiempo, tratase de atribuirlo —y digo tratase por lo que luego se verá— a algunos de ellos, y no precisamente a los ya citados.
El año de la creación de los tres grandes heterónimos, Pessoa seguía, sin embargo, considerando al Libro del desasosiego como obra propia u ortónima. Es lo que demuestra su correspondencia con el poeta azoriano Armando Cortes-Rodrigues, en la que le habla, unas veces en serio y otras en broma, de los personajes del drama em gente. En la carta de 4 de octubre de 1914, le dice, tras haberse referido a otros trabajos recientes, y entre ellos a unas odas de Reis, que «el resto han sido rotos e inconexos pedazos del Libro del desasosiego», y se consuela dando cuenta al amigo del descubrimiento de un nuevo género de «paulismo», un ismo pesoano de carácter decadentista que pronto dejaría de interesar a su inventor. Poco después, en una carta del 19 de noviembre, Pessoa confía a Cortes-Rodrigues que se encuentra en un estado de «abulia absoluta». «Soy», escribe, «un fragmento de mí conservado en un museo abandonado. Ahora, que mi familia que estaba aquí se ha ido a Suiza, ha caído sobre mí toda casta de desastres que pueden suceder. Por eso me encuentro en una abulia absoluta, de modo que hacer algo me cuesta tanto trabajo como leer un volumen de Teófilo [Braga]». Poco más adelante, se refiere a su «estado actual de no-ser» y concluye que semejante «estado de espíritu [le] obliga a trabajar mucho, sin querer, en el Libro del desasosiego. Pero todo fragmentos, fragmentos, fragmentos».
En lo transcrito hay, por lo menos, tres declaraciones que conviene no olvidar, la primera de las cuales es la correspondencia entre el estado fragmentario de la personalidad del poeta y su imposibilidad de escribir otra cosa que fragmentos del Libro-, la segunda, que dicha obra aparece como ortónima, es decir, que se corresponde con la personalidad real de Pessoa y no con la fingida de uno de sus heterónimos; y, en tercer lugar, que es producto de lo que el poeta llama un «estado de no-ser». Y el lector podrá comprobar que, aunque el estilo del libro cambie espectacularmente a lo largo de los años de su redacción, estas características se mantendrán invariables en él.
Durante aquellos últimos meses del año 1914, Pessoa se refiere una vez más a su falta de «sosiego de espíritu» (carta del 4 de diciembre) y, en una de estas epístolas, escrita el 19 de enero del año siguiente, hace esta confidencia a Córtes-Rodrigues: «…vivo desde hace meses en una continua sensación de incompatibilidad profunda con las criaturas que me rodean —incluso con las cercanas, amigos, literarios es claro, porque los otros no son individuos con quien yo tenga que poder tener intimidad espiritual— y por eso, como, en materia de relaciones sociales, me llevo bien con todo el mundo, me llevo bien con ellos». Es algo que el lector encontrará afirmado en el Libro del desasosiego, atribuido, ahora, a Bernardo Soares. Pero antes de esta atribución ha habido otras que considero de gran interés, puesto que Pessoa pensó atribuirlo —parece que antes que a cualquier otro de sus personajes— al heterónimo, poco importante por lo que de el sabemos, Vicente Guedes. No me resisto a traducir, dada la luz que vierte sobre nuestro asunto, y sobre la heteronimia en general, este escrito pesoano, titulado «Aspectos», posterior a 1915 pero de fecha indeterminada, pensado, al parecer, para encabezar a sus obras completas:
«La obra compleja, cuyo primer volumen es éste, es de substancia dramática, aunque de forma varia —aquí de trechos en prosa, en otros libros de poemas o de filosofías.
… … …
A cada personalidad más dilatada que el autor de estos libros ha conseguido vivir dentro de sí, le ha concedido una índole expresiva, y ha hecho de esa personalidad un autor con un libro, o libros, con las ideas, las emociones y el arte de los cuales él, el autor real (o por ventura aparente porque no sabemos lo que es la realidad), nada tiene, salvo el haber sido, al escribirlas, el médium de unas figuras que el mismo ha creado.
Ni esta obra, ni las que le seguirán, tienen nada que ver con quien las escribe. No concuerda él con lo que en ellas está escrito, ni discuerda. Como si le fuese dictado escribe; y, como si le fuese dictado por quien fuese un amigo, y por lo tanto con razón le pidiese que escribiese lo que dictaba, le parece interesante —por ventura sólo por amistad— lo que, dictado, va escribiendo.
El autor humano de estos libros no conoce en sí mis¬mo personalidad ninguna. Cuando acaso siente una personalidad emerger dentro de sí, pronto ve que es un ente diferente del que él es, aunque parecido; hijo mental, tal vez, y con cualidades heredadas, pero (con) las diferencias de ser otro.
… … …
Estos libros serán los siguientes. Primero, este volumen, Libro del desasosiego, escrito por quien dice de sí mismo llamarse Vicente Guedes; después, el Guardador de rebaños y otros poemas y fragmentos del (también, y del mismo modo, fallecido) Alberto Caeiro, que nació cerca de Lisboa en 1889 y murió donde había nacido en 1915. Si me dicen que es absurdo hablar así de quien nunca ha existido, respondo que tampoco tengo pruebas de que Lisboa haya existido alguna vez, o yo que escribo, o cualquier cosa donde quiera que sea.
Con una falta tal de literatura como la que hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de genio sino convertirse, él solo, en una literatura?»
El hecho de que Pessoa proyectase en ocasión de la redacción de esta nota —pues sus planes de publicación variaron posteriormente— que el libro que nos ocupa fuese el primero de la serie de sus obras completas desvirtúa en cierto modo su atribución heteronímica a Vicente Guedes, pues parece como si ello insinuase que este libro es el más pesoano —casi el más ortónimo— de su autor, como efectivamente creo que lo es, de entre los atribuidos a sus personajes. En mi ponencia para el simposio pesoano celebrado en la Universidad de Vanderbilt poco después de haber sido publicado el Libro del desasosiego me ocupo de esta atribución y de la realizada en favor del barón de Teive, otro heterónimo menor. Debo añadir aquí que nuestro poeta publicó en 1929, en los números 2 y 4 de la revista Soluçao Editora sendos fragmentos de esta obra y que el aparecido en el primero de dichos números iba firmado —según los editores portugueses— por Fernando Pessoa, como el aparecido en A Águia dieciséis años antes, mientras el del segundo de ellos aparecía, sí, firmado por Pessoa pero atribuido a Bernardo Soares.
Es la costumbre que observaría en adelante siempre que se decidiese a publicar un fragmento de este libro, lo cual parece indicar dos cosas: que fue alrededor de 1929 —y carecemos de testimonios para afirmar otra cosa, o yo no los conozco, si los hay— cuando Pessoa, que nunca había dejado de escribir muy intermitentemente fragmentos de este libro, sintió renovado su entusiasmo por él y que fue también por entonces cuando inventó al personaje literario Bernardo Soares, el cual, como no tardaremos en ver, le creó varios problemas, tanto en relación con la heteronimia como en lo que se refiere al estilo y a la organización de la magna obra. Y, dicho sea de paso, los datos recién indicados parecen señalar por su parte que el fragmento más arriba transcrito debe de ser anterior a 1930.
Este año parece, en efecto, ser crucial en lo que se refiere a la atribución definitiva del Libro del desasosiego, pues en él, y tras haber publicado sus dos fragmentos a que acabo de referirme Pessoa escribió a J. G. Simoes una carta, fechada el 28 de junio en la que le prometía enviarle, para la revista presenta, «uno de los triunfales de Alvaro de Campos y otra cosa de lo mío mío»» resultando ser lo «suyo suyo» —si es que no cambió de intención— un fragmento de nuestro libro. Ello parece translucir un arrepentimiento momentáneo —¿o se trató sólo de un significativo olvido?— en cuanto a la atribución del libro a Soares, pues lo cierto es que el fragmento publicado en la revista conimbrigense fue atribuido a este personaje. Creo que si hubo arrepentimiento, aun momentáneo, se debió a la dificultad de caracterizar a Soares como heterónimo o, para decirlo de otra manera, de atribuir a un heterónimo el Libro del desasosiego, pues no debemos olvidar que tanto Guedes como Teive, ambos heterónimos, fueron desposeídos de una autoría que ya les había sido otorgada.
Pessoa, en efecto, se había dado cuenta de que Soares no era una figura heteronímica, y prueba de ello es la carta al mismo Simoes del 28 de julio de 1932, en la que le dice que Soares «no es un heterónimo, sino una personalidad literaria». Esta carta es interesante además, por ser un testimonio de los problemas que esta obra le planteaba. «Sucede, sin embargo», escribe Pessoa, «que el Libro del desasosiego tiene muchas cosas que equilibrar y revisar…» Y una de las cosas que debía de pensar en equilibrar sería, casi con seguridad, la personalidad de Soares en relación a los heterónimos y al poeta ortónimo.
Finalmente, y en una carta escrita a Adolfo Casais Monteiro el 13 de enero de 1935, es decir, unos meses antes de su muerte, Pessoa parece dar por resuelta y cerrada la cuestión cuando afirma que Soares «Es un semiheterónimo porque, no siendo la personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad». Pessoa murió el 30 de noviembre y pienso que, de haber vivido más es posible que Bernardo Soares hubiese dejado de ser un semiheterónimo o, quizás, hubiese dejado, sencillamente, de ser otra cosa que un personaje literario, según ya había pensado su creador. Por lo demás, el fragmento 1 de nuestra edición presenta al autor de este libro como tal personaje literario, independientemente de que dicho fragmento fuese escrito pensando en Guedes, en Teive o en Soares.
Resumiendo todo lo anterior, vemos que la autoría de esta obra fue atribuida, a lo largo de menos de tres decenios, de la siguiente manera: Vicente Guedes -barón de Teive- Bernardo Soares, personaje literario – Bernardo Soares, semiheterónimo. ¿Qué pensar a la vista de tales datos? A la vista de ellos, y sólo de ellos, podría pensarse que nunca estuvo perfectamente claro para Pessoa el carácter de esta escritura en relación con su drama em gente, pero esto sólo podría pensarlo quien no se detuviese a recordar la extremada lucidez de nuestro poeta y su gusto por el fingimiento y la paradoja. Lo que parece es que Pessoa se negaba a admitir ante los demás —tal vez debido a su pudor y a su discreto retraimiento— que el Libro del desasosiego era, antes que nada, obra ortónima, lo que casi llega a confesar cuando llama a Soares personalidad literaria, pues claro es que la mayor parte de los personajes literarios son creados por o para obras ortónimas, o pseudónimas, lo que, en lo esencial, es lo mismo.
Ahora bien, hay personajes literarios de muy diferentes categorías pero, esencialmente, de dos: los que no representan a su autor y los que lo representan en mayor o menor grado, dicho sea con toda sencillez y sin recurrir a inútiles complicaciones terminológicas. En el caso que nos ocupa, el personaje no parece sino una literaturización del Pessoa ortónimo, según un procedimiento ya empleado, y explicado, por el poeta en otra ocasión. Oigámosle: «La campana de mi aldea (…) es la de la Iglesia de los Mártires, allá, en el Chíado [de Lisboa]. La aldea en que nací fue la Plaza de San Carlos [de Lisboa]» , que es semejante a decir: El Bernardo Soares ayudante de contabilidad soy yo, corresponsal en inglés y francés de varias casas comerciales, y la Calle de los Doradores, en la que se halla la firma en la que Soares trabaja, es el Campo de las Cebollas, en el que se encuentra la oficina en que yo trabajo, muy cerca de aquélla, pues ambas se encuentran en la Baja lisboeta».
Las dificultades que Pessoa encontró para convertir en heterónimo al autor del Libro proceden, sin duda, y sobre todo, de la calidad de intermitente diario íntimo que tiene la casi totalidad de sus fragmentos. Un examen de todos ellos demuestra que el personaje Soares fue creado a posteriori, pues parece ser que cuantos se refieren a la oficina de la Calle de los Doradores y la cualidad de oficinista de Bernardo están escritos en el estilo más maduro y evolucionado de la obra, lo que permite, sin temor a equivocarse, pensar que fueron redactados durante, todo lo más, el último decenio de la vida de Pessoa.
«Como es sabido», ha escrito Jacinto do Prado Coelho en su introducción a esta obra, «el autor de un diario instintivamente se desdobla en el yo-personaje ofrecido a los lectores virtuales» y, como enseguida vamos a ver, hay desdoblamiento, aunque no grande, en ella, puesto que, como observa Maria da Glória Padrao, a la vista de la edición incompleta de 1961 «al final, ninguna novedad aporta en relación a lo que de más importante conocemos del poeta, a no ser por las diferencias de registros poéticos». Y, en efecto, las coincidencias, tanto estilísticas como temáticas, entre el Pessoa ortónimo y las páginas finalmente atribuidas a Soares han sido señaladas además de por Jacinto do Prado Coelho y la recién citada estudiosa, por Jorge de Sena, y a los trabajos de los tres me remito, no sin recordar que entre las mencionadas coincidencias se cuentan la inadaptabilidad de Pessoa y Soares a la realidad vulgar -es más, su repudio de ella—; ciertos «hallazgos sintácticos», de algunos de los cuales hablan las notas que he puesto a esta traducción; la coincidencia de los paisajes urbanos de Pessoa y Soares; la semejanza de su trabajos comerciales; sus reacciones ante la sociedad, su soltería y su vida en cuartos alquilados, etc.
Pero también hay otras coincidencias no menos significativas, tales como el conocimiento del francés por ambos y el no haber estado ninguno de ellos en Francia y, sobre todo, el ambiente decadente, el tedio de Soares, que viene a coincidir en casi todo con el que se refleja en los versos del Cancioneiro ortónimo. De ahí que tanto María Aliete Galhoz como el ya citado do Prado Coelho consideren a esta obra como un diario, y que este último estudioso, ya en una obra de 1949, afirmase que «Tal vez por encontrarlo demasiado confesional, autobiográfico, directo, Pessoa dejase a Bernardo Soares un tanto informe y en la penumbra», opinión con la que coincido totalmente. Y es que, como escribió el propio Pessoa «en prosa es más difícil otrarse -el neologismo es pesoano- que en verso»
Sea de ello lo que quiera, lo cierto es que nuestro poeta murió sin haber publicado el Libro del desasosiego y, lo que es peor, sin haber pasado a limpio la inmensa mayoría de sus fragmentos ni haberlos ordenado y estructurado en vistas a su publicación. No tardaré en referirme a las dificultades que para la edición de esta obra ha representado el estado de sus materiales y la falta de una organización de ellos realizada por su autor, pero creo que, antes de hacerlo, conviene referirse, aunque sea en pocas palabras, a la historia o, si se prefiere, a la crónica de dicha edición.
En 1960, Jorge de Sena, que entonces era profesor en el Brasil, inició una larga y complicada negociación con la editorial Ática, encaminada a la publicación del Libro, cuyos originales se encontraban en poder del coronel Caetano Dias, cuñado del poeta. Inmediatamente, María Aliete Galhoz se dedicó, en Lisboa, a compilar, descifrar y organizar hasta donde fuese posible los materiales que habían de ser puestos a disposición de Sena, cuyo propósito era dar a la luz, no una selección de la obra, sino cuantos fragmentos considerase publicables. A primeros de febrero de 1962, el primer paquete de fotocopias y transcripciones hechas por la Galhoz llegó a las manos de Jorge de Sena, quien comunicó en seguida a la editorial que «Todo es fragmentario, aunque del mayor interés; todo es de fecha insegura o de ordenación insegura; gran parte de los originales es de lectura dificilísima. Se trata de una gran aventura, en el plano de la crítica textual», con lo que definió perfectamente las principales dificultades que suponía la edición del Libro.
En noviembre de aquel mismo año, Sena firmó el contrato de edición, en el que se establecía que el texto del libro —y su introducción, escrita por este poeta y estudioso— deberían ser entregados a la editorial antes de enero de 1964. Como se trataba de un trabajo «extremadamente difícil», Sena firmó el contrato pero haciendo la salvedad de que la fecha de entrega sería, precisamente, enero de 1964. Sin embargo, en diciembre de dicho año Sena se vio obligado a disculparse ante la Ática por no haber cumplido con el término establecido en el contrato debido a las dificultades que la edición suponía, al mismo tiempo que descargaba parte de la responsabilidad en la propia editorial por no haber respondido a las preguntas y consultas que le había hecho. En vista de ello manifestó que no podría entregar el original del Libro del desasosiego hasta junio del 65.
Mientras tanto, había aparecido la edición de Petrus, de 1961, y ello hacía más urgente que nunca la publicación del texto completo. Pero las cosas se complicaron, cuando Sena había escrito ya una larga introducción a la obra, debido a que Georg Rudolf Lind, otro de los editores de la prosa pesoana, le escribió una carta en la que le comunicaba que «se han encontrado más de 100 hojas manuscritas con la señal L. do D.» dispersas «en los diferentes paquetes de prosa» hallados entre los papeles del poeta. La reacción de Sena no se hizo esperar: pidió que le enviasen inmediatamente fotocopia de dichos fragmentos. Habiéndose trasladado, por razones de trabajo universitario, a Wisconsin, Sena recibió en 1966 sólo parte de este último material. Una serie de complicaciones posteriores, en la que no voy a detenerme, tuvo por resultado que en 1969 Sena desistiese de continuar trabajando en la edición del Libro, en vista de lo cual, la Atica y los familiares de Pessoa pusieron en otras manos el difícil trabajo.
Fueron éstas las de María Aliete Galhoz y Teresa Sobral Cunha, que realizaron la recolección y transcripción de los textos
y sus variantes, y las de Jacinto do Prado Coelho, que se encargó de su organización. Por fin, el año 1982, es decir, trece después
de la renuncia de Sena -lo que demuestra la ímproba tarea que fue llevada a cabo por estos tres estudiosos- apareció la edición de la que es traducción este volumen.
Los originales del Libro del desasosiego se encuentran actualmente en nueve sobres. Los cinco primeros son el desglose de
uno que el mismo Pessoa rotuló de su puño y letra mientras los cuatro restantes contienen los originales encontrados por su estudiosos, algunos de ellos en cuadernos manuscritos. En la edición príncipe se indica la procedencia de cada uno de los fragmentos y a ella remitimos al lector curioso y, por supuesto a los estudiosos, pues consideramos que una como la presente no debe ser sobrecargada con estos detalles.
Pessoa dejó entre sus papeles varias notas que se refieren a la organización del Libro del desasosiego pero que no son de
decisiva utilidad debido a las dudas y contradicciones que en ellas se encuentran, cosa que no puede parecer sino natural, dado, de
una parte, que son muchas las diferencias estilísticas entre los distintos fragmentos y grupos de ellos, y, de otra, el estado no definitivo de la mayor parte de los textos. Pero hay una tercera circunstancia a la que Jacinto do Prado Coelho se refiere, en la
«Nota sobre la ordenación de los textos», con las siguientes palabras. «El orden aleatorio del inventario del legado literario de Fernando Pessoa me pareció rechazable in limine, ya que, al desorientar la lectura, obligaría a cada uno de los lectores a hacer él mismo un montaje, juego de puzzle que, además de ser penoso, exigiría una capacidad de construcción de la que sólo dispondrían los lectores privilegiados. No era por cierto el Libro del desasosiego en estado informe, caótico, lo que se esperaba de los responsables de esta edición.
Otra hipótesis, aparentemente plausible, sería adoptar el orden cronológico. También me pareció, sin embargo, inadecuado. En primer lugar, la gran mayoría de los textos y fragmentos a integrar no se encontraban datados ni eran datables. Es verdad que, tanto mediante el análisis de los contenidos como mediante el análisis de la letra, del papel y, eventualmente, de la tinta, se podría intentar situarlos en determinado período de la vida de Pessoa. ¿Pero valdría la pena? ¿Sería pertinente la intención? Nada nos asegura que él, llegado el momento, aplazado hasta la muerte, de proceder a la organización del Libro, los hubiese sometido a una cronología veraz, de historiador, que ni siquiera su memoria estaría en condiciones de reconstruir; si hubiese decidido datar los textos, probablemente habría fingido una cronología, ajustada al estatuto ficcional de Bernardo Soares, de acuerdo con una «biografía interior» en que el otrora se produce ahora, como dice un verso famoso del poeta; esa cronología obedecería, por otro lado, a una estrategia para una lectura que se quería literaria.
En vista de lo anterior, do Prado Coelho decidió —acertadísimamente a mi juicio— organizar el Libro del desasosiego «en manchas temáticas, sin vallas que las separasen, sugiriendo nexos y contrastes mediante la simple yuxtaposición, colocando, sin embargo, al comienzo del itinerario, textos y fragmentos a los que atribuye una función periférica, introductoria, y llevando al lector a concentrar su atención en zonas de relativa homogeneidad…
Angel Crespo