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Ed. DeBolsillo, año 2010. Tamaño 19 x 12,5 cm. Traducción de José Ramón Monreal. Estado:; Nuevo. Cantidad de páginas: 734

Las ilusiones perdidas, Balzac 001La Comedia Humana es el proyecto narrativo más ambicioso del siglo XIX, y también uno de los acercamientos más complejos a la realidad que ha elaborado la literatura, a través de la captura en esa realidad de la multiplicidad de manifestaciones y discursos del ser humano.

Son casi tres mil los personajes creados –con nombre- por Balzac, y lo que impresiona es la delicadeza del autor para trazar una cadena de relaciones que incluya tantos perfiles sin caer en la confusión.

Ningún aspecto de su siglo, como se ve, pretendía ser excluido por Balzac de La Comedia Humana, básicamente porque la ausencia de cualquiera de ellos implicaría la pérdida del engranaje total. Todo tendría que estar presente en sus novelas: el espíritu industrial, el creciente poder comercial de la burguesía, la aristocracia aferrada a sus prerrogativas, la rutina campesina, los sueños de los provincianos llegados a París –uno de sus temas predilectos-, las frustraciones de la vida conyugal, el arte y la literatura; cada cosa, sin excepción tiene su sitio en las obras de este autor y, por esta razón, puede decirse, sin ostentaciones vanas, que Balzac escribió sobre todo aquello de lo que podría hablarse en su siglo.

Dentro de ese vasto universo que es La Comedia Humana, hay algunos títulos que han brillado con luz propia, alcanzando mayor renombre que los otros. Allí están, por ejemplo, El Padre Goriot (1834), Eugenia Grandet (1834) y, por supuesto, Las Ilusiones Perdidas (1837-43), obras que destacan por su penetración psicológica, crítica y la calidad de su escritura.

El caso particular de Las Ilusiones Perdidas sorprende, en primer lugar, por ser la novela más extensa de Balzac, compuesta por tres partes publicadas originalmente de forma independiente –Los Dos Poetas, Un Gran Hombre de Provincias en París y Los Sufrimientos del Inventor-, y continuada en Esplendores y Miserias de las Cortesanas (1843). Es decir, estamos ante una obra que alcanza casi, por sí sola, las mil páginas; que, además, construye vínculos constantes con otras novelas –Le Cousin Pons, Cesar Birotteau o el mismo Le Père Goriot, por citar algunas- y que, por si fuera poco, constituye una de las muestras más acabadas de ese logro que Batjín atribuye a Stendhal y Balzac: “convertir a cualquier persona de la vida diaria, condicionada por las circunstancias históricas de su tiempo, en objeto de representación seria, problemática y hasta trágica”.

Como menciona Maurois, la cercanía de Honoré de Balzac a los asuntos descritos en Las Ilusiones Perdidas era, en buena medida, personal. Muchas de las deudas a las que se vio sometido desde su juventud provenían del fracaso de sus incursiones en el terreno de la impresión y la edición, temas importantes en la novela; Balzac conoció, además, el mundo del periodismo, por lo cual pudo dar cuenta de primera mano de sus maquinaciones e, incluso, la misma iniciativa de ese poeta de provincia que se lanza a París, Lucien Chardon, reproduce en alguna medida, al Balzac, que tras renunciar a su carrera de leyes, decidió dedicarse a la literatura.

Balzac escribió Las Ilusiones Perdidas en su pequeña habitación de Saché, en donde, según él, habían transcurrido las horas más solemnes de su vida intelectual. El ritmo de trabajo, aunque bastante dilatado al inicio (de 1829 a 1836 no hubo avances significativos), se tornó tan vertiginoso que su salud sintió los embates de ese esfuerzo, llevando al autor a considerar varias veces la posibilidad de trasladarse a un sitio de reposo. El 10 de julio de 1836, sin embargo, estuvo lista la primera parte de la novela y Balzac viajó a París para entregarla a impresión, con la consabida dedicatoria de la misma a Víctor Hugo, quien –decía el autor-, en su calidad de poeta y periodista, podría comprenderla plenamente.

La primera parte de la obra, Los Dos Poetas, presenta a David Séchard y Lucien Chardon, jóvenes oriundos de Angulema, unidos por una amistad casi familiar. David ha regresado de París después de ilustrarse como impresor y, tras un intrincado negocio con su padre –un usurero sin escrúpulos- ha tomado las riendas de la Imprenta Séchard, venida a menos desde hace un tiempo. Por su parte, Lucien es un joven refinado, aunque hijo de un boticario, y compone versos con los que sueña alcanzar la gloria de la poesía.

David Séchard se casa con la hermana de Lucien, Ève, y junto a ella y su madre se mudan a la imprenta para trabajar allí. Por su parte, Lucien gana poco a poco un cierto reconocimiento y el favor de Madame de Bargeton, la mujer que le abre las puertas a la aristocracia de Angulema, reunida noche tras noche en su salón; con ella, a pesar del rechazo que suscita en la mayoría de los conocidos de la mujer, Lucien sostendrá una relación y se escapará hacia París, tras hacer contraer a David y Ève –deseosos de contribuir a la felicidad del poeta- varias deudas.

La segunda parte, Un Gran Hombre de Provincias en París, se centra en el retrato de los dos años que permanece Lucien Chardon en esa ciudad. Rechazado por Madame de Bargeton casi recién instalados en la ciudad, a raíz de la falta de refinamiento y recursos del joven para ser aceptado en la alta sociedad, Lucien debe renunciar, por un lado, a la protección que había prometido aquella mujer y, por otro, a su rápido ascenso social. Con todo, su orgullo rápidamente es repuesto e inicia una carrera desde abajo para demostrar que su talento como poeta está por encima de cualquier mente aristocrática.

Se instala Lucien en uno de los sectores más pobres de París y vive inicialmente del dinero enviado desde Angulema por su cuñado y hermana. Allí conoce a Daniel d’Arthez –el importante filósofo de La Comedia Humana-, quien trata de mostrarle el camino recto y virtuoso hacia la gloria; pero también a Étienne Cousteau, un periodista sin escrúpulos que se convertirá en su puerta de ingreso al mundo de la prensa, cargado de favores, venganzas, fraudes y falsos éxitos. Sorprendido por el triunfo que le ofrece un primer artículo escrito para un periódico, Lucien se olvidará, paulatinamente, de d’Arthez, y se hundirá en las tramas del periodismo, sin importar qué deba escribir e, incluso, yendo en contra de sus propios principios.

Lucien conocerá, además, a Coralie, una hermosa actriz de teatro con la que sostendrá una relación caracterizada por el derroche y la fatuidad; irá comprando su reconocimiento, vendiendo favores políticos y artísticos, atacando por turno a quien corresponda, y olvidándose de trabajar ya en el sentido de su vocación poética. Pronto, inclusive, llegará a atacar a la mujer que lo traicionó, Madame de Bargeton y a su nuevo amante, Monsieur du Châtelet.

En la cúspide de su carrera, tendrá a la aristocracia entera entre sus manos, pues un artículo suyo convierte a la opinión pública en su defensora o enemiga. Sin embargo, la vanidad de Lucien, su deseo de ingresar a ese mundo que una vez le cerró las puertas, de lucir no el burgués apellido de su padre, sino uno nobiliario como Lucien de Rubempré, le hará caer en una trampa preparada por su gremio y la alta sociedad para reducir el poder de ese hombre crecido ante sus ojos. Desde entonces, la caída, la pérdida de todo aquello que alcanzó se hará irremediable, y la lista de sus males empezará a crecer como antes la de sus triunfos: la ludopatía, la muerte de Coralie, el rechazo de sus antiguos “amigos”, el poco éxito de sus publicaciones, la pobreza y la burla.

Finalmente, en la última parte, Los Sufrimientos del Inventor, Balzac vuelve a la provincia de Angulema, para describir la dura vida que han tenido que enfrentar David Séchard y su esposa por apoyar económicamente a Lucien. David, durante la estadía de su amigo en la capital, ha permanecido embebido en el descubrimiento de un papel que reduzca los precios de producción, descuidando, por ello, las labores de la imprenta, que sólo ha podido mantenerse a flote gracias a la habilidad de Ève para hacer frente, primero, a los hermanos Cointet, que monopolizan el trabajo impresor y, segundo, al propio abandono de su esposo, atrapado en los laberintos de la invención.

Cuando Lucien regresa a Angulema, sin dinero ni brillo literario, encuentra a su cuñado escondiéndose de la justicia que busca enviarlo a la cárcel por sus deudas, y a los hermanos Cointet a punto de quedarse con lo poco que resta de la imprenta. Así, pues, será el momento en el que Lucien Chardon tendrá que decidirse a tomar parte en el desajuste que ha creado y alejarse, de ser posible, de su temperamento y vanidad para darles algo a aquellos seres que antes dieron todo lo que tenían por él.

Los sectores sociales siempre están perfectamente delimitados en la literatura de Balzac y la dinámica de sus novelas se genera, precisamente, cuando esos límites son franqueados por la ambición, los favores o la decadencia de una familia. Lo sustancial en Las Ilusiones Perdidas es, ante todo, esa lucha establecida entre la burguesía y la aristocracia, sea en el campo de la provincia o la ciudad. En el primer caso, todas esas descripciones que hace Balzac del modo en el que David Séchard desarrolla sus investigaciones sobre el papel, o cómo los hermanos Cointet monopolizan el trabajo de los impresores, da luces sobre la connotación burguesa de la vida en Angulema; pero, asimismo, ese cerrado sector de la nobleza al que un día, de repente, accede sorprendido Lucien, también está retratado en sus intrigas, en esa manía enferma de reproducirse a modo de espiral sin osarse a abrir sus puertas definitivamente.