Ed. Folio, año 2002. Tamaño 19 x 12,5 cm. Traducción, prólogo y notas de Enrique Palau. Usado excelente, 250 págs. Precio y stock a confirmar.

Gotthold Efraim Lessing nació el 22 de enero de 1729 en Camenz, Sajonia. Su padre, pastor protestante, quería dedicar a Lessing, el mayor de sus doce hijos, al sacerdocio. Con este objeto, después de su primera enseñanza en la escuela de Camenz, ingresó en el Colegio de Meissen.

La disciplina era muy severa y los estudios muy intensos. Sin embargo, el nuevo alumno se distinguió pronto por su aplicación y no menos por su inteligencia. De aquella época se conoce la gran admiración que en Lessing despertaron las lecturas de Plutarco, Terencio y Teofrasto.

En 1746 abandonó el Colegio para ingresar en la Universidad de Leipzig. Aun cuando se inscribió como estudiante de Teología, pronto mostró sólo simpatizar a medias con estos estudios y sí grandes afanes para adquirir toda clase de conocimientos. Llevado por el irrefrenable impulso combativo que caracterizaba su personalidad y que tanto servirá más tarde a las manifestaciones de su talento, publicó en el periódico Freigeist una serie de artículos en los que denotaba sus propósitos de renovación de las ideas estéticas al uso de la época.

El hecho de intervenir como autor y la puesta en escena de las representaciones de la compañía Neuber, hizo que sus juicios críticos aparecieran iluminados por la luz de la experiencia y sus teorías reposaran sobre los más sólidos conocimientos de la materia. Estas relaciones con la compañía Neuber acabaron por acarrearle muchos sinsabores económicos. Hasta que, para librarse del apremio de las deudas acumuladas, hubo de salir de Leipzig.

Llegó entonces a Berlín. La gran capital era el centro de la Alemania política e intelectual. Allí siguió escribiendo para el teatro: El misógino, La vieja muchacha y Los judíos. En busca de trabajo para ganarse la vida y dar mejores oportunidades a su vocación de escritor, ofreció su colaboración al Diario de Berlín, llamado después Gaceta de Voss. Allí escribió crítica literaria y estudios filosóficos, notables por su tolerancia e imparcialidad. A sus veinte años de edad, sumido en una vida de privaciones y con escasísimos medios económicos, pero rico de ideas y conocimientos, se constituyó en el crítico temido y considerado. Los azares de su vida agitada por las diversas actividades lo acercaron al hombre que entonces más sobresalía entre los escritores franceses: Voltaire.

Éste se había visto obligado a emigrar de su país, y como gentilhombre del monarca Federico el Grande, vivía en Berlín y Potsdam, alternativamente, alojado en la corte real. Al hallarse envuelto en un resonante proceso, Voltaire tuvo necesidad de un secretario que tradujera al alemán la memoria que ha de presentar a los jueces del tribunal berlinés. Lessing pasó a ocupar este cargo de secretario y traductor. Pero rápido se suscitó una agria cuestión entre ambos, que produjo la ruptura de relaciones entre ellos.

En general la impresión que produjo Lessing entre sus contemporáneos no fue demasiado halagüeña. A ello contribuyó la actitud que a toda hora mantuvo de impenitente polemista, en franca oposición con las ideas de su tiempo. Lessing es un ejemplo del hombre que divide sus propias fuerzas, o mejor dicho, que agota sus fuerzas antes de tiempo por una multiplicidad desordenada de proyectos y actividades. Se devora a si mismo en ocupaciones febriles, sin casi producir nada completo.

El mismo Laocoonte, que ha resultado una obra inmejorable y completa, la escribió como primera parte de un extenso tratado de las ideas estéticas que, al parecer, se propuso llevar a término. Su vida intelectual, pues, fue una auténtica disipación de las excelentes cualidades y conocimientos de que estaba dotado, de las inquietudes que animaron siempre su espíritu. Persona de gusto delicado, la pintura y la poesía producían en él una análoga impresión, sentía que ambas representan las cosas ausentes como si estuviesen a la vista, y la apariencia cual si fuera realidad; que las dos, en fin, nos agradan engañándonos.

Descubrió que tanto la pintura como la poesía emanan de la misma fuente: la belleza, cuya noción inmediata proviene de los objetos corpóreos y tiene reglas generales que pueden aplicarse a diferentes cosas: a las acciones y a los pensamientos, lo mismo que a las formas. También reflexionó sobre el mérito y la división de estas reglas generales, observó que algunas de ellas predominan en la pintura y otras en la poesía, y que, por consiguiente, por medio de las primeras la pintura puede ayudar a la poesía y viceversa, la poesía a la pintura por medio de las segundas, facilitándose recíprocamente ejemplos y explicaciones.