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Ed. Minotauro, año 2012. Tamaño 23 x 15 cm. Traducción de Carlos Peralta. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 224
Con su última novela Philip Dick (Estados Unidos, 1928-1982) logró lo que venía persiguiendo desde el principio de su carrera: publicar por fuera del género ciencia ficción. No era la primera vez que lo intentaba; de hecho, novelas como Confesiones de un artista de mierda, Ir tirando y Voces de la calle, publicadas póstumamente, habían sido escritas a lo largo de la década de los 60 y los 70, mientras, para ganarse la vida, Dick escribía (dicen) un cuento por semana y una novela en seis días de escritura sin pausas, con los auriculares llenos de Beethoven y Wagner y una buena dosis de anfetaminas, siempre dentro del género y dinamitándolo desde adentro.
Se ha dicho que estas novelas “costumbristas” carecen del sentido del humor y el ingenio de su producción más canónica (dentro de la ciencia ficción y también un poco por afuera), como por ejemplo El hombre en el castillo y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, por nombrar los ejemplos más conocidos (también Ubik, Tiempo de marte, Gestarescala y Fluyan mis lágrimas dijo el policía); sin detenernos en ese punto, La transmigración de Timothy Archer logra de alguna manera inventarse un lugar (como también lo hizo Ballard) a caballo entre la ciencia ficción y otras literaturas libres de género. Todo lo “fantástico” que sucede en La transmigración es puesto en duda por su narradora, Angel, (es la primera vez –y última– que Dick da a una mujer la voz principal de una narración), que, en su afán por explicar todo desde la lógica más escéptica, parece la menos cuerda de todos los personajes, que pueden aceptar hechos como la comunicación con el más allá y la validez de las cosmogonías gnósticas.
La transmigración comienza el día en que Mark Chapman mató a John Lennon. Nada parece tener sentido, dice la narradora, a partir de ahí. Y su opción para dar sentido al mundo es contar lo que parecería la historia más insólita posible, la de un muerto que se incorpora a la psique de un esquizofrénico para formar una entidad doble, que a veces habla como uno y a veces como el otro. Contar esa historia implica ir hacia atrás: Angel se había casado con el hijo del obispo Timothy Archer (basado exhaustivamente en un personaje real, el obispo James Pike, de la Iglesia Episcopal de Estados Unidos, quien fuera íntimo amigo y confidente de Dick), teólogo hereje que llega a la conclusión de que la presencia divina que Jesucristo imbuye al pan y el vino en la última cena se apoya en algo tan material como un hongo alucinógeno, llamado anokhi, y que, por lo tanto, Cristo era “meramente” humano.
Hacia las tres cuartas partes de la novela, Archer parte a Israel en busca de este hongo, y muere en un accidente en el desierto. Su espíritu, aparentemente –la novela parece dar indicios de que no es posible dudar en la realidad de esta incorporación, aunque su narradora se esfuerza por desmentirlos, casi siempre sin verdadero éxito– se combina, como ya he dicho, al del hijo de su esposa muerta, que es aludido a lo largo del libro a veces como esquizofrénico, otras como autista, y también como hebefrénico (Dick estaba obsesionado con la esquizofrenia y sus derivaciones, y llegó a leer gran cantidad de bibliografía sobre el tema).
«Tim dijo con sinceridad: –Algo que ellos tomaban; algo que ellos comían. Como en el banquete Mesiánico. Los hacía inmortales, creían; les daba vida eterna, esta combinación de lo que comían y tomaban. Obviamente, esto era una prefiguración de la Eucaristía. Está obviamente vinculado al banquete Mesiánico. Anokhi. Siempre esa palabra. Comían anokhi y bebían anokhi y, como resultado, se convertían en anokhi. Se convertían nada más y nada menos que en Dios
–Que es lo que enseña el cristianismo –dije–, al referirse a la Misa
–Hay paralelismos con el Zoroastrismo –dijo Tim– Los Zoroástricos sacrificaban ganado y consumían una bebida intoxicante llamada haoma, pero no hay razón para asumir que esto resultaba en una homologación con la divinidad. Eso, verás, es lo que logran los sacramentos para un cristiano: él o ella están homologados con la divinidad representada por Cristo. Se vuelve Dios o se vuelve uno con Dios, unificado, asimilado, a Dios. Una apoteosis, a eso me refiero. Pero acá, con los Zadokitas, lo encontrás precisamente con el pan y la bebida derivada del anokhi, y por supuesto el término en sí mismo, “anokhi”, refiere a la pura conciencia de sí, lo que es decir pura conciencia de Yavé, el Dios de los judíos…
–Brahma, entonces… –dije.
–¿Disculpá…? ¿Brahma?
–En la India. Brahmanismo. Brahma pose conciencia pura, absoluta. Conciencia pura, ser puro, felicidad pura. Si mal no recuerdo…
–¿Pero qué? –dijo Tim– ¿Es anokhi lo que comían y bebían?
–El cuerpo y la sangre del Señor –dije»