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Ed. Sudamericana, año 2007. Tamaño 22 x 14 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 128

La torre sin fin, de Silvina OcampoDurante toda su vida, Silvina Ocampo vivió y escribió a la sombra de las tres grandes figuras que la rodearon: su marido, Adolfo Bioy Casares, su amigo Jorge Luis Borges y su hermana Victoria. Sin embargo, desde hace un tiempo, críticos, escritores y periodistas coinciden en echar luz sobre esa penumbra y reivindicarla como una de las mejores plumas argentinas.

Un misterioso desconocido se presenta en la casa donde viven Leandro y su madre y les muestra unas enigmáticas pinturas al óleo que desea venderles. En cada una de ellas aparecen distintas habitaciones; una de ellas pertenece a La Torre sin Fin. Leandro quedará atrapado en la tenebrosa habitación sin ventanas de uno de los cuadros. En ella, encuentra toda suerte de útiles de pintura, con los que intentará dibujar a su madre para de esa forma conseguir volver junto a ella, pero finalmente en el lienzo aparecen siempre otros dibujos, otras imágenes que consiguen cobrar vida.

«Me propuse pintar el río donde me bañaba, con los grandes sauces en la orilla y los barcos de vela que pasaban como mariposas. Cuando terminé el cuadro vi que había pintado otro de los horribles cuartos de mi prisión. Tuve, sin embargo, una alegría cuando descubrí una rama grande, más grande que la anterior, de cedro, con una piña que parecía una araña; me precipité a tocarla, la tomé en mis manos y la dejé caer con horror: una araña de las que mi primo llama «pollito», apareció entre las hojas y desde el suelo, donde cayó, me miraba fijamente. Di un grito. ¿Cuánto tiempo hacía que no oía mi voz?»

Sobre la autora
Silvina OCampo (Buenos Aires, 1906 – 1993) fue una destaca escritora nacional. Era hermana de la escritora y fundadora de la revista Sur,
Victoria Ocampo, y esposa del gran narrador argentino Adolfo Bioy Casares. Autora deslumbrante por la calidad literaria de sus cuentos,
ha pasado a la historia de la literatura argentina del siglo XX por la crueldad desconcertante que supo imprimir en algunos protagonistas
de estos relatos.

Nacida en el seno de una familia hondamente arraigada en los círculos culturales argentinos, su primera vocación artística la orientó hacia
el cultivo de las artes plásticas; pero, tras recibir lecciones de pintura de Giorgio de Chirico, abandonó los pinceles y se adentró en el mundo de las Letras.

Su irrupción en el panorama literario argentino vino de la mano de un libro de cuentos, Viaje olvidado (1937), que al cabo de los años acabaría siendo objeto del desprecio de la propia escritora. Tras este mediocre estreno en la narrativa, volvió a las librerías con su primer libro de versos, titulado Enumeración de la patria (1942), en el que se sumaba a la tendencia de recuperar los modelos clásicos de la antigua poesía castellana. Idéntico esfuerzo realizó en su siguiente poemario, Espacios métricos (1945), al que siguieron, dentro del campo de la lírica, otras publicaciones como las tituladas Poemas de amor desesperado (1949), Los nombres (1953) y Pequeña antología (1954).

Tras un largo período de silencio poético en el que el cultivo de la prosa ocupó sus quehaceres literarios, en 1962 volvió a dar a la imprenta otro poemario, Lo amargo por lo dulce, que enseguida quedó considerado como uno de sus mejores logros en el género de la lírica. Finalmente, en 1972 publicó su última entrega poética, titulada Amarillo celeste.

Pero las mayores cotas literarias las alcanzó Silvina Ocampo con sus incursiones en el género de la narrativa de ficción, al que contribuyó también con valiosas aproximaciones en forma de ensayos y antologías. Dentro de una de las tendencias congregadas en torno a la revista Sur, y constituida por autores de la talla de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Manuel Peyrou y Enrique Anderson Imbert, Silvina Ocampo apostó por la elevación de la literatura fantástica y policíaca a la categoría de géneros de primer orden.

En compañía de su esposo y del mencionado Borges, preparó una Antología de la literatura fantástica (1940) que se convirtió en una de las piezas emblemáticas de la mencionada corriente. Además, aquel mismo año los tres autores presentaron una Antología poética argentina. Posteriormente, volvió a colaborar con Bioy Casares, pero ahora en una obra de creación, la novela policíaca titulada Los que aman odian (1946).

A partir de entonces, se enfrascó en la escritura de numerosos relatos, que fueron viendo la luz en sucesivas recopilaciones: en 1948 apareció el volumen titulado Autobiografía de Irene, al que siguieron los relatos de La furia y otros cuentos (1959), Las invitadas (1961), El pecado mortal y otros cuentos (1966), Informe del cielo y del infierno (1969), Los días de la noche (1970), Y así sucesivamente (1987) y Cornelia frente al espejo (1988). Los cuentos de todos estas recopilaciones están poblados de seres fantásticos que aparecen enfocados desde la ironía y el humor negro de que hace gala su autora, o bien deformados por la extraña percepción de unos narradores incompetentes, incapaces de establecer cualquier pauta
ética que les permita separar el bien del mal.

Por medio de este recurso en la composición estructural de sus relatos, Silvina Ocampo consigue dejar plasmada una corrosiva crítica de las convenciones sociales de su tiempo, ya que su exagerado distanciamiento de cualquier pauta social establecida y de la realidad circundante pone un contrapunto de desasosiego -y a veces, de explícita crueldad- que amenaza con destruir el lenguaje y las estructuras tradicionales. Además de las obras ya mencionadas,
Silvina Ocampo colaboró con el dramaturgo Juan Rodolfo Wilcock en la redacción del drama titulado Los traidores (1956).