Ed. Fundación Pettoruti / Biblioteca Nacional, año 1997. Tamaño 28 x 22 cm. Traducción de Rafael Squirru. Dibujos de Juan Carlos Liberti. estado. Impecable. Cantidad de páginas: 80
William Shakespeare es tan inglés como universal; británico y planetario. Su obra pertenece al patrimonio cultural de la Humanidad. Por ello no se lo ve como extranjero en ninguna latitud de la tierra. La comedia y la tragedia, la prosa y la poesía, el drama y el humor, marcan no los límites sino las infinitas prolongaciones de su genio.
La tempestad (1611) es, quizás, la obra adecuada para incluir lo paradigmático del teatro de Shakespeare en una colección editorial. Porque es tal su perfil de comedia filosófica, de brillante lirismo y reconocida originalidad, que no resulta fácilmente encasillada en la temática del autor británico. Por eso es que algunos biógrafos la consideran como su testamento intelectual, aún cuando con posterioridad apareciera Enrique VIII (1612-1613). A ella pertenece (acto IV, escena 1) la frase grabada en el monumento erigido en la abadía londinense de Westminster: «We are such stuff as dreams are made of; and our little life is rounded with a sleep», («Somos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada de un sueño»).
Esta sentencia, puesta en boca del sabio Próspero parece tanto aludir a la muerte que Shakespeare presentía cercana como a plantear la misteriosa y enigmática conexión con las reflexiones del Segismundo de La vida es sueño del también inmortal Pedro Calderón de la Barca. Es, esto último, la comprobación de la señalada esencialidad común, atemporal y utópica -en sentido etimológico- de la literatura como eterno espejo de la especie humana. La unidad aristotélica de lugar, de tiempo y de acción, marca asimismo una particularidad atípica entre los dramas shakespearianos. Y podría agregarse para completar la cualidad única de esta pieza, la similitud del clima con el definido en el «Purgatorio» de La Divina Comedia -en la isla imaginada por Dante Alighieri-, aunque cabe la sospecha de que el genial italiano no había sido leído por Shakespeare como dicen demostrarlo avezados críticos. Tampoco son menores las reminiscencias con la Orestíada -de Esquilo- y el Filocletes -de Sófocles. Calibán y Ariel son la síntesis de personajes en que se amalgaman los elementos universales griegos -tierra, aire, fuego y agua-dominados por el supremo espíritu del pensamiento encarnado en Próspero.
La excelente traducción de Rafael Squirru -tan excelsa como su reconocida idoneidad literaria y plástica- y los magníficos grabados de Juan Carlos Liberti, completan una trilogía de la exquisitez.