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Ed. ECUAM, año 2000. Tamaño 21,5 x 15,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 96

La paternidad espiritual: ¿un tema inoportuno?

Presta oído, monje,
a las palabras de tu padre,
y no hagas estériles sus exhortaciones.
donde él te envíe, llévalo
y, mentalmente, camina con él.
Así, escaparás a los malos pensamientos,
y los demonios perversos
no tendrán ningún poder sobre ti

En los últimos decenios de este siglo la imagen del padre y de la paternidad en sentido espiritual, tal como aparece en este bello texto, pasa, sin ninguna duda, por una severa crisis. En el sentido espiritual, e incluso en el sentido físico. Se podría decir otro tanto de la imagen de la «madre». «Paternalismo» es un término peyorativo. Vivimos una época sin padre (y sin madre), celebrada por muchos como una «liberación».

Si bien esta «liberación» ha permitido superar ciertas ideas anticuadas, tributarias de una época, eso no quiere decir que no haya dejado un cierto vacío tras de sí. Como siempre pasa en casos semejantes, no es posible permanecer así. El ser humano no soporta vivir en un espacio vacío. Rápidamente se han presentado los «sucedáneos» de los padres, que permiten colmar el vacío creado. Y no solo la escena política se ha poblado de tales «sucedáneos» de la figura paterna. Sin querer poner en duda las buenas intenciones de muchos de estos «gurú» y de estos personajes paternales, se puede preguntar seriamente si están realmente a la altura de su rol. Otro motivo de desconfianza, bien fundado, es que los «liberados» más recientes se han encontrado sometidos, como por casualidad, tras estos «padres», a una dependencia nueva más estrecha todavía. Mínima sería entonces la ganancia, y muy grande la pérdida. Porque en el dominio espiritual, seguir a falsas figuras paternas se revela como algo trágico.

«Trágico» en el sentido verdadero de la palabra, y en consecuencia, también en el sentido espiritual. Porque la paternidad no es una dependencia; ni del hijo frente al padre, ni viceversa, del padre frente al hijo. La paternidad, es más bien dar la vida: se trata de ofrecer al otro un espacio donde pueda ser libremente él mismo. Y, recíprocamente, la verdadera filiación es la libre adopción de esta manera de ser que consiste en ser en relación. En el espacio espiritual, «padre» e «hijo»
son metáforas que expresan una relación, independientemente del sexo y de la edad de las personas implicadas. Es por eso que la tradición no conoce solamente «padres» espirituales, sino también «madres» espirituales.

Como esta misma imagen de «padre – hijo» se aplica también a las personas divinas de la Santísima Trinidad, el riesgo aparece claramente: aquel que, en el plano espiritual, no hace la experiencia de la verdadera paternidad y de la verdadera filiación corre el riesgo de no hacer ni siquiera una verdadera experiencia personal de Dios. El sentido de la paternidad espiritual no es otro que la experiencia de la superación de la individualidad propia en el encuentro con un «tu» que lleva el antiguo nombre de «padre» porque este otro, en esa superación, llega a ser «el que engendra» mi ser personal. En sentido absoluto, esta experiencia de llegar a ser «persona» se produce únicamente en el encuentro con el «Tu» de Dios que, gracias al Hijo y en el Espíritu Santo, podemos desde entonces llamar «Abba, Padre».

Se dice en el Evangelio: «sobre la tierra, no llaméis a nadie padre, porque no hay más que un solo Padre, el del cielo». Sin embargo, a pesar de esta advertencia, la tradición cristiana ha dado el nombre de «padre» a algunos hombres. Este no puede tener más que una significación: toda paternidad espiritual es, por así decir, el medio terrestre por el cual se realiza la experiencia de la paternidad celeste de Dios, la experiencia de la primera conduce a la experiencia de la segunda. La paternidad espiritual cumple su rol cuando el hijo espiritual alcanza «la medida de la plena madurez en Cristo», el Hijo en el sentido absoluto, es decir cuando entra en una auténtica experiencia personal de Dios.

Desde los primeros tiempos, con un sentido muy seguro del lugar teológico de la experiencia espiritual de Dios, la tradición no ha temido dar el nombre de abba o de amma a algunos espirituales, hombres y mujeres. En la más antigua literatura la
idea es tan central y obvia, que casi no ha exigido una reflexión particular. Pero la falta de un tratamiento sistemático presenta la necesidad, sobre todo para un autor tan fecundo como Evagrio, de recolectar laboriosamente, en sus diversas obras, y reunir en un conjunto las afirmaciones que conciernen a este tema, disponiéndolas en un cuadro ordenado y orgánico.

Como el nombre mismo lo indica, la paternidad espiritual es un carisma, un don del Espíritu S. Y este carisma no está ligado a un ministerio, ni al sexo o la edad de quienes han sido gratificados. Aquí se presenta, naturalmente, la cuestión de la que vamos a ocuparnos, a saber, en qué circunstancias el Espíritu concede el carisma de la paternidad a éste o a aquél.

No menos importante, es la relación que existe entre el carisma de la paternidad y el carisma de la «filiación» dado a todos los bautizados que por sí mismo. Una reflexión sobre los primeros tiempos del monacato se revela aquí particularmente esclarecedora. Ella mostrará claramente que el tema de la paternidad espiritual, lejos de ser inoportuno o superado es, al contrario, de gran importancia en el momento actual. Es actual, no porque vaya en el sentido de una moda, o simplemente porque lo «espiritual» hoy tenga una gran demanda, sino porque la verdadera paternidad espiritual es una piedra de toque que nos permite percibir y trazar, de mayor claridad de cuanto hoy sea posible, la frontera entre la verdadera mística y el simple misticismo, entre la verdadera gnosis y el falso gnosticismo. Lo mismo sucede con el carisma fundamental del ministerio que delimita la frontera entre Iglesia y secta, por supuesto, en una medida bien distinta.

En definitiva, la relación mutua de estos carismas, paternidad espiritual y ministerio, es muy actual. Un vistazo a la historia del monacato primitivo muestra que hubo ciertamente tensiones, tanto que los monjes, si no estaban prisioneros de un espíritu de vanidad o de la sed de gloria, huían generalmente del ministerio. Sin embargo, teniendo en cuenta la mentalidad de la época, no es que Atanasio el Grande y Antonio el Grande se opusiesen uno al otro sino, según la palabra de Evagrio, el «sabio» y los «sabios de este mundo». Gregorio de Nacianzo, llamado «el teólogo», y Antonio, el iletrado, son estimados por Evagrio con el título de «justos»; el primero y Macario el Grande son los dos, «vasos de elección», como lo había sido antes Pablo. Porque el obispo y el Padre de los monjes, son portadores del Espíritu, y en ambos sus palabras son obra del Espíritu. Al contrario, en los discursos de «hombres reprensibles», cualesquiera que sean, no se encuentra nada espiritual, porque «la Sabiduría no habita en el alma perversa ni en el cuerpo librado al pecado».

La Vita griega de Antonio, que llevó el nombre del monacato egipcio mucho más allá de sus fronteras, principalmente en Occidente, es debida a Atanasio, obispo. Y esto no por azar.

Resulta que el movimiento monástico, a la vez carismático y profético, con el carisma de la paternidad espiritual que ha surgido de él, tiene su lugar en la Iglesia. Pero esto significa que la paternidad espiritual debe también tener su lugar teológico en el seno mismo de la economía divina de la salvación; que participa en la obra salvadora del Padre, en el Hijo por el Espíritu Santo. Ella no está separada de esta entrada de Dios en la historia, sino que es más bien uno de los lugares donde se hace tangible, humanamente, la kénosis divina.

Para el Oriente cristiano, estas realidades nunca han constituido un problema, como lo prueba el gran número de padres espirituales que ha producido, incluso actualmente. El Oriente vive esto que hoy ha llegado a ser un cuestionamiento para el Occidente, fuertemente cientificiste y racionalista. Una reflexión seria sobre las fuentes originales donde el Oriente cristiano, aún hoy, alimenta su espiritualidad, puede ayudarnos a descubrir las raíces de los numerosos síntomas de carencia que se descubren en Occidente y las numerosas soluciones posibles.

INDICE
Introducción
1- En el espíritu de los Padres
2- Evagrio: un hijo espiritual de los «santos padres»
3- Abba Evagrio
4- Paternidad espiritual. Un primer esbozo
5- Cristo como «padre» y paternidad espiritual
6- El carisma del Espíritu
7- El padre espiritual: un verdadero gnóstico
8- Médico y maestro
9- Discreción espiritual
10- Gnosis y gnosticismo
11- Disciplina del Arcano y esoterismo
12- Mistagogia espiritual
Conclusión. El discernimiento de los espíritus