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Ed. Anagrama, año 1997. Tamaño 19 x 13 cm. Traducción de María Eugenia Ciocchini. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 244
La invención de la soledad fue la primera novela publicada por Paul Auster, en 1982. Es una obra autobiográfica que empezó a escribir en 1979 al tener noticia de la muerte de su padre con quien siempre mantuvo una relación distante y difícil.
La novela está dividida en dos partes; en la primera, Retrato de un hombre invisible, más que recordar, parece que trata de analizar, y de alguna manera, justificar, la personalidad contradictoria y el frío carácter de su padre, a quien nunca llegó a comprender ni conocer demasiado.
En la segunda parte, El libro de la memoria, compara esa relación con su propia experiencia como padre, y también nos habla de su faceta como traductor, reflexiona sobre la literatura y la soledad, el eterno tema que será una constante en sus posteriores novelas, aunque en este caso, se refiere particularmente a la soledad del escritor.
En conjunto, más que una novela, parece un ensayo en el que el escritor trata de organizar su pensamiento y sus ideas sobre determinadas cuestiones que irá desarrollando a lo largo de sus novelas y que conformarán su universo literario.
«Supongo que es imposible entrar en la soledad de otro. Sólo podemos conocer un poco a otro ser humano, si es que esto es posible, en la medida en que él se quiera dar a conocer. Un hombre dirá: «tengo frío», o temblará, y de cualquiera de las dos formas sabremos que tiene frío. Pero ¿qué pasa con el hombre que ni dice nada ni tiembla? Cuando alguien es inescrutable, cuando es hermético y evasivo, uno no puede hacer otra cosa que observar; pero de ahí a sacar algo en limpio de lo que observa hay un gran trecho.
No quiero dar nada por sentado.
Él nunca hablaba de sí mismo, nunca parecía que hubiera nada de lo cual pudiera hablar. Era como si su vida interior lo eludiera incluso a él.
No podía hablar de ello y por lo tanto se refugiaba en el silencio.
Y si no hay nada más que silencio, ¿no será presuntuoso que hable yo? Sin embargo, si hubiera habido algo más que silencio, ¿acaso habría sentido la necesidad de hablar?
Mis opciones son limitadas. Puedo permanecer en silencio, o hablar de cosas que no pueden probarse. Al menos quiero presentar los hechos, ofrecerlos de la forma más directa posible y dejarlos decir lo que tengan que decir. Pero ni siquiera los hechos dicen siempre la verdad.
Era de una neutralidad tan implacable, su conducta era tan absolutamente predecible, que todo lo que hacía resultaba sorprendente. Uno no podía creer que existiera un hombre así, sin sentimientos, que esperara tan poco de los demás. Pero si no existía ese hombre, entonces había otro, un individuo oculto tras aquel que no estaba allí, y el asunto es encontrarlo. Siempre y cuando esté ahí para que uno lo encuentre».