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Ed. Omega, año 1959. Tapa dura. Tamaño 22 x 15,5 cm. Traducción del alemán por Francisco Payarols. Incluye 90 ilustraciones entre texto y 70 fuera de texto, todas en blanco y negro. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 350

La ilusión de la seguridad, de Egon Eis203Por Egon Eis

Como suele ocurrir con bastantes libros, también éste tiene su origen y razón de ser en la experiencia personal.

Cuando estalló la guerra yo me encontraba en París. La gente en la calle se encogía pasivamente de hombros: «¡Jamás los alemanes pisarán suelo francés. Tenemos la línea Maginot!». Les creí y esforcé en ser tan indolente como ellos.

Diez meses más tarde no existía la línea Maginot y yo me encontraba en plena fuga.

Al comenzar la guerra en el Pacífico mis amigos ingleses se encogían negligentemente de hombros: «¡Jamás los japoneses llegarán al océano Indico. Tenemos Singapur!». Les presté crédito y traté de mantenerme tan pasivo como ellos.

No lo fui mucho tiempo.

La más fuerte línea defensiva del mundo, la más potente de las fortalezas marítimas, habían caído sin gloria. Pueblos y técnicas habían sido por igual víctimas de sus ilusiones.

La ilusión de la seguridad, de Egon Eis204Gustoso y confiado dejé para los expertos el análisis castrense de aquellos acontecimientos. Era la actitud del hombre —incluso la mía propia— lo que no me dejaba en paz. Empecé a preguntarme cómo se habían desarrollado las cosas en épocas pretéritas. ¿Siempre habían los humanos —empleando todas sus fuerzas y los recursos auxiliares de grandes naciones— levantado poderosos baluartes para defender sus bienes y sus vidas? ¿Habían sufrido siempre las mismas decepciones?

Cuanto más hurgaba en las fuentes del pasado más claramente veía que los reveses de fortuna de esta guerra eran ni más ni menos que la repetición de pretéritas catástrofes. Los errores de mi generación no podían, en absoluto, pretender a la condición de originalidad. Eran la continuación directa de faltas que venían extendiéndose a lo largo de una prolongada serie de generaciones. Parecíame como si se tratase de la fe ciega en una seguridad basada en la presencia de empalizadas, baluartes y fortificaciones; de un hereditario infortunio del género humanmo. Desde que el hombre puso pie en la tierra habitable lo dominó un sentimiento primario: el miedo.

La ilusión de la seguridad, de Egon Eis205Tuvo miedo de las potencias de la naturaleza, de las bestias feroces -y no en último término de su vecino, su propio semejante. Tratárase de tribus enemigas que codiciaban sus pasturajes y sus cotos de caza, o simplemente de otras desconocidas cuya intrusión pudiera turbar el orden de su círculo- ajeno a toso impulso de hospitalidad, dominaba siempre el ominoso sentimiento del miedo.

Por eso el hombre primitivo vivió en cavernas, aun en aquellos casos en que el clima le permitiera hacerlo en otro medio. Dormía con el hacha y la porra al alcance de la mano. Si sus cuevas eran profundas y sus armas bien aguzadas, se sentía seguro.

Cuando el hombre pasó a la condición de agricultor, empezó a abandonar las cavernas y a descender de los árboles e inició la construcción de chozas. Pero no podía dejar sus habitaciones indefensas en medio del campo; por eso levantó empalizadas en torno a ellas.

Los animales salvajes derribaron las empalizadas; él las reconsuyó más sólidas. Hostiles vecinos las asaltaron; él las hizo más altas. Más sólidas y más altas, menos expugnables y más fáciles de ofender —este proceso no se ha interrumpido ya, desde entonces hasta nuestros días—. Si el material de construcción era combustible, el atacante arrojaba antorchas; si los muros de defensa eran altos, el enemigo acudía con escaleras de asalto; si eran de hormigón, los derribaba a cañonazos.

Desde las cuevas de los tiempos primitivos hasta el refugio contra bombas atómicas va sólo un paso. La técnica puede haberse perfeccionado, pero el espíritu primitivo siguió siendo el mismo. Comandos de bombardeo y estaciones de radar reemplazaron la porra siempre dispuesta. Las empalizadas se transformaron en poderosas fortificaciones, se aprovecharon con gran habilidad los obstáculos naturales, cuanto más protegido se sintió el hombre más satisfecho se entregó al goce de su jornada laboral.

Sin embargo, el hombre se equivocaba. Siempre lo ha hecho cuando creyó sentirse seguro. El animal acosado jamás se mece en una seguridad ilusoria, jamás deja que se duerma su instinto de defensa. El animal es realista por naturaleza, nada sabe de ilusiones, pero el homo sapiens se deja aprisionar en las redes de éstas, sin remedio, como en una tela de araña.

La larga y sorprendente narración del espejismo de la seguridad no es una leyenda montada sobre la fantasía; la propia Historia del mundo la ha escrito con letras de sangre. Nunca, hasta la hora presente, fue una montaña demasiado alta ni un foso demasiado profundo; ninguna muralla infranqueable, ningún río invadeable, ninguna estepa demasiado vasta, ningún camino demasiado largo. Las pérdidas no fueron nunca lo bastante cruentas, jamás un baluarte pudo defender de modo absoluto la tierra y los pueblos.

Cierto que en el transcurso de los siglos hemos visto castillos y ciudades que supieron resistir a los asaltos del adversario -raras excepciones que, la mayoría de las veces, sólo lograron frenar la marcha de la Historia, pero no cambiarla. Su efecto sobre la posteridad fue doblemente pernicioso, puesto que sirvió únicamente para que ésta se empeñara más y más en buscar su salvación en más altas murallas y en cañones más mortíferos.

En su anhelo de seguridad el hombre se encontró siempre, y sigue encontrándose, entre las dos piedras de molino que son el ataque y la defensa. Asentado sobre la inferior, «la defensa», se apresta a consolidarla ingeniosamente cuando la superior, «el ataque», se dispone ya a precipitarse sobre ella.

Pero henos aquí llegados a un punto crucial. Pues una guerra futura no pondría ya sólo en peligro la existencia de un pueblo o de un imperio, sino la de toda la raza humana. Las puntas de flecha de antaño se han transformado en megatones de energía, en esta nuestra era de progreso. Día y noche se trabaja en desarrollar fuerzas capaces de volver a nuestro planeta a su prístina condición de masa ígnea y fluida. Ya consideremos la Tierra con simpatía o con escepticismo, hemos de tener en cuenta que es la única habitación que nos ha deparado la naturaleza, y nos conviene organizarla lo mejor posible. Nuestros abuelos contaron aún con la posibilidad de repetir los errores del pasado y, a pesar de ello, sobrevivir. Pero nuestra situación está infinitamente más cargada de responsabilidad ¡Pues nuestro primer desatino puede ser el último!

La ilusión de la seguridad, de Egon Eis206No es propósito del presente libro advertir contra futuras guerras o anunciar la panacea capaz de salvar a la humanidad en peligro. El objeto que persigue es mucho menos meritorio. Como una draga los escombros amontonados, quiere apartar todas las ilusiones de seguridad.

La seguridad militar es una ilusión; siempre lo ha sido. Quien le rindió culto cayó víctima de ella. Las quimeras del pasado eran comprensibles, las del presente pueden parecer insensatas, pero las que se forjen sobre el futuro serán verdadera locura.

El afán de seguridad alcanzará mañana el máximo de cuanto pueda idear y crear el humano cerebro y no será más eficaz que la primera empalizada del hombre primitivo. Pues ningún perfeccionamiento técnico es susceptible de ofrecer auténtica seguridad.

Mas esta conclusión negativa puede llevarnos a otra positiva. Siempre la necesidad del pan y el afán de poder han lanzado a grupos y naciones unos contra otros. Pero hoy no nos es ya preciso ser enemigos mortales de nuestros semejantes. Pasaron los tiempos en que nos veíamos forzados a aporrearnos por unas tierras de caza o a fusilarnos mutuamente por los mercados mundiales. Es preciso que comprendamos ya que los progresos de nuestro siglo hacen inútil y superfluo el egoísmo del individuo y, con él, las bélicas querellas del porvenir.

INDICE
Prólogo
I- LAS MURALLAS
1- Chang Cheng, la gran muralla
Un emperador y millones de esclavos
El enemigo del Norte
El juguete del gigante
La última embestida
2- El muro del Diablo
El Imperio demasiado grande, el emperador demasiado chico
Las remotas fronteras
Del Rin al Danubio
Obreros extranjeros y forzados
El castillo de Abusina
Los romanos en Inglaterra
Hay filtraciones en la muralla
El hundimiento
El fin de la muralla del César
II- FORTALEZAS
1- Escombrera VIIa
El «betseller» de los días pretéritos
Un soñador de Mecklemburgo
Capas de sangre y de fuego
La «Gran Alianza» de los antiguos
Lo que entonces sucedió…
2- El nido de halcones
Días cruciales del Perú
La ciudadela
La leyenda de la piedra cansada
Pizarro
La revuelta
3- El Coloso de Haití
El barco en las nubes
Un mozo esclavo
Negro contra blanco
La flota de Napoleón
Los cimientos
III- LA NATURALEZA
1- La Cordillera
La ciudad prohibida
Tráfico turístico sin propaganda
Misioneros y agentes
La sombra amarilla
La sombra blanca
La rebelión
La sombra roja
Fortaleza montañosa en Europa
2- El desierto
Bir Hacheim
El jardín de Alá
KuFra
«La Mysterieuse»
Dos ejércitos de Marruecos
Guardianes del desierto
El objetivo peligroso
La gran aventura
En pos de las huellas de Caillié
La ciudad de las palmas
Soberanía femenina
Arabia Félix
El valle de los misterios
La Nueva York del desierto
Xenofobia
Terim
La caída
3- El mar
Antípodas e hijos de Icaro
El salto a lo desconocido
Esclusas y mendigos
La muralla de agua
La reina de las olas
Alarma, ¡llegan los holandeses!
Napoleón y Hitler
…en Oriente se pone el sol
La oleada mogólica
El huracán
Imperio sin fronteras
El gran salto a través de las islas
4- La jungla
El campo de Satán
El orgullo del Imperio
Jungle Training
Los «Raiders»
Los «Marauders»
La aldea en el arrozal
IV- LA TÉCNICA

1- El Arte de la Guerra
Tiro
De Egipto a la India
Numancia
Massilia
Copnstantinopla
Viena
Sebastopol
Puerto Arturo
2- De ayer a hoy
Vauban o el concpeto mal entendido
Verdún, el cerrojo de hierro
Esplendor y miseria de la Línea Maginot
La Línea Maginot de Túnez
La muralla del Atlántico
La muralla occidental
3- De hoy a mañana
Los baluartes del porvenir
Submarinos en la nieve
¡FP1 sí contesta!
Una luna de factura humana
Estrategia en el Universo
El futuro: esperanza u ocaso
Bibliografía
Indice alfabético