Ed. El Cuenco de Plata, año 2004. Tamaño 20 x 13 cm. Nuevo, 128 págs. Precio y stock a confirmar.

Marosa di Giorgio fue una poeta uruguaya nacida en Salto durante 1934. Desde 1948 se radicó en Montevideo, donde inició su carrera poética con su obra «Poemas» (1954). Su ascendencia italiana y vasca la convirtió en una poeta singular, cuya obra respondió siempre a las exigencias de su mundo interior, donde la naturaleza, la magia, la mitología y el misterio, se convirtieron en importantes protagonistas.

El conjunto de su obra, reunida en «Los papeles salvajes» (2000), se amplió con dos volúmenes que incluyeron «La liebre de marzo», «Mesa de esmeralda», «La falena», «Membrillo de Lusana» y «Diamelas de Clementina Médici». Sus poemas y relatos fueron traducidos al inglés, francés, portugués e italiano. Falleció en el año 2004.

En La flor de lis las prosas, siempre breves, se acumulan como en un ramo. Una nueva lista esta vez sólo de flores (cala, astromelia, azucena, ciudadela, violeta, rosa, bromelia, clavel) adorna el reino vegetal que es escenario de la fiesta del lenguaje en la que se sumerge Marosa. Su naturaleza es exuberante y es vista como por primera vez, como por ojos vírgenes. La poeta se posa sobre las cosas como una mariposa, sin explorar más allá, sin reflexión.

“Estaba tendida en la camilla, lacia y levemente arrollada. Blanca. Ojos de precipicio, que entornaba sin darse cuenta, acaso huyendo de la luz, de los atractivos. Le preguntó: -Sangra… habitualmente?… ¿Desde cuando…?. Ella movió apenas los labios. -Bien…veremos. Álcese un poco la ropa. El consultorio estaba en total silencio. Se oía un tic tac, sin embargo. Después de unos minutos apareció el sexo entre vellones rojos, rubios, negros.

El médico buscó el pequeño agujero, y le insertó con sumo cuidado un adminículo delgado con espejo que indagó en un más allá misterioso, por varios segundos. Al retirarlo se oyó un leve tic, un levísimo fru fru, un rumorcito que no era de este mundo ni de ninguno. Ella se acomodó, se amorató, quedó como una cereza, y volvió a ser marmórea y única. El se alejó y tomó una libreta en la que garabateaba caracteres en rápida seguidilla, el ceño preocupado, mientras le dijo: -Vístase.

En menos de lo que silba un mirlo, al volverse, la vio de pie, tacones, trajecito, perlas, como si nunca hubiese estado acostada, diciéndole: -Sé que es grave… ¿Es muy grave…?. Él vaciló: -Bien, veremos, vuelva dentro de… diez días. Esas pruebas…El adminículo había salido tinto en sangre. Ella lo vio de lejos. Le tendió la mano, se dieron las manos. En vez de abrir la puerta, él dijo: -Si se va se termina el mundo. Ella le contestó: -Sí. Se abrazaron. En el abrazo la melena de ella ondulaba como si fuese autónoma. Ella sentía eso, y algún coágulo que se le deslizaba, grueso y suave como una ciruela, desde la matriz a la braga y casi al suelo”.