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Ed. Jacques Gienat, año 1979. Tamaño 29 x 21,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 50
Antes de la Segunda Guerra Mundial, Georges Pichard comenzó su carrera como dibujante en el terreno de la publicidad. Pero sería a partir de 1946 cuando dibujaría sus primeras mujeres para LE RIRE, que habrían de lanzarlo a un camp nuevo para él, en el que descollaría hasta convertirse en maestro indiscutido y figura de talla internacional.
A la vista de sus dibujos, podemos pensar que a Pichard lo impulsa el afán de liberar a los demás de tabúes heredados que generan opresión y sometimiento mental.
Pichard es lo que algunos llaman un «homo eroticus» y al mismo tiempo un «liberador social»: tiene su propia concepción del mundo y la traslada, precisamente, a las imágenes de sus personajes, y así es como crea mujeres bellísimas, de cuerpos evocadores, haciéndolas aparecer junto a hombres de aspecto desagradable, repelente. Pero son aquéllas y éstos los que le sirven para transmitir a sus lectores -de todas las esferas sociales, pero sobre todo las trabajadoras- ese mensaje suyo que encierran los personajes por él creados; un mensaje de realismo palpitante, erótico como la vida, y al mismo tiempo liberador.
No hay obstáculos en reconocer que Pichard llega al límite en la presentación de sus personajes, ya sean éstos protagonistas o secundarios. También debe admitirse que crea situaciones de pura paradoja y que caricaturiza a los llamados estereotipos. Pero eso no es un defecto sino un arte, una virtud. Porque es gracias al extremismo creativo de Pichard que us dibujos tienen vida propia; una vida la que el contraste entre lo desagradable y lo hermoso de la realidad se plasman precisamente a través de lo erótico.
No importa que la protagonista sea una belleza rubia sugestiva e inquietante como Amelie, tierna e ingenua como Virginia, morena y atormentada como Marie-Gabrielle, o una joven vulgar y otra distinguida como sus dos protagonistas de La Fábrica, el triunfo de Pichard hay que buscarlo en el contexto social de su obra, porque él ha sabido ver cuánto hay de auténtico y de liberador para el ser humano en el erotismo.
Y son precisamente estas dos circunstancias las que con mayor claridad se hallan en La Fábrica, en donde frente a la tiranía de un hipócrita propietario de grandes almacenes, pretendido benefactor de la sociedad, se alzan dos mujeres -hermosas y apetecibles ambas- que han de poner fin a todo ese complejo de viciosa maldad creado por el cruel «benefactor».