Ed. Alfaguara, año 2015. Tamaño 24 x 15 cm. Traducción de Juan Carlos Durán Romero. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 330
No es aleatorio ni casual que el periodista francés Franz-Olivier Giesbert haya escrito un libro como La cocinera de Himmler. Si miramos para atrás, en su extensa y errática carrera como calmo agitador cultural y conductor de televisión, encontramos que Giesbert incursionó con éxito en la escritura de biografías: Chirac, Mitterand, y especialmente Sarkozy pasaron por la lupa de su mirada clínica y no muchos de ellos quedaron conformes con los sinceros resultados. “A Sarkozy no le debió de gustar mucho mi trabajo, porque durante cinco años estuvo pidiendo mi cabeza. Pero cuando se analiza a un personaje no se puede ser tibio porque entonces pierde interés.” Fundamento básico, no sólo de la biografía según Giesbert, sino de la ficción (decimonónica, dirán algunos; cinematográfica clásica, clamarán otros): un personaje que haga avanzar el drama.
La relación entre La cocinera de Himmler y el arte de la biografía presidencial no solo pasa por la construcción dramática de un personaje. Si pensamos nuevamente, que un exitoso periodista de centroizquierda, opinador estrella del Libération y biógrafo de presidentes haya escrito un libro como La cocinera de Himmler, es, dijimos, entendible. Como género, la biografía presidencial es un reverso perfecto de la picaresca (no por nada ahora en estos días el Pepe Mujica está siendo sometido a las cámaras documentales de Emir Kusturica): la vida de un pobre muchacho (o muchacha) que en las desventuras de una vida, pobre o no, se aferra a los avatares de la Historia y logra ascender para cultivar el enorme jardín de la patria. En la ronda de prensa en la que presentó en su momento el libro, Giesbert coqueteó con la idea flaubertiana de decir que Rose, la centenaria heroína de su libro, era él. Pero en realidad se trata de Cándido, el joven optimista imaginado por Voltaire, el heredero directo de su cocinera que tras una serie de desventuras históricas (de gran escala) va formando y deformando su carácter a base de golpes y sanaciones, alegrías y alergias, amistades y venganzas, sexo y tiroteo, migraciones variopintas por los cinco continentes y mucha, mucha comida.
El argumento es muy sencillo, su tratamiento extenso: pocos días después de cumplir su ciento siete aniversario, Rose camina unas cuadras y se mete en una papelería para comprar una buena cantidad de papel y una lapicera. Su intención es contar, de punta a punta, su vida: es decir, contar un siglo completo. Pero la diferencia es que Rose no vivó todo el siglo XX en la casa de sus viejos o atada a un vetusto matrimonio idealizando a las mujeres “independientes”; nació en el seno mismo del conflicto entre turcos y armenios y fue víctima del genocidio del pueblo armenio a manos de Abdul Hamil II. Salvada por un pelo de sufrir el mismo destino que toda su familia, logra escapar escondida en un pozo de mierda, y después, renacida como el Fénix, termina como amante de un rajá. Sacudida por los movimientos y la voluntad de supervivencia, al ritmo de los aprendizajes sin referentes directos, Rose termina como cocinera del ministro del interior de Hitler, Himmler, y atrapada en los movimientos maoístas de China. Giesbert se cuida muy bien, sin embargo, de no caer en la victimización de su personaje (aunque su relato en muchos casos roce eso que conocemos como “un canto a la vida” al estilo Sinatra); son pocas las bajadas morales que da, ya que en definitiva, y lo que nunca pierde Rose, en todo lo que le pasa a lo largo de su vida, es la intensidad del humor y el salvoconducto de la ironía, su desbordada y activa sexualidad y un deseo infrahumano de venganza, pilares vitales que le permiten vivir todos los años del siglo más complicado de la historia: lo que importa, como en la vieja y querida picaresca, es salvarse a toda costa, porque nada podemos hacer para enfrentar los avatares de la naturaleza.
“Hace mucho tiempo que intenté avisar a la humanidad contra los tres males de nuestra era: el nihilismo, la codicia y la buena conciencia, que le han hecho perder la buena razón.” Se deduce, entonces, que aquello que está en juego en La cocinera de Himmler no es la misma Naturaleza que le arrojaba tormentas y terremotos al pobre Cándido, sino la mismísima naturaleza del ser humano la que obliga, como decía el viejo Voltaire, a cultivar el propio jardín (para proveer a su restaurante, en el caso de Rose). Giesbert elige no a un presidente o sujeto político reconocido sino que para contar el reverso de la Historia del siglo XX elige a una cocinera. Como aquel molinero, avatar de la microhistoria, descripto y analizado por Carlo Ginzburg, Giesbert elige a una empleada que es necesariamente la contracara de la exterioridad de la política, ya que vive a base de alimentar una necesidad básica. Pero su derrotero termina siendo parecido, pícaro y bastardo, en el fondo, pero epopéyico y bastante triunfal, por otro lado. No por nada anota en su diario, autobiografía, en definitiva, novela: “No duden de caminar a contracorriente. Solo los peces muertos la siguen. Mueran vivos”.