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Ed. Museo-Casa Natal de Jovellanos, año 1996. Tamaño 24 x 17 cm. Incluye 25 reproducciones a color y blanco y negro. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 72

Gaspar Melchor de Jovellanos y Jove Ramírez nace en Gijón, en la alcoba principal de la torre nueva de la casa familiar gijonesa, el 5 de enero de 1744. No creemos abultado afirmar que con él viene al mundo una de las personalidades más apasionantes de todo el siglo XVIII español, carácter forjado en el crisol de un período complejo y ambiguo, de tensiones difícilmente sintetizables, jalonado de avances y retrocesos, culminación, en fin, de un enconado debate filosófico, político y cultural, que nunca había dejado de alentar en el transcurso de la centuria, pero que adquiere tonos realmente dramáticos durante la madurez vital de nuestro autor. Jovellanos vivió la España de su época con una intensidad desproporcionada a la de su propia fortuna personal, que, como en el caso de tantos y tantos compatriotas, le acabó siendo injustamente adversa.

Jovellanos habitó en su casa natal un tiempo relativamente corto (es probable que no llegue a una veintena de años) si lo comparamos con los sesenta y seis años vividos. Se trata de uno de los monumentos urbanos más populares y entrañables de Gijón. Ubicada en el límite meridional del barrio de Cimadevilla, intramuros de la ciudadela romano-medieval. Las primeras noticias que se conocen de la misma se remontan a fines del siglo XIV, a la época de la rebelión de don Alfonso Henríquez, conde de Gijón, contra su sobrino el rey don Enrique III de Castilla. Al parecer, el solar sobre el que se erige la actual casa era el que ocupaba el alcázar del infante rebelde, hijo bastardo del rey Enrique II. Así se hace constar en la donación que el monarca castellano hizo de él en 1397 al comandante Laso García de Jove en premio a su decidido apoyo en la guerra civil.

Las etapas de residencia de Jovellanos en Gijón fueron las siguientes: en la infancia, hasta 1757, cuando inicia sus estudios en Oviedo que continuará dos años más tarde en Avila; en diciembre de 1767, para despedirse de la familia antes de tomar posesión de la Alcaldía del Crimen de la Audiencia de Sevilla; luego, desde comienzos de la primavera al 19 de setiembre de 1782, con motivo de una comisión oficial: dar inicio a las obras de la carretera de Castilla; durante su destierro, del 12 de setiembre de 1790 hasta el 15 de noviembre de 1797, en que parte para hacerse cargo de ministerio; tras su apartamiento de la Corte, desde el 27 de octubre de 1798 hasta el 13 de marzo de 1801, cuando es conducido a prisión en las Baleares y, por último, en un breve y accidentado período en plena Guerra de la Independencia, del 7 de agosto hasta el 6 de noviembre de 1811, sólo veintidós días antes de su fallecimiento en Puerto de Vega (Navia), huyendo del avance de las tropas del general francés Bonnet.

Además, estos intervalos que se correspondieron con diferentes momentos de la vida, destinos profesionales o avatares políticos, tampoco fueron de residencia constante en Gijón sino que, sobre todo en los años 1782 y 1790- 1797, hubo de alternarlos con frecuentes desplazamientos dentro de la provincia y con viajes por el norte de la Península para despachar encargos oficiales.

La de Gijón es, indiscutiblemente, la residencia familiar, donde Jovellanos vio la luz y se crió, pero no estaba destinada a ser su casa dado el lugar que ocupó entre los hermanos de su familia. Don Gaspar Melchor fue el cuarto de los cinco varones del matrimonio de don Francisco Gregorio de Jove Llanos (1706-1779) y doña Francisca Apolinaria Ramírez de Jove (1703-1792). El destino de don Gaspar, como el de cualquier segundón de familia hidalga en la España del Antiguo Régimen, era seguir la carrera eclesiástica, militar, administrativa o jurídica dejando el gobierno de la casa y de la hacienda familiar al mayorazgo. Los acontecimientos políticos y las circunstancias biográficas, en cambio, hicieron que Jovellanos fuera, primero confinado en el domicilio familiar (1790-1797) y que, tras la muerte de todos los hermanos varones, acabara convirtiéndose en el último señor de la casa de los Jove Llanos.

Una de las efemérides reseñables de esta casa fue la de haber recibido al viajero británico Joseph Townsend a fines del verano de 1786, siendo huésped del señor don Francisco de Paula.

Jovellanos no disfrutó mucho tiempo del retiro gijonés ni tampoco tuvo oportunidad de seguir renovando la casa solariega. El 13 de marzo de 1801 es arrestado en su propio domicilio y secuestrados sus papeles; conducido urgentemente a Barcelona para embarcar a Mallorca, llega el 18 de abril a la cartuja de Valldemosa, su primer destino como prisionero del rey. El 5 de mayo de 1802 es trasladado al castillo de Bellver (Palma de Mallorca) donde es sometido a un aislamiento severo. Durante casi seis años éste será su hogar: una celda que fue decorando a su gusto y poblando de muebles, libros, pinturas, grabados y objetos que aparecen mencionados en los cuadernos XII y XIII del Diario, en su correspondencia y en la Segunda Memoria testamentaria, dictada en Bellver durante 1807.

Del destierro y prisión sacó don Gaspar arrestos suficientes para dedicarse al estudio de Mallorca, de su historia y peculiaridades. Allí redacta las Memorias histórico-artísticas de arquitectura, que inicia en 1804 y van destinadas al ya citado amigo y biógrafo Agustín Ceán Bermúdez; en ellas se incluyen la magnífica Descripción del Castillo de Bellver, considerada unánimemente como uno de los más preciosos e importantes textos de la literatura prerromántica europea, y en la que late un sentimiento, acerca de la naturaleza que le rodea, muy hondo y muy ligado a su estado de ánimo y emociones.

En 1808, siete años después de su llegada a la isla, los acontecimientos políticos, precipitados a raíz del Motín de Aranjuez, posibilitan su excarcelación definitiva, cuando todavía está reciente el cambio de trono en la figura de Fernando VII. En vano fue que exigiese la completa reparación moral de su honor, porque los que firmaban ahora la orden de libertad -paradójico juego repetido muchas veces en la historia de España- eran los mismos que habían determinado su anterior condena, que nunca fue precedida de cargos ni proceso alguno. A los sesenta y cuatro años, con la espalda cargada de infortunios y vejaciones, Jovellanos se ve de nuevo enfrentado a una situación peligrosa y excepcional. El pueblo le había saludado como símbolo de las libertades clausuradas, como la esperanza del resurgimiento nacional; los amigos, los que habían compartido con él muchos de los esfuerzos encaminados a desterrar la tiranía, abrazaban la causa napoleónica del rey José I, como única solución posible para cambiar los destinos del país.

Debieron ser momentos de intensa reflexión personal, tras los que decide, en los primeros días de septiembre, alzarse contra el invasor y aceptar el nombramiento de la Junta de Asturias para representarla, junto al marqués de Camposagrado, en el órgano supremo de la Junta Central. Con esta decisión, Jovellanos se situaba frente a los que habían sido sus amigos a lo largo de su vida: los Cabarrús, Meléndez, Moratín y tantos otros. En carta dirigida al primero de ellos, uno de los alegatos patrióticos más alejados del celtiberismo político hispano, escribe: «España no lidia por los Borbones, ni por Fernando; lidia por sus propios derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes de toda familia o dinastía».

Durante la guerra, formando parte de la Junta Central, Jovellanos se convierte en el símbolo moderador de las tendencias presentes en dicho organismo, capitaneadas unas, las conservadoras, por el viejo Floridablanca y otras, las revolucionarias, entre las que se encontraban su propio sobrino, el latinista Juan de Tineo, el poeta Quintana, el conde de Toreno o el jurisconsulto asturiano Argüelles.

En la organización de las labores propias de un gobierno provisional, brilló de nuevo el gran talento estadista del gijonés, aquella capacidad que no había podido desarrollar en su etapa ministerial, y ello en medio de unas condiciones organizativas y políticas absolutamente precarias (la Junta sobrevivió quince meses, hasta el mes de enero de 1810). Su experiencia quedó recogida en la Memoria en defensa de la Junta Central, que se publica en La Coruña en 1811, contra las acusaciones de muchos provinciales que la hacían responsable de la cruenta guerra y del caos social en que estaba sumido el país.

Cesado en sus funciones de diputado, aprovecha para retirarse a Asturias. El 24 de enero de 1810 parte de Sevilla en dirección a Cádiz, donde llega el 27 del mismo mes. Embarca para Asturias el 26 de febrero en el bergantín Nuestra Señora de Covadonga. Un temporal les obliga a tomar tierra en Muros de Nova el 6 de marzo. En Galicia se demora algo más de un año, esperando que Asturias fuera liberada de la ocupación francesa. Esto sucede a comienzos del verano de 1811 y, el 27 de julio, desde La Coruña, inicia el viaje por tierra.

Después de diez años de involuntaria y forzosa ausencia, llega a Gijón el 7 de agosto. Encuentra el Instituto desmantelado, convertido en cuartel por los franceses, y su biblioteca expoliada; también su casa había sido saqueada. A pesar de todas estas contingencias, anunció la reapertura de su querido Instituto para el 20 de noviembre pero la guerra y la muerte impidieron que lo llegara a ver.

El 6 de noviembre se ve obligado a abandonar Gijón ante el regreso de los franceses; parte por mar con destino a Castropol pero una tempestad les obliga a refugiarse en Puerto de Vega el 14; allí morirá, el 28 de noviembre de 1811. Su equipaje lo componen unas pocas alhajas y dinero, ropas, papeles, libros, dos carpetas con la valiosa colección de dibujos y algunas pinturas de su casa de Gijón tomadas apresuradamente en la huida.

Cuando Jovellanos fue arrestado en 1801, la mansión familiar fue dejada a la custodia de su sobrino Baltasar González de Cienfuegos Jovellanos; su íntimo amigo Pedro Manuel Valdés Llanos (don Petris en el Diario o Teresina del Rosal en la correspondencia de aquellos años) también estuvo al cuidado de sus bienes. Antes de partir, don Gaspar pudo presenciar el sellado de su biblioteca y el secuestro de sus papeles. La devolución de éstos y del archivo familiar fue varias veces reclamada en vano a partir de 1804 por su hermana sor Josefa de San Juan, monja recoleta en Gijón. Una vez liberado de su prisión en Mallorca, Jovellanos reclama desde Jadraque a don Sebastián Piñuela y Alonso, ministro de Gracia y Justicia, la restitución de los «papeles de que fui injustamente despojado en 1801 […] Ruego por tanto a V. E. se sirva mandar que todos los dichos papeles, con los dos baúles en que fueron colocados, se entreguen a d. Juan Ceán Bermúdez, que los recibirá en mi nombre». La entrega se realizó, en efecto, pero a causa de la guerra Jovellanos no pudo disponer de ellos; éstos quedaron en Madrid, en casa de Ceán, y sólo una pequeña parte fueron entregados al legítimo heredero, don Baltasar González de Cienfuegos, en 1813.

Pero los contratiempos que la ocupación francesa de la Península trajeron a Jovellanos no se redujeron sólo a la suerte de sus papeles y equipaje repartidos entre Barcelona, Madrid y Sevilla. La casa de Gijón y el Real Instituto fueron saqueados tanto por las tropas invasoras como por el ejército nacional. En Sevilla, a finales de la primavera de 1809, recibe las primeras noticias desalentadoras de su pueblo: «[los franceses] destrozaron mis pinturas, despedazaron mis libros, quemaron y rompieron todos mis muebles» le comenta a lord Holland.

Los males no acabaron aquí. De nuevo en 1811, estando ya en Galicia, le llegan novedades a través de su corresponsal, Pedro Manuel Valdés (que familiarmente firmaba Teresina del Rosal). Este le informa de la desastrosa «entrada» de las tropas del general Porlier en Gijón los días 16 al 19 de octubre de 1810 y del saqueo de su casa el 18:

«¡Maldita sea tal entrada de los nuestros y qué cara costó por todos llados a munchos y a todu el llugar! A la cabaña de les Cruces [nombre familiar de la casa de Jovellanos] ñon i tocó más que tres cortines, como ya dixe, de la sala, que importó poco, porque ya estaben sin color y todes rotes, que fue lo único que llevaron los lladruepos de Porlier y de otru mandón [Salvador Escandón]».

Y más adelante, en la misma carta:

«En cuanto a la cabaña de les Cruces, todo está como ya te cunté y ñada más falta que les tres cortines de la sala. Hoy vive en ella un señorón co la so muyer y 3 u 4 criados; cudia mucho de la cabaña y diz que quier munchu al amu de ella, porque ye bon hombre, y que ojalá estoviera aquí pa conocellu; esti señorón ye, falando claro, el general [francés] Valentín».

Un mes después, Teresina del Rosal le tranquiliza sobre las pérdidas:

«Los tos debuxos, que están aquí, y los cartafueyos ñon hebo ñovedá en ellos fasta agora, y si el Mazcatu [el francés] sale […], todo queda de mió cuenta el cuídalo y mandalo a donde esté Antona [Jovellanos]».ç

Se refería Valdés a la valiosa colección de dibujos que Jovellanos legó al Instituto a su muerte. En abril de 1811, recuerda Pedro Manuel Valdés a Jovellanos que «ñon perderé de vista todo lo que toque al cudiadu de la cabaña de les Cruces» y que «si la mazcatería [el invasor] que debe salir del llugar da tiempu a traficar ena cabaña de les Cruces, faráse algo de lo que tien encargado Antonina [Jovellanos], pero si ñon, no hay más remediu que tener pacencia».

Pocos días después, le escribe de nuevo malas noticias relacionadas, en esta ocasión, con el Real Instituto:
«[…] Mas no obstante ye precisu que sepas que el cabañón grande de la Areña [el edificio del Instituto] todu está per cuenta del mazcatu [del francés]; sacóse de illi y con trabayu todos los pergamines que había, tamién otres coses como vidriu, etc. Tamién a Garlones y a Carlinos y a la Bazana».

Cartones, Carlines y La Bazana no son sino los retratos de Carlos IV, del Príncipe de Asturias, don Fernando de Borbón y Parma, y del ministro de Marina don Antonio Valdés Bazán, encargados por Jovellanos en 1794 y 1797, para presidir el estrado del salón de actos del Real Instituto Asturiano. Peor suerte corrieron en 1936, cuando fueron destruidos en el asalto al cuartel de Simancas. En cambio, la biblioteca sí que sufrió el vandalismo de los invasores. Tras su huida, sólo quedaban 62 volúmenes de los aproximadamente más de 700 con que contaba en 1796.

El 13 de mayo le comunica Pedro Manuel Valdés que:

«la cabaña de les Cruces, en el día está sin güéspede dalgún, pero por eso ñon pode fese llimpia en ella ñin de los pergaminos, nin tampoco de los debuxos».

Y el 7 de junio siguiente:

«En cuantu a la cabaña de les Cruces ñon hebo más ñovedá, y en el día está sin güéspedes, y se fai per ella cuanto se puede, y cudien les cosuques; si Dios quixera ponemos tal cual, ya se faría lo que tien mandadu el ama de ella [Jovellanos] sobre los cartafueyos y debuxos».

El 14 de junio de 1811 los franceses evacuaron Gijón y el 7 de agosto Jovellanos hacía su entrada en ella «antes del medio día, cuando no le esperaban». Se detiene en la iglesia para dar gracias, reconoce su casa y corre a ver la ruina del Instituto. A la vista de la pérdida de la biblioteca, cede gran parte de su librería particular para contribuir a la reconstrucción, lo que sólo se pudo formalizar en 1816, después de su fallecimiento: en total se depositaron 4.854 volúmenes y 520 folletos. Pero el destino de la biblioteca del Instituto estaba escrito y de nuevo la fatalidad se cebó con la obra más querida de don Gaspar: la destrucción definitiva de aquella escogida y rica librería se produjo en agosto de 1936, durante el asedio del cuartel de Simancas.

Entretanto, Jovellanos también tiene motivos para lamentarse. El 17 de agosto de 1811 escribe a lord Holland comunicándole su regreso a Gijón:

«Yo he hallado mis pinturas y mi pequeña librería casi destruidas; lo que se salvó fue por una especie de milagro, pues que estuvo ya en Santoña. Pero estoy en Gijón, vivo la casa en que nací y recuerdo aquella gloria felicis olim viridisque juventae».

Y a su amigo mallorquín Tomás de Veri le cuenta que:

«he encontrado en él (su hogar) mis libros y pinturas, arrebatados primero por Ney, salvados ya en Santoña y aprehendidos después de su recobro por mi fiel criado que los salvó de la segunda invasión. Pero ¿cómo? Menguados y descabalados los primeros y rotas y estropeadas las segundas. Tal como están, me hallo ya en medio de ellos, pero solo, muerta toda mi familia y casi todos mis amigos».

La casa natal fue requisada en la guerra y habitada, sucesivamente, por el comandante francés De Cressen, por el general Valentín y desvalijada por los españoles Porlier y Escandón. Su hermana Catalina de Sena había muerto en diciembre de 1808, estando Jovellanos en Sevilla; sólo su sobrino Baltasar González de Cienfuegos, don Pedro Valdés Llanos y alguno de los antiguos criados, como Pedro Escandón y Noriega, velaban por ella. Pero el celo de todos no pudo evitar el saqueo.

Por lo referido y las aclaraciones de Jovellanos, la casa fue asaltada en tres ocasiones: una por Ney y De Cressen, en la primavera de 1809; otra, durante la estancia de la guarnición francesa al mando del general Valentín (marzo de 1810 a junio de 1811) y otra, por las tropas españolas del mariscal Mariano Renovales y Juan Díaz Porlier el 18 de octubre de 1810. Al parecer, una parte de las pertenencias de su casa solariega había sido requisada y llevada a Santoña (Cantabria) por la armada de Renovales quien, junto con Porlier, perpetraron el saqueo de Gijón en octubre de 1810. No hay constancia de las pérdidas pero éstas debieron ser cuantiosas.

A la muerte de Jovellanos, gran parte de sus bienes se hallaban dispersos entre Madrid, Barcelona y Sevilla. Así lamentaba Jovellanos su triste destino en carta a su amigo Tomás de Veri, fechada en Muros, el 26 de mayo de 1811:
«Doy por perdido cuanto tenía en Gijón; en Madrid quedó mi plata, mi ropa blanca y de color, una buena librería, la mitad de mis cuadros y todos mis antiguos papeles, y en Sevilla la nueva librería que iba formando y una buena partida de hierro que me enviaban de Asturias y era el último resto de mi pobre fortuna. Pero aseguro a usted que nada me interesa tanto en el día cuanto los pocos escogidos libros, apuntamientos y borradores y embutidos [cuadros de taracea] que están en Barcelona. Yo no sé cómo está conformado mi espíritu: estoy en la mayor pobreza, etc».

En Puerto de Vega, donde fallece el 28 de noviembre de 1811, se retiene el equipaje de mano del difunto a la espera de formar el inventario judicial. A causa del avance de las tropas francesa, las diligencias se fueron verificando sucesivamente en Coaña, Castropol y Ribadeo entre el 29 de noviembre y el 17 de diciembre de 1811. Su legítimo heredero, don Baltasar González de Cienfuegos, tuvo que cumplir las últimas voluntades de su tío y también recuperar sus desperdigados bienes, para lo cual tuvo que seguir un proceso de posesión en Oviedo. Barcelona y en Madrid que se prolongó hasta 1815.

A partir de ahora, las propiedades rústicas, la casa solar de Gijón y los bienes muebles (excluidos aquellos de los que dispuso en su última Memoria testamentaria de 1807) pasaron a los hijos de doña Benita de Jovellanos, a la familia González de Cienfuegos Jovellanos. En siglo y medio, las ventas, repartos entre herederos y otras vicisitudes, acabaron por desperdigar lo poco que Jovellanos tan trabajosamente había reunido. Como recuerda su biógrafo, don Gaspar murió pobre: en 1810 tuvo que aceptar un préstamo de su mayordomo Domingo García de la Fuente para regresar a Asturias, porque no tenía

«más dinero que ocho mil reales escasos; único fruto de sus largos y penosos servicios en quarenta y dos años, pues aunque soltero y sin estrechas obligaciones, había consumido sus sueldos en libros y pinturas, desaparecidos con sus desgracias, en viages, y en socorrer a los necesitados».

INDICE
Siglas y abreviaturas
Agradecimientos
PRIMERA PARTE
I- Noticias históricas y genealógicas de la casa solariega de los Jove-Labandera y de sus distintos poseedores
Edad Media y siglo XVI
Siglos XVII y XVIII: los Jove Llanos
El Hospital de la Villa y la capilla de los Remedios
El edificio
Siglos XIX v XX: los Cienfuegos-Jovellanos
La transformación en Museo
El «Museo-Casa Natal»
SEGUNDA PARTE
II- Las habitaciones de Jovellanos
Los lugares de residencia de Jovellanos a lo largo de su vida
Las otras casas de Jovellanos
Las habitaciones de Jovellanos en la casa de Gijón
-El cuarto de la torre (1790-1797)
-El piso principal de la torre nueva y el cuarto de chimenea (1798-1801) . . .
Pinturas
Mobiliario
Las postrimerías de Jovellanos, su casa de Gijón y la Guerra de la Independencia
Epílogo
Bibiografía