Ed. Fundación Proa, año 1997. Tamaño 30,5 x 23,5 cm. Incluye 22 reproducciones a color sobre papel ilustración. Usado excelente, 64 págs. Precio y stock a confirmar.
“Julio Galán, nacido no se sabe si en 1958 o en 1959, es un pintor originario de Múzquiz, población ganadera del estado de Coahuila, y por su formación es considerado pintor regiomontano. En Monterrey tuvo sus aproximaciones iniciales a la contemplación y aprecio de la pintura, a través de la afamada galería que rige Guillermo Sepúlveda y allí realizó sus estudios de arquitectura.
La eclosión de la promoción artística contemporánea en la capital norteña es un fenómeno que en muchos aspectos resulta inédito en México y en el contexto de dicha constelación de factores emerge Julio Galán, que ha devenido de algunos años a la fecha en figura internacionalmente reconocida. Si se habla de los artistas de su generación, en un sentido internacional, diríase que el único que guarda parangón con él es Gabriel Orozco, cuya postura estética -tratándose de un artista conceptual- es radicalmente distinta a la de Galán e igualmente exitosa.
Cuando su fama empezó a perfilarse, se lo empezó a comparar con Frida Kahlo (1907-1954) cuyo endiosamiento, que continúa a la fecha, se inició aproximadamente hace un cuarto de siglo. La pintora como es bien sabido se ha convertido en emblema y hoy día es una de las figuras más «bibliografiadas» del mundo. Al mismo tiempo resulta difícil establecer la diferencia entre la exploradora de la eterna herida abierta y la red de factores que han convertido al personaje en fenómeno publicitario, a veces en demérito de su obra. Por eso me parece importante asentar ahora que nada tiene que ver Julio Galán con Frida Kahlo.
Ni su iconografía, ni su modo de armar escenarios, ni sus intenciones, ni su espíritu, guardan relación con la mítica pintora. Es cierto que la pintura de Galán resulta ser autobiográfica, pero nada hay en ella, salvo la recurrencia a algunos rasgos mexicanistas, o mejor dicho «neomexicanistas», que remita ni a los modos de hacer de Frida Kahlo, ni a sus intenciones, ni a su manera de introyectar temas.
El imaginario de Galán no es de una sola pieza, los signos y símbolos que genera pueden resultar indescifrables incluso para él mismo y además, cosa fundamental, está marcado por su propio tiempo, por sus experiencias, sus viajes, sus humores, más que por la obra de cualquier otro artista, incluidos aquellos a quienes obviamente venera, como a Francis Bacon. De éste suelen aparecer algunos matices, no del todo definidos, detectables en las obras en las que el motivo es una cabeza, la del propio Julio, desafocada, apuntando a ángulos opuestos y al mismo tiempo simultáneos.
El universo críptico, «confesional» y a la vez secreto de este pintor empezó a hacerse notar desde principios de la década de los ochenta. Nada nace de la nada, y las predilecciones de Julio Galán, configuradoras de un universo calificado de enigmático, desconcertante, perturbador, desequilibrante por parte de Jurrie Poot en un texto que comenta la exposición del Stedelijk Museum, Amsterdam (1992), tiene sus antecedentes y sus convergencias con lo que otros artistas ya manejaban cuando él despuntó.
Uno de los principales es Enrique Guzmán, quien murió por propia mano a la edad de 33 años en Aguascalientes (1986). Antes que él, Xavier Esqueda manejaba una mezcla de postsurrealismo impregnado de rasgos pop, que como en el caso de Galán, rinde pleitesía al kitsch como categoría artística. El kitsch, bien se sabe, es típico de la sociedad de masas y algunos especialistas consideran que cuando se da en las artes plásticas (ocurre en todas latitudes) se instaura como sistema estético de comunicación y por eso apela a sectores amplios de un público que puede ser culto, semi-culto, con pretensiones de cultura o sin ninguna pretensión de tal índole.
El kitsch se ha dado en muchísimos momentos de la historia desde la antigüedad hasta nuestros días y está ligado como bien dice Gillo Dorfles al universo de los productos y los objetos que nos rodean, por lo tanto sus manifestaciones difieren según el medio ambiente. ¿Será México uno de los ombligos del kitsch? no lo sabemos, pero hay artistas, los ya mencionados y otros más, como Rafael Cauduro, que replantean parámetros de la estética kitsch con evidente acierto.
Sin embargo nada hay en los léxicos manejados por los pintores mencionados que resulte confundible o que proponga un hilo conductor. Si se quiere están atravesados por una trama invisible que tiene que ver con la nostalgia y con la imposibilidad del cumplimiento del deseo y eso es todo. Julio Galán juega no sólo con las imágenes, sino con las palabras. A veces las introduce como elementos plásticos en sus composiciones, como si estas tuviesen la intención de funcionar como «affiches» que conducen a la aprehensión de un mensaje, jamás unívoco”.
Teresa del Conde