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Ed. Cátedra, año 2014. Tamaño 18,5 x 11,5 cm. Incluye más de 60 fotografías en blanco y negro. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 316
Heráclito nos recordaba que nunca nos bañaremos dos veces en el mismo río, una lección que nos hace ser conscientes de que ningún amanecer es igual a los demás. La rutina tiene sus variaciones. Eso es, al menos, lo que podemos comprobar en los imperceptibles movimientos de Eva, Willie y Eddie en Extraños en el paraíso, en los de Jack, Zach y Bob en Bajo el peso de la ley o en los del mercenario sin nombre de Los límites del control. ¿Acaso hay un día igual incluso para alguien que sigue sistemáticamente una rutina?
En la cotidianidad siempre hay un pequeño detalle o acontecimiento que hace que un día se diferencie de otro. Además, es en los gestos y en esas acciones domésticas en donde gravita y aflora la verdadera personalidad de cada individuo. Ese es uno de los aspectos que retrata Jarmusch, casi con el ojo de un entomólogo incluso cuando alguno de sus personajes se sale de su rutina y emprende un viaje, como la joven pareja japonesa que recorre los Estados Unidos siguiendo la estela de sus ídolos musicales en Mystery Train. En Memphis visitan los lugares relacionados con Elvis Presley pero Jarmusch elude las imágenes turísticas; ni siquiera muestra los «santuarios», aunque haya una breve secuencia de los jóvenes en los estudios Sun Records, que en realidad es una estancia no muy grande, con una mesa de mezclas y numerosas fotos colgadas en las paredes de viejas glorias del rock y del blues.
Jarmusch aun va más lejos. Lo que muestra en Mystery Train son esos intermedios a los que menos importancia le da el turista, normalmente más pendiente de los lugares que visita que de las posibles anécdotas que surgen durante su periplo. Hay una secuencia reveladora, casi una declaración de intenciones del propio Jarmusch, en la que define uno de los propósitos de su cine cuando Mitsuko le pregunta a Jun por qué solo saca fotos de las habitaciones de los hoteles donde se hospedan y no de todo aquello que ven. Este responde: «Eso lo tengo en la memoria. Las habitaciones de hotel y los aeropuertos los olvidaré). Nadie suele acordarse de lo cotidiano porque es algo a lo que el mecanismo humano responde automáticamente. Sin embargo, surge otro interrogante: además del carácter mitómano de su particular peregrinaje, realmente ¿para qué les sirve el viaje? ¿Cuál es la meta real? ¿Para llegar a la conclusión de que Yokohama y Memphis no son en el fondo ciudades tan diferentes? ¿Acaso para reafirmarse ellos mismos a través de una mitología musical que, como todos los demás acontecimientos, es propiedad de la historia?
De hecho, la ciudad de Memphis que retrata Jarmusch es la imagen del vestigio que va degradándose, desapareciendo con el paso del tiempo, como las calles de Nueva York, Cleveland o la misma Florida en Extraños en el paraíso, la Nueva Orleans de Bajo el peso de la Ley, donde ni siquiera se aprecia huella alguna de aquellos tiempos magnificados por las bandas de jazz, o el territorio salvaje de Dead Man, en el que el auténtico salvaje es el propio hombre blanco. Porque los espacios que fotografía Jarmusch pueden ser los de cualquier lugar.
Con el paso del tiempo y la aplicación de la tecnología más avanzada, las imágenes que ofrecen la mayor parte de las películas comerciales se han vuelto muy poco fiables. Ya no resulta sencillo decir si en Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) se muestra Nueva York o unos simples escenarios construidos en las afueras de Londres. Las ciudades que aparecen en Lost in Translation (Sofía Coppola, 2003) o en casi toda la obra de Wong Kar Wai han sacrificado una buena parte de su verdadera idiosincrasia a cambio de los iconos que al principio daban significado al paisaje urbano estadounidense y que ahora imponen el mismo aspecto en bastantes barrios de Copenhague, Oporto, Edimburgo, Sao Paolo, Hong Kong o Taipéi. Lo cierto es que, de vuelta a la vida real, es muy difícil recordar un centro urbano en el que no haya luces de neón, grandes anuncios luminosos a la entrada
de los establecimientos, los inconfundibles anagramas de McDonald’s o Burger King, rascacielos, cibercafés, cines con enormes carteleras, galerías comerciales, hoteles Marriot o Hilton, locales de karaoke…
Jarmusch, por su parte, muestra en sus películas ciudades y lugares sobre los que, a modo de palimpsesto, se van superponiendo las huellas de las sucesivas épocas, de otras culturas. Sobre las que después el hombre crea los fantasmas, los mitos y las leyendas. Como el espectro de Elvis que se le aparece a Luisa en Mystery Train. ¿Acaso ha sido algo real o un producto de su imaginación? Sea lo que fuere, sus observaciones van siempre más allá de la anécdota y nos interrogan acerca de cuestiones más importantes, más significativas, como hasta qué punto la existencia, y por tanto la historia, no tiene rasgos de ficción.
Seguramente por eso nos ayuda a entender que cuando uno recuerda viejos tiempos o lugares, su visión suele ser diferente de la
de los demás. Algo así nos lleva a un nuevo interrogante: ¿haste qué punto son fiables nuestros sentidos? El cine de Jarmusch nos obliga a indagar en lo que se ha convertido en invisible por la fuerza de la costumbre. Eso le ha valido el calificativo de minimalista, algo con lo que no podemos estar más en desacuerdo. El término «minimalismo» significa, en cierta manera, reducción de algo a lo esencial, y aquí puede que floten, inconscientemente, las interferencias del movimiento artístico del mismo nombre,
el de Donald Judd, Carl Andre, Dan Flavin o Robert Morris, entre otros. Lo que hay en el cine de Jarmusch es el reflejo de ese tiempo suspendido entre una acción y otra, entre un suceso y otro, y en el que aparentemente no pasa nada, o no creemos que pase nada. Martin Scorsese lo expresó en Taxi Driver (1976) y Bob Fosse en All that jazz (1979) con el primer plano de
una pastilla efervescente disolviéndose en un vaso de agua, en la primera para ilustrar la agitación interior de Travis Bickle (Robert De Niro) y en la segunda para preludiar de manera cotidiana la futura muerte del coreógrafo Joe Gideon (Roy Scheider). Porque el espacio de lo cotidiano suele pasar desapercibido ante nuestros ojos. «Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo suceder y ser-así son casuales», escribió Ludwig Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus. Ese es el punto de vista de Jarmusch hacia sus personajes, que parecen suscribir otro pensamiento del citado filósofo: «El mundo es independiente de mi voluntad». Quizá por ello son seres a la deriva que han tomado la opción de dejarse llevar por los acontecimientos.
Hay que matizar que Jarmusch elude toda interferencia filosófica en su cine, en beneficio de la observación minuciosa de lo cotidiano. Algo que en cierta manera lo emparenta con otros cineastas como John Cassavetes, Monte Hellman o Quentin Tarantino, con los que posee algunos nexos en común, como esa constatación del fracaso del American way of life que fluye soterradamente en sus películas. Por ir a un extremo: El tiroteo (Monte Hellman, 1967) no es un western al uso. Hay algo misterioso en sus protagonistas y hay una historia de venganza, pero lo realmente importante son los conflictos que surgen durante la travesía a caballo en medio de un territorio árido y salvaje. Hellman, como Arthur Penn o Sam Peckinpah, elimina cualquier aspecto que tenga que ver con la< epopeya. Sus personajes son seres corrientes que tratan de sobrevivir. Como son los que protagonizan Sombras (John Cassavetes, 1958) o los del propio Tarantino, vulgares gánsteres de poca monta que, como los Ghost Dog: El camino del samurai, se hallan en las antípodas del glamour que destilaban las encarnaciones de James Cagney, Edward G. Robinson o Humphrey Bogart. Aunque en el film de Jarmusch los personajes se lamenten del esplendor pasado que han perdido.
Se podría afirmar que las películas de Jarmusch son testimonios fílmicos de lo cotidiano. No importa cómo sus protagonistas resuelvan sus conflictos, porque muchas veces éstos siguen abiertos al término de cada metraje, sino lo que sucede durante el conflicto, aunque en ocasiones el verdadero conflicto es que no hay conflicto. Lo importante son todos esos tiempos suspendidos, comunes a la existencia de cualquier ciudadano, en los que, en muchas ocasiones, un mínimo destello puede provocar la suficiente emoción capaz de romper la rutina en ese instante.
INDICE
Introducción
INOCENCIA, JUVENTUD Y EL MUNDO POR DELANTE
Parentescos
-Del serie B al cine experimental
-Itinerancias
-Confluencias y divergencias
Fronteras
-América
-Europa
ESTRATEGIAS NARRATIVAS: EN TORNO AL ITINERARIO
-Narración episódica: el ritual de lo cotidiano
-Rimas (acontecimientos, espacios, nombres y relaciones)
-Acontecimientos: el azar
-Espacios: entre ciudades fantasma y naturalezas inhóspitas
-Los personajes: antagonías y contradicciones
Texturas: B/N y color, sonidos
EJERCICIOS DE SAMPLING: DE TOM WAITS A MULATU ASTATKE (CANTANTES, MUSICOS Y ACTORES)
Ciclo John Lurie: Permanent Vacation, Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley y Mystery Train
Ciclo Tom Waits: Bajo el peso de la ley, Mystery Train y Noche en la tierra
Ciclo Neil Young: Hombre muerto y El Año del Caballo
Ciclo Negro (RZA y Mulatu: Ghost Dog: El camino del samurai y Flores rotas
Mezclas: Café y cigarrillos, Los límites del control y Solo los amantes sobreviven
ITINERARIOS
1980- Permanent Vacation
1984- Extraños en el paraíso (Stranger than Paradise)
1986- Bajo el peso de la ley (Down by law)
1989- Mystery Train
1991- Noche en la tierra (Night on Earth)
1995- Hombre muerto (Dead Man)
1997- El Año del Caballo (The Year of the Horse)
1999- Ghost Dog: El camino del samurai (Ghost Dog: The Way of the Samurai)
2002- Int. Trailer Night
2003- Café y Cicarrillos (Coffee and Cigarettes)
2005- Flores rotas (Broken Flowers)
2009- Los límites del control (The Limits of Control)
2013- Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive)
PROYECTOS Y QUIMERAS
JIM JARMUSCH POR JIM JARMUSCH
FILMOGRAFIA
-Como Director
-Como Actor
-Otros
BIBLIOGRAFIA
VIDEOGRAFIA (DVD)
SITIOS WEB DEDICADOS A JIM JARMUSCH