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Ed. Platense, año 1984. Tamaño 21 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 190

Lautréamont 100 años040Yo organicé la Triple A. Fue una necesidad impostergable del diario vivir –o diario morir- impuesta por un terrorismo que no tuvo jamás piedad de nadie y que comenzó su obra destructora con violencia en inocentes, en quienes no tenían actividad alguna en la política argentina.

Haciendo uso de una licencia literaria, lo he narrado en primera persona para darle más fuerza, vigor y realismo, aunque yo no ejecuté a nadie. Pero viví inmerso en esa lucha y bajo amenazas de muerte, desde mayo de 1973 hasta abril de 1974. Muchos operativos me fueron narrados por Luis Tarquini y la documentación me fue incautada por las autoridades, como explico más adelante.

Todo es real. Sólo faltan algunos apellidos que no llegué a conocer.

Esta no es una obra de ficción. Todo lo que se cuenta en este libro es real y ha sucedido. Y es de lamentar que así sea.

Los hechos que aquí se relatan, ocurridos en su mayoría entre 1973 y 1976, han marcado una época que los argentinos en particular y el mundo en general deben evitar a toda costa que se repita.

Este libro es, por sobre todas las cosas, una denuncia. Una denuncia contra todos aquellos que trataron de sobreponer sus intereses personales a los de la Nación y, para lograr sus propósitos, recurrieron a la amenaza, a la tortura, a la muerte y a todo aquello que está en contra de los más elementales postulados de la moral y de la ética.
Muchos de los episodios que se narran en estas páginas fueron vividos por el autor en forma personal, como participante o testigo de los mismos.

Otros me fueron narrados en cartas enviadas a Devoto por Luis Tarquini, asesinado por los Montoneros a fines del 75 ¿Qué fue de esa correspondencia? La tenía conmigo, ordenada y clasificada en mi celda de aislamiento del primer piso de dicha cárcel cuando me fue requisada. Una “Comisión” integrada por el Subprefecto Galíndez, el Jefe de la Requisa y varios empleados más irrumpió en mi celda y se llevó todo aduciendo “órdenes de arriba”. Era entonces Director de la Cárcel el Prefecto Ruiz . Todas mis protestas por este hecho al Sr. Juez Dr. León Carlos Arslanián, no recibieron respuesta.

Cuando escribo estas líneas, acabo de salir en libertad luego de un cautiverio de nueve meses en la Cárcel Central de la Jefatura de Policía de Montevideo. El motivo de esta prisión fue un pedido de extradición de la Justicia argentina, finalmente desestimado por el magistrado actuante.

No obstante, de ningún modo descarto la posibilidad de que dicho intento de llevarme allende el Plata vuelva a repetirse, aún basado en hechos inexistentes. La cuestión es llevarme, no importa cómo, para sentarme una vez más en el banquillo de los acusados, sin tener en cuenta que fui el primero y único declarante en la causa de la Triple A. Sin tener en cuenta que mientras yo declaraba como testigo, José López Rega se encontraba aún en la Argentina y que, cuando se fue, salió del país en un avión oficial y con el cargo de Embajador Plenipotenciario.

La Justicia lo tuvo y lo tiene todo y no hizo nada: no es culpa mía.

Muchos dudaron de la autenticidad de mis declaraciones, pero el tiempo las fue confirmando. Poco a poco ha ido quedando demostrado que todo lo que yo he afirmado ha sido la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Fui torturado en la Cárcel de Villa Devoto y de nada valieron mis denuncias y reclamos ante el Juez Dr. José Luis Méndez Villafañe, Secretaría Pincciroli y ante el Dr. Arslanián.

Luego declaré ante la Comisión Investigadora del Congreso, de la que formaba parte el actual Ministro del Interior, Antonio Tróccoli, a quien intenté contactar por carta en varias oportunidades e imagino que las mismas nunca llegaron a su poder, pues lo sé un hombre de bien y quizás su voz hubiera evitado las cicatrices que aún conserva mi cuerpo.

Jamás me negué a declarar, y prueba de ello es el telegrama que en esete libro se publica con la citación del Dr. Marcelo Reynoso para que concurriera –como lo hice- a prestar declaración en la Embajada Argentina en Montevideo, donde era embajador el general Riveros. No correspondía, por lo tanto, un pedido de extradición. Menos aún basarlo en un acuerdo de 1976 –posterior a los hechos- ya que la ley no puede aplicarse con retroactividad.
Si en el momento y el lugar oportunos carecieron del valor necesario para enfrentar y juzgar a López Rega, es un problema que la opinión pública juzgará.

Este relato no es necesariamente cronológico. A veces, deliberadamente, no lo es, cuando se salta de un hecho a otro distante en el tiempo pero muy ligado.

También puedo parecer reiterativo en algunos temas, pero son los que más me importan y, de todos modos –y esto no es disculpa sino explicación- yo escribo como me sale. Pero por lo menos a mí me sale y nadie más ha tenido la valentía de salir a la luz pública y hacer estas denuncias.

Este libro desatará polémicas y serán muchos los que pondrán el grito en el cielo y clamarán por la cabeza del autor. No hay problema en ello, pero “el que esté libre de culpa que arroje la primera piedra”.

Yo pagué por lo mío y lo de algún otro. Me sentiré conforme si lo escrito sirve para aclarar en algo lo sucedido en un pasado más que tenebroso y para impedir que se repitan hechos y acciones que solo sirven para impedir que por fin aparezca la luz en el oscuro cielo de este incierto futuro argentino.

Horacio salvador Paino
Montevideo, agosto de 1984

Indice
Preámbulo
Aclaración
Dedicatoria
Prólogo
La Argentina del 73
El Ministerio de López Rega
La Génesis de la Triple A
Los primeros pasos
Licencia para matar
Operativo en la Facultad de Derecho
El asesinato de Rucci
La Doctora Cristina y la emboscada de los “Montos”
Tres veces la Tripleta
El Pacto de Lorenzo Miguel
Aníbal Gordon y la Triple A
Los estudiantes de la Confitería del Carmen
El aguantadero de Telma
La clarividencia de Viglino
Los artesanos de Plaza Francia
El asesinato del Dr. Rodolfo Ortega Peña
El caso Oxenford
La lista negra de artistas y la muerte de Jorge Cafrune
La Triple A y el antisemitismo
El joven Posse
Dos personas que tuvieron que v er
Otras víctimas de la Triple A
Epílogo
Anexo: Una carta a Videla