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Ed. Debate, año 2015. Tamaño 23 x 15 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 312

Guerras de internet, Zuazo295En Argentina, internet empezó a llegar masivamente a los hogares entre 1993 y 1995. Mi primera conexión fue en 1994, y fue también la de toda mi familia, reunida frente a la computadora (todavía eran un objeto compartido entre los integrantes de la casa y no un elemento personal e intransferible, como hoy). Un viernes a la tarde, cuando ya habíamos vuelto de la escuela y el trabajo, nos reunimos frente al monitor y mi novio adolescente experto en redes hizo una conexión desde el gabinete de la computadora hasta el teléfono. Escuchamos el ruido de la conexión durante quince segundos mientras en la pantalla se dibujaba una línea roja que conectaba un receptor con un router. Ya conectados, empezaron las peleas. Todos queríamos entrar en una página distinta, en un jueguito, a abrir una cuenta de mail. Los jóvenes de la familia nos impusimos. Dominamos por un rato el módem. Pero conectarse todavía era muy caro y las aventuras virtuales duraban lo que nuestros padres soportaban, distraídos con otra cosa.

Internet crecía. Las empresas de telecomunicaciones instalaban cables y tubos que cruzaban el mar y la tierra. Se colocaban kilómetros nuevos de fibra óptica y se construían servidores para almacenar cada vez más datos. Fue una expansión sin plan maestro: la infraestructura de internet aumentó a medida que empresas, gobiernos, universidades y usuarios quisieron y necesitaron usarla. Por supuesto, también creció porque fue el nuevo gran negocio de las empresas de telecomunicaciones. La publicidad y los augurios de los gobiernos, que abrazaron «la sociedad de la información» como una forma de «estar dentro del mundo», también se encargaron de hacerla crecer en la imaginación.

Mientras esta expansión horizontal sucedía, Estados Unidos estableció una serie de instituciones que iban organizando verticalmente —y apropiándose— de las funciones técnicas de la Red: la distribución de las direcciones, los nombres de dominio, los servidores donde se almacenan los datos. El mundo se llenó de cables y edificios que generalmente no vemos porque no tienen grandes carteles, pero nos rodean y son el sustento material de internet, una parte fundamental de su lógica y funcionamiento, pero que muchas veces ignoramos. Y no por casualidad.

Desde el año 2000, que daba inicio a la década que la ciencia ficción asociaba con el futuro, el marketing de la tecnología dejó de vender objetos, eficiencia y productividad. Empezó a vender otra cosa: estar conectado era vivir emociones. Y que ese mundo de felicidad estaba lejos, en una nube.

Según la retórica y el derroche visual de la publicidad, internet es una estela invisible que recorre cielos celestes donde los datos (mensajes, mails, fotos, gatitos que juegan en YouTube) se cruzan y llegan a la computadora o el celular de gente joven y linda —o vieja y saludable— que se abraza a la distancia o baila con sus auriculares en una plaza.

Pero la internet real es bastante distinta de esa imagen. Internet es ese mundo lleno de tubos, cables, tierra, agua, arena y centros de datos aburridos con luces que se quedan solas de noche titilando sin fiestas ni plazas soleadas alrededor.

Cuando empecé este libro también hice una encuesta. Le pedí a cincuenta personas, de diversas edades y profesiones, que me dijeran qué era para ellos internet, cómo funcionaba y quiénes la manejaban, por dónde pasaban sus datos. Les pedí, también, que me dibujaran internet. Con las respuestas en la mano, comprobé que la idea de internet como una nube que nos sobrevuela está muy instalada en nuestra imaginación acerca de qué y cómo es la Red. En cambio, muy pocos trazaron cables en el fondo del mar o asociaron internet a la tierra. La mayoría respondió «no sé» ante la pregunta de si existen leyes que regulen lo que hacemos en internet y una gran parte dio la misma respuesta sobre el camino y el destino de los datos que suben o bajan de la Red. La encuesta, aunque no fuera científica, me hizo confirmar mi plan: tenía que salir a contar internet.

¿Pero cómo contar internet? ¿Cómo hablar de algo que todavía pocos dominan pero de lo que todos hablan, con optimismo (consumista, civilizador, emancipador) o pesimismo («nos aisla», «nos invade», «nos espía»)? Propongo contar internet recorriendo ese camino que queda entre las dos emociones extremas que despiertan las tecnologías: la del miedo y la de la libertad.

No soy técnica; éste no es un libro técnico. Estudié Ciencia Política y trabajo como periodista hace quince años. Escribo sobre tecnología, pero antes de empezar esta investigación sabía más o menos lo mismo que un curioso de las computadoras o las transmisiones de internet. Sé cosas muy básicas de programación y me enfrento al mismo estrés que cualquiera cuando mi proveedor me deja sin conexión. Sin embargo, como periodista que hizo su carrera en una redacción digital y como estudiosa del poder, fui juntando algunas preguntas sobre internet. Casi siempre, lo que no se responde es porque no conviene. Conocerle la cara a los dueños de la tecnología, saber que el mundo perfecto de la nube es un poco más gris o que quienes dicen guardar nuestros datos no lo hacen siempre para cuidarnos implicaría vender menos aparatos y conexiones.

Sin embargo, lo desconocido sobre la tecnología no siempre es producto de una conspiración o la maldad humana.Yo misma soy parte de la «industria» de internet: trabajo en medios digitales y hago que la gente use internet para leer, buscar y consumir cosas. Soy optimista y difusora de muchas de sus herramientas, sobre todo las colaborativas, las que permiten hacer sitios como Wikipedia o compartir las distintas formas del arte a través de un archivo de torrent. Pero también, como periodista que se dedica a la tecnología, me enfrento a que, en la mayoría de los casos, las miradas de mis colegas son ingenuas, centradas solamente en presentar «lo nuevo», corriendo siempre para mostrar el aparato que reemplaza al anterior, de la novedad como garantía de felicidad. Algunos comunicadores vivimos una suerte de exclusión cuando decimos que la tecnología es más compleja. ¿Conflictos, miedos, monopolios informativos, decapitaciones en YouTube, pedofilia, vidas que ya no son privadas, empresas que saben todo de nosotros? «No, eso no es para la tecnología», parecen decirnos. «No, la tecnología siempre es avance, siempre es más debate, más democracia», dicen otros.

Pero yo sí tengo algunos miedos. Me preocupa especialmente el desarrollo de las tecnologías (de países o de empresas) orientadas a controlar las vidas de la gente, con la excusa de hacerla más fácil o de proteger la seguridad. Me inquieta que la conexión crezca más en ciertas zonas del mundo, como todo producto del capitalismo. No porque la llegada de internet vaya automáticamente a civilizar a los no conectados. Sino porque es otra forma de desigualdad. Me preocupa que no podamos ver algo que la escritora y activista norteamericana Rebecca MacKinnon explica con elocuencia: le damos un poder excesivo a internet porque el valor supremo es estar conectados, pero no nos preguntamos quién la controla ni qué hace con nuestra información. El problema es que la libertad de todos depende cada vez más de quién controla esa información que está en internet, pero que la manejamos nosotros, los humanos. Los seres humanos escriben las máquinas y los programas que la manejan. Los seres humanos siguen haciendo las leyes. Y las leyes, en el caso de internet, están en los códigos.

Sin embargo, cualquiera de estos miedos se resuelven, primero, con un gran antídoto: la información. Y para buscar esa información escribí este libro, que se basó en algunas preguntas:

¿De quién son y por dónde pasan los caños que nos conectan?
¿Quién hace las leyes de internet? ¿Quiénes son esos hombres y mujeres y a quién responden?
¿Cuál es el camino de los datos que subimos a la Red? ¿Quién y cómo los maneja?
¿Cómo se usa la tecnología para controlarnos?
¿Quién escribe los códigos que manejan nuestras vidas?

Probablemente, algunas de estas respuestas estén en Google. Pero Google, aunque me parece un invento fascinante y sumamente útil, también es una máquina creada por seres humanos que inventaron un algoritmo que ordena las respuestas de una manera, dando prioridad a algunas y dejando más abajo otras.

En cambio, las respuestas de este libro las van a dar las personas que fui conociendo en el camino, a partir de mis preguntas y mi internet vista con minúscula, para que entrara en una máquina de rayos X de tubos, de mapas, de leyes, de servidores que almacenan datos, de hombres que manejan esa información con distintos fines. Para verla en una escala más real. Para saber cómo está escrita.Y para algún día escribir otros algoritmos. O no, pero al menos para saber cómo funcionan los que usamos.

Irrumpir de cerca en la tecnología para deshacerla y contarla es la primera forma de acercarse a los conflictos de hoy y del futuro. Los fierros, las redes y los aparatos que nos hacen la vida más fácil están hechos por personas y corporaciones. Los usan los gobiernos, las empresas, nosotros. Para cada uno son distintos, pero nunca neutrales. Las máquinas también hacen política.

El viaje comienza en el fondo del mar. La primera parada es un lugar pequeño y poco conocido de la Argentina, donde un grupo de hombres cuida y conecta una de las partes fundamentales del monstruo de internet. Allí, en los caños, empiezan las guerras.

INDICE
Prefacio: Internet en el pedestal
PRIMERA PARTE, DE LA NUBE AL FONDO DEL MAR: COMO FUNCIONA (REALMENTE)
I- Las Toninas: mate, playa y cabes submarinos
II- Las telecomunicaciones en Argentina, de Sarmiento a De Vido
III- Los dueños de internet, más allá de Mark Zuckerberg
SEGUNDA PARTE, DE LA BOMBA ATOMICA A SNOWDEN: COMO EL MIEDO CONSTRUYO LA RED
IV- El dilema de internet: utopía científica versus intereses corporativos
V- Destruir secretos, una nueva forma de activismo
TERCERA PARTE, DE SILICON VALLEY A NET MUNDIAL: COMO SE COCINA INTERNET
VI- Dilma contraataca: San Pablo, capital de internet soberana
VII- Toda la red es política: usuarios, empresas y gobiernos luchan por la web
CUARTA PARTE, DE LAS CAMARAS DE SEGURIDAD A TU CELULAR: COMO LA TECNOLOGIA TE CONTROLA (AUNQUE NO TE AVISEN)
VIII- Vigilar y entretener, un modelo de negocios feliz
IX- Dar aceptar: Google, Facebook y WhatsApp se apropian de nuestros datos
Epílogo: Entender el poder, transformar internet
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