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Ed. Aquilina, año 2013. Tamaño 20 x 12 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 248
No es fácil sostenerse en tres patas, ganar en tres sets, lidiar con tres personajes protagónicos, escribir una trilogía: tres novelas de negras aventuras, tres aventu de novela, tres novelas negras de aventuras, quiero decir. Eso quiso decir y hacer —y lo hizo— el fantástico Ricardo Romero. El spleen de los muertos es la tercera pata que sostiene la mesa, el tercer set que cierra el partido. Pero es un cierre engañoso, claro: Romero deja (literalmente) la mesa tendida, se anota para el próximo torneo. En su caso, un torneo de triples, seguro.
El lector ya sabe (o no) de qué se viene tratando en El síndrome de Rasputín y en Los bailarines del fin del mundo: habrá una vez, en una Buenos Aires que es ésta pero peor, tras un ya lejano Bicentenario apocalíptico en que los incendios y las bombas y las lluvias impiadosas transfiguraron el paisaje, los barrios, el hábitat y las cabezas de la gente; habrá una vez, digo, tres amigos. Como en el tango, pero peor también, porque esta vez -la tercera y la vencida— las letras de la nocturnal música de fondo que acompaña las peripecias de los machucados Abelev, Muishkin y Maglier las escribe/dicta Baudelaire, el caballero del verde tedio, señor del spleen.
En estas novelas impares, Romero hace pie en una tradición de sombría genealogía que no suele echar raíces estos confines: la que viene del oscuro romanticismo gótico y llega —vía la novela popular— al cine de género sin complejos, la aventura con todos los guiños y permisos.
Asi, la peripecia es soberana. Tras el descenso ad ínferos que significó la excursión al CentrodelaTierra en la novela de los
trágicos bailarines, el desmembrado trío protagónico vuelve por dos vías diferentes a la superficie y, clásica, folletinescamente desencontrados, flanqueados sin flaquezas por María y Lucía, secretos y amorosos lazarillos, irán convergiendo pese a perversas conjuras y sombras propias. Numerosos periplos los llevarán de Constitución al Docke, de Monserrat a la Chacarita parando en todas las estaciones del misterio en una Buenos Aires fantasmal, luchando contra la
atroz epidemia de melancolía hasta reencontrarse.
Pero nada es tan fácil, nunca lo es. Para poder sentarse todos finalmente a la mesa de la mamá de Abelev a comer fideos, jugar al chinchón y tomar un impensable Jack Daniels mientras sigue lloviendo como si nunca hubiera de parar en una Buenos Aires enferma terminal, habrá primero que matar y probablemente morirse, remar sangre arriba contra las fuerzas del mal, no tan ajenas en su equívoca perversidad: el emblemático Profesor Lawrence, el curioso Alemán o el siempre sonriente Santolaya.
Pero contar una novela inextinguible como ésta exigiría romper el contrato central de la ficción, la magia siempre renovada por el qué pasa y cómo sigue. Y Ricardo Romero pertenece a la raza de los narradores genuinos, los que no se merecen esa traición ni la perdonan.
Baste decir, entonces, que El spleen de los muertos cuenta una batalla por o contra la melancolía. Pero que la guerra, una vez más, no ha terminado.
Juan Sasturain