Ed. Anagrama, año 2010. Tamaño 20,5 x 13,5 cm. Traducción de Miguel Sáenz. Nuevo, 144 págs. Precio y stock a confirmar.

“La amistad de dos amigos es el eje temático de donde se desprenden la locura, la muerte, la soledad, el amor, la enfermedad, la literatura en sí misma. La obra ¿es una novela? ¿un ensayo literario? ¿un ensayo filosófico? ¿una autobiografía? Difícil, e inconveniente, encerrarla en un solo género.

Todo inicia dos años después de la muerte de Paul Wittgenstein, el sobrino del filósofo Ludwig Wittgenstein, cuando teniendo en cuenta «el frío de enero y el vacío de enero en su casa», el escritor Thomas Bernhard decide llevar al papel la imagen que él tiene de su querido amigo Paul, «y no otra».

De esta forma el narrador nos cuenta una historia que nos hace tocar el dolor, la ternura, la ironía de la vida con sus tristezas, alegría, nostalgias, siempre con base en el reconocimiento a un amigo y la importancia de éste en la vida y en su vida:

“Paul y yo éramos bastante parecidos (…) Mientras yo estaba en el pabellón Hermann mi amigo Paul estaba a unos doscientos metros en el pabellón Ludwig, el cual, sin embargo, no pertenecía como el pabellón Hermann al departamento de pulmón, sino al manicomio”.
De lo que primero nos enteramos es el momento en que Paul Wittgenstein y Thomas Bernhard se encuentran en un hospital, sólo que están en pabellones diferentes.

“Paul, dice, se volvió loco porque, de repente, se enfrentó con todo y, como es natural, se vio derribado, lo mismo que yo me vi derribado un día porque, como él, me enfrenté con todo, sólo que él se volvió loco por la misma razón por la que yo me volví también tuberculoso”.

A partir de este momento se van desarrollando los acontecimientos que vivieron juntos, como cuando el escritor es galardonado con el Premio Grillparzer que le concedía la Academia de Ciencias y al llegar no lo reconoce nadie: lo acompañan “el ser de su vida” y su amigo Paul. Nadie lo recibe porque, aunque le habían otorgado el Premio, no lo conocían. Después de algún tiempo, un desconocido lo reconoce y por fin van por él, lo sientan al lado de la Ministra y “en el momento en que me senté junto a la Ministra, mi amigo Paul no pudo dominarse y estalló en una carcajada que conmovió a toda la sala, y que duró hasta que los músicos de la orquesta de cámara filarmónica comenzaron a tocar”.

Para esto, durante los discursos que se dicen en estas ocasiones consiguen que la ministra se duerma (y hasta ronque); despierta cuando todo termina no sin antes exclamar: «¿Pero dónde está el escritorcete?».

Bernhard también nos ofrece “otra prueba de la fuerza de Paul: la llamada concesión de Premio Nacional de Literatura, el ministro que hizo lo que se llama mi elogio, no dijo en ese elogio más que tonterías de mi, porque no hizo más que leer en un papel lo que le había escrito alguno de sus funcionarios encargado de la Literatura, por ejemplo que yo había escrito una novela sobre los mares del sur , lo que, naturalmente, jamás había hecho. Aunque siempre he sido austríaco, el Ministro afirmó que yo era holandés. Aunque yo no tenía la menor idea de ello, el Ministro afirmó que yo estaba especializado en novelas de aventuras. En su discurso afirmó varias veces que yo era extranjero y huésped de Austria (…) Aquel Ministro, como, sin excepción, todos los demás Ministros, llevaban la estupidez escrita en el rostro (…) Después de que pronuncié unas frases que había escrito en una hoja de papel poco antes de la entrega del premio, una pequeña digresión filosófica por decirlo así, en la que sólo decía que el hombre es miserable y tiene la muerte segura, mi disertación no había durado en conjunto más de tres minutos, el Ministro, que no había comprendido nada de lo que yo había dicho, saltó de su asiento indignado y agitó el puño cerrado ante mi cara. Resoplando de rabia me llamó además perro delante de todos los presentes y dejó el salón, no sin cerrar tras sí la puerta de cristales con tal fuerza que se partió en mil pedazos (…) Toda la concurrencia, unos centenares de vividores de las artes, pero sobre todo escritores, o sea colegas, como suele decirse, y sus acompañantes, se precipitaron tras el Ministro (…) dejándome plantado, con el ser de mi vida, en la sala de audiencias. Como un leproso. Nadie se quedó conmigo…salvo Paul. Fue el único que se quedó conmigo y con la compañera de mi vida, el ser de mi vida, consternado y divertido a la vez…”

Magda Díaz y Morales