Ed. AMIA, año 1997. Tamaño 20 x 14 cm. Traducción de María Espiñera de Monge. Usado excelente, 246 págs. Precio y stock a confirmar.
Un libro hecho de símbolos es inquietante. Esta ahí rebosante de sentido, esperando una nueva interpretación. La lealtad que suscita es menos misteriosa si se comprende que estos símbolos llaman con silenciosas insinuaciones a hombres, mujeres y niños, para procurarse interpretaciones nuevas.
Quizá nada sea tan sorprendente como la vigencia milenaria del Antiguo Testamento. Pero tal vez nada sea menos sorprendente a la vez. El Libro ha atravesado los siglos y las desventuras porque está plagado de símbolos; ha convocado a diversas generaciones porque tiene un sentido distinto para ofrecerle a cada una.
El poeta bíblico anota un episodio enormemente significativo. No se detiene en aclaraciones exhaustivas: se reduce a lo necesario. Confía en el fervor y la lealtad de sus lectores; confía en la potencia de sus símbolos. Si ha sido escueto, hombres y mujeres muy distintos, en circunstancias inimaginables, con medios técnicos insospechables, verán que su imaginación de pronto se ha despertado. El poeta bíblico marca los ejes; las distintas épocas bordarán infinitamente, alrededor de esos ejes, las interpretaciones.
Si el texto a veces resulta parco es para convocar a su alrededor a infinidad de personas dispuestas a interpretarlo, para convocar a la virtud quizá más enigmática de las personas: la imaginación. La imaginación no se confunde con el delirio. Según la etimología latina, delirar procede de lira. Lira es el surco en el que se ha de sembrar. Delirar es salirse del surco, perder la orientación. Imaginar, en cambio, consiste en respetar el surco. La actividad de la imaginación, en torno del surco, siembra y cosecha sus frutos.
El símbolo es el surco en el que la imaginación de muy diversos hombres, diseminados en la geografía y la historia, siembra y cosecha según sus necesidades y urgencias. David es un personaje histórico; pero ante todo David es un símbolo bíblico. Está hecho de la materia de los símbolos: tensado entre amores, hazañas militares, desgarros familiares, inspiración poética, éxtasis danzantes, angustias religiosas. El poeta del Antiguo Testamento parece haber suspendido por un momento su parquedad.
Sin respeto cronológico, mas respetando el sentido, David protagoniza los libros de Samuel I y II, Reyes I y Crónicas. Sin embargo, esta riqueza, lejos de proporcionar una información integral sobre el personaje, es prodiga en episodios que suscitan una y otra vez las preguntas, que despiertan una y otra vez la imaginación del lector. En lugar de resolver los enigmas, los multiplica.
Duff Cooper se dispone a interpretar, en una reconstrucción novelada, la vida de David escrita en los símbolos bíblicos. Hay un David histórico, que los profesionales del pasado han establecido con precisión; pero hay un David simbólico que no se deja precisar, pues va más allá de las precisiones. Durante la Revolución Mexicana, cuando su esposo Diego Rivera pintaba los gigantescos murales alusivos, Frida Kahlo pintaba autorretratos. No consideraba necesario exhibir los hechos, sino reflejar los efectos que esos acontecimientos exteriores producían en su vida interior.
De modo semejante, Cooper intenta exhibir, ante todo, los contenidos interiores de la conciencia de David en el transcurso de su vida.
Indice: I. Samuel. II. Saúl. III. David en el exilio. IV. David rey. V. Betsabé. VI. Avshalóm. VII. Avishag y Adonías. Notas.