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Ed. Nueva Generación, año 2015. Tamaño 21,5 x 13,5 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 160
Cada vez que busco al fondo de la memoria el momento preciso de descubrir una sensibilidad diferente a la masculina, diviso una caminata al atardecer en Leyda, a los diez u once años, con la tía Victoria, la hermana más compinche de mi mamá.
Hombrecitos nos creíamos Juan Fernández Cox (hijo suyo de igual edad), y este aprendiz de brujo, por lo que desde la primera luz del alba nos dedicábamos a lo propio de adolescentes ociosos veraneando en el fundo del abuelo: matar.
Matar a hondazos codornices en el huerto; a tiros con la escopeta Saint-Étienne calibre 12 del tío Ricardo, patos en el tranque; a balazos con el rifle Winchester 22, perros cebados que entraban a descuartizar corderos; y a caballazo con los galgos Huinca y Togo, liebres que perseguíamos, cuchillo al cinto, por el mismo potrero El peumo, donde ahora, saciados al final del día nuestros cavernarios instintos, marchábamos a paso de procesión junto a la tía.
Ella rubia, alta, vestida de blanco y acompañada de una enfermera, dejaba una estela de incienso, o de perfume francés, que por sí sólo provocaba un cierto encantamiento. Se apoyaba ligeramente en una vara de coligue que llevaba en la mano, cual báculo de obispo, y que solía usar para destacar algún color, nido o ave en vuelo que atrajese su atención.
Por su manera de caminar, tan Cox, como en la punta de los pies, parecía flotar sobre el plano terrenal, cuando de repente se detiene embelesada, no por la puesta del sol ni el brillo del planeta Venus tras el cerro Las Rosas, que enmarca el potrero, sino por una brizna de pasto reseco en el suelo.
Estío en campo de rulo pisoteado por ganado flaco, no queda flor ni verdor alguno; pero ella, bajo una rama caída de espino ha visto una espiguilla amarillenta con pétalos moribundos, en la parte superior.
La toma del tallo con la devoción del sacerdote elevando la hostia durante la consagración, mirándola fijo hacia arriba, contra el cielo.
-Vean, niños -dice tras algún silencio-, cómo desde una misma columna central salen flores alternadas; a la izquierda unas, a la derecha otras.
El efecto no fue inmediato, pero sí profundo, porque semanas más tarde, cuando quedé solo en Leyda ya no era el mismo.
Aburrido, cargué la escopeta y me dirigí al tranque, donde me aposté sigilosamente bajo un sauce llorón. Al poco rato, pasó a seis metros mío un pato silvestre nadando despacito. La seguía una pata con su hilera de patitos nuevos hablando a media voz en qua quak. ¡Estupendo tiro! De un disparo mato la bandada completa, pensé.
Apunté, la tenía en la mira, pero en lugar de jalar el gatillo, se me fue la mirada hacia el colorido de estos hidroaviones de agua dulce: pico beige con punta de ámbar, cabeza verde esmeralda, collar blanco, pecho sepia, como foto antigua, y rabo azabache tornasol.
Volví con el morral vacío y el corazón inquieto. Una hebra de pasto en manos de mujer había abierto otra dimensión del espíritu, el lado femenino.
De eso trata este libro, del misterio que es para el hombre su otra mitad, misterio de faldas sobre el cual he escrito antes sin más resultado que el del martillo que no da en el clavo. Que el dedo quede doliendo no asegura que este nuevo encontronazo contra el papel acierte.
Por más que me agazapo tras el escritorio, reúno datos y pongo música, al momento de apuntar, cuando creo tener la bandada en la mira, lista para fijarla en formalina, aparece una dimensión insospechada. ¡Bah! Hay algo más, un detalle aquí, que el plumaje cambia o los especímenes varían, y me la quedo mirando.
Otro tiro perdido.
Temo que sea el caso ahora. Vean.
INDICE
La sensibilidad fina
Miss Laura
Hacerte mujer
El íntimo femenino
Misóginos por amor de Dios
Mi guatero con uñas
Descubrir la piel
Amores de verano
El mito de la mujer liberada
El derecho de pernada
La chilena brava
La mujer gomero
Juan, tienes que dar más
El viejo lobo y la nueva miss
Las niñitas, quince años después
El guaguazo
La mujer de treinta años
La pichanga del progreso
La pata y sus pollos
Sustracción del alma juvenil
El hotel mamá
De Inés Suárez a Lucía Hiriart
La niña que murió en mi lugar
Sophie guten Morgen