Ed. El Ateneo, año 2006. Tamaño 23 x 16 cm. Traducción de Jorge Salvetti. Nuevo, 288 págs. Precio y stock a confirmar.

El catarismo no se presenta como un sistema coherente y organizado, que pueda englobar todas las esferas de la vida religiosa en un marco tradicional. Tampoco constituye un punto de encuentro de sectas heterógenas, reunidas, de manera azarosa, por las vicisitudes de la historia. Se trataría más bien de un vago encadenamiento de experiencias y aspiraciones que, poco a poco, se condensan en un dogma y una moral práctica.

Su unidad reside, en efecto, en la comunidad de vivencias que, en un comienzo, no eran más que simples tentativas de dar un sentido profundo a la existencia en un mundo incoherente y signado por el Mal. La irremediable contradicción entre el alma del hombre puro y un mundo malvado emerge como el fundamento de esta vivencia espiritual.

Según el mito cátaro, fue el demonio quien creó todo lo perecedero, incluidos, entre otras cosas, los cuerpos humanos. En cambio, Dios creó sólo lo perdurable, lo Invisible, el alma humana incorruptible. Los cátaros moderados agregaban entonces un detalle: cuando Satanás terminó de crear el mundo con sus ángeles caídos, Dios envió a la tierra un ángel fiel a él: Adán, de quien se consideraban herederos directos.

Sin embargo, éste fue capturado por Satanás, quien lo obligó a revestir una forma humana, y como su acción fue un acto involuntario, Adán será salvado junto con todos sus descendientes. En otras versiones del mismo mito, Satanás intenta por todos los medios insuflar vida en las formas inertes por él creadas. Intento que dura treinta años; porque cada vez que esos cuerpos de barro se secan al sol, el agua, es decir la sangre, se evapora.

Dios, que todo lo sabe, ordena a los ángeles que merodeen por el mundo de abajo y que no se duerman durante su estadía en la tierra. Como es de prever, éstos sucumben al sueño, y durante ese tiempo Satanás se apodera de ellos para introducirlos en los cuerpos sin vida que antes había formado. Esta versión trata de la captura por parte del arquetipo humano del arquetipo divino. Es un relato con claras connotaciones sexuales: los ángeles dormidos caen víctimas de la concupiscencia nocturna.

En el plano psicológico, y dentro del contexto medieval, encontramos la conocida creencia en los íncubos y súcubos, esos demonios masculinos y femeninos que, por las noches, se unían con los seres humanos aprovechándose de la inconsciencia del sueño. Aquí se pone de relieve, además, el nexo del ser humano con el cosmos: tal vez su cuerpo esté hecho de barro, pero su alma es de naturaleza angelical.

Y todo el comportamiento humano constituirá una búsqueda constante del equilibrio entre el peso de la materia y la ligereza del elemento celestial que lo anima. Así, el problema primordial aún sigue sin resolverse: ¿cómo un alma de naturaleza sutil pudo ser encerrada tan fácilmente en un cuerpo grosero y denso? Dilema para el cual los cátaros radicales, partidarios del dualismo absoluto, proponían una solución: el alma angelical aprisionada en el cuerpo humano dejó su verdadero cuerpo en el Cielo.

Por consiguiente, el ser angelical, cuando se transforma en un ser humano, se siente desgarrado, separado, y aspira a abandonar la envoltura carnal con el fin de recuperar su cuerpo luminoso. Pero aquellos mismos cataros imaginaron un tercer término, lo cual devendría en un verdadero razonamiento dialéctico: existe, decían, un vínculo entre el alma y el cuerpo del ángel separado. Se trata del Espíritu que flota entre el Cielo y la Tierra, que busca el alma a la cual reconoce como su doble. Cuando la encuentra, se produce la iluminación: en ese momento, el hombre se transforma en cátaro, es decir en «Perfecto».

Y como ya no está separado (en el sentido de sexuado), ya no experimenta deseos sexuales, no siente más concupiscencia, y se encuentra listo para reingresar al Cielo. El final de los cátaros no sólo está vinculado a la herejía que supusieron sus creencias para la Iglesia católica: su importancia es capital en el proceso de configuración misma de Francia, pues la sumisión del Languedoc supuso para la dinastía de los Capetos la apertura al Mediterráneo y la posibilidad de establecer contacto con Italia.

La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la herejía. Operando incesantemente en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona. El 16 de marzo de 1244, tuvo lugar una tremenda masacre en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, mujeres y niños, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat des cremats (prado de los quemados) junto al pie del castillo.

Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona, en 1235 y la bula Ad extirpanda, en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros, quienes, perseguidos y ajusticiados por la Inquisición y abandonados por los nobles, se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV.

Pero en este punto, la Inquisición había desarrollado vastas investigaciones que habían aterrorizado la zona. La secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.

Indice:

Primera Parte, Los lugares:
I- Un largo camino hacia Montségur.
II- El castillo de Montségur.
III- El castillo de Quéribus.
IV- El alto valle del Ariège.
V- El condado de Razès.

Segunda Parte, ¿Quiénes eran los cátaros?:
I- El dualismo.
II- El mazdeísmo.
III- El maniqueísmo.
IV- Los bogomilos.
V- Los cátaros.

Tercera Parte, El enigma cátaro:
I- Los cátaros entre nosotros.
II- Catarismo y druidismo.
III- ¿Un culto solar?.
IV- Los cátaros y nórdicos.
V- Montségur y el Grial.
VI- La sangre real.
VII- Los cátaros y la memoria.