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Filodecaballos Editores, año 2005. Tamaño 21 x 14,5 cm. Selección y prólogo de Rocío Cerón, Julián Herbert y León Plascencia Ñol. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 432

El Decir y el Vértigo333Por Eduardo Milán

No hay, en este panorama propuesto por León Plascencia Ñol, Rocío Cerón y Julián Herbert, que abarca un buen período de escritura y publicación, 24 años, designios de camino, direcciones nítidas, metas poéticas que podrían sugerir un cambio de frente respecto a la problemática de una o dos generaciones anteriores. Lo que se señalaba como crisis poética continúa siendo crisis poética. Con una diferencia, que tiene que ver con la variedad de poéticas que representa la muestra, que a su vez responde a la asimilación de la problemática general de acuerdo a la recepción de cada tradición geográfico-poética y de cada poeta en particular: los diferentes parcelamientos no desaparecen la evidencia, ese estado de crisis está asumido, con o sin conciencia explícita, con o sin revelación en la escritura. La aventura poética ha vuelto a ser una aventura individual en este sentido: es dudoso que alguno de los poetas aquí reunidos se sienta partícipe de algo más que de la práctica poética con sus contemporáneos de oficio.

Otra vez el destino de la escritura es la escritura del destino de quien escribe. Nociones de linaje asumidas frontalmente, genealogías trazadas por los mismos poetas por una necesidad de pertenencia ahora brillan por su ausencia. Eso hay: un brillo que está en lugar del vínculo, una orfandad que resplandece. El señalamiento hecho por Borges de que todo escritor inventa a sus maestros era un reconocimiento, todavía, de la necesidad de agruparse, un deseo de provenir de, un gesto en dirección al enlace comunitario: uno puede no ser discípulo de Lezama Lima o de Nicanor Parra, pero puede, según indicios mitopoéticos, dialogar con Quevedo o John Donne en el texto. Es más: no parece haber en el presente poético latinoamericano ninguna necesidad de discipulado. El maestro es más una atadura que una garantía, aunque a veces la presencia del maestrazgo sea difícil de esconder aun bajo la óptima coartada de la desobediencia general a los modelos. Ganó la precaución genealógica bajo amparo óptico del lema legitimante de que «todas las formas están aquí».

Es cierto: todas las formas están aquí en lugar de los modelos. Esta retirada de los modelos del escenario poético «actual», «nuevo» o «joven» —aun de los en el tiempo tan cercanos «neobarrocos»— no puede parecerse a la «retirada de los dioses» del siglo XIX ni por similitud de ausencia: no se puede confundir Vacío con vacío ni abandono con desintegración. Poesía latinoamericana en tiempos de desintegración, poesía latinoamericana en tiempos de búsqueda de una nueva integración, poesía latinoamericana bajo efectos del Imperio: he ahí algunos posibles abordajes de lo que sucede, que, para reiterar, poco tiene que ver con designios particulares de la poesía en tanto que oficio o arte específico Entonces, ¿son o no son responsables los poetas de lo que ocurre en la poesía?

Son, al menos desde este punto de vista: la poesía no está en esta coyuntura histórica en el lugar de coto cerrado que algunos poetas insisten en defender. Ese coto cerrado sobrevive, de nuevo como hace dos siglos, un siglo, medio siglo, atravesado por la historia. Y no basta decir con Octavio Paz que «la historia es el error». Los poetas no son responsables de la coyuntura histórica pero son responsables, cada uno en su escritura, del posicionamiento de esa escritura ante el momento histórico, un posicionamiento que comienza con la conciencia del estado de la poesía en el presente histórico, una conciencia que, para ser integral, tenderá a ser conciencia de ese arte enclavado en un estado de cosas del mundo. Si no se verifica ese desplazamiento hay como una falta que se manifiesta en la percepción del lector de que algo importante se le escamotea. Ya no existe ese lector al que la poesía protege del mundo y de los sinsabores de la historia, ese personaje del otro lado al que se le entrega un techo de fantasía que bloquea gotas graves de realidad. La metáfora no oficia como «cielo protector» o malla muelle para la caída: puede ser sólo una máscara bajo la cual la literalidad más cruel se agazapa.

Conviene preguntarse de nuevo: ¿qué duración tiene la escritura poética que no escucha las voces de la historia, voces que, convenimos, son muy poco poéticas? No la voz monocorde del discurso de la historia que, sin interpretación, se parece a un soliloquio demencial, monopólico —dos veces mono—: el discurso del poder, de la manipulación de la conciencia, del sometimiento. Me refiero a las voces de los humillados por la práctica humillante del discurso del poder. Quizás la poesía se opone a ese discurso por su capacidad de despertar la conciencia del escucha. Quizás esa ha sido la tarea de la poesía en épocas críticas.

La situación poética que se vislumbra ahora no es demasiado distinta de la de veinte años atrás. La generación de Zurita, David Huerta, Bracho, Maquieira, Montalbetti, María Auxiliadora Alvarez y tantos más se vieron en el mismo tembladeral formal de cara a las posibilidades del arte poético. A esa generación se le reclamó conciencia del estado de su lenguaje, lo que es, en cualquier tiempo, conciencia del estado del lenguaje poético en un momento dado, en una situación histórica precisa. Aquel estado del lenguaje poético estaba en pleno reconocimiento de la orfandad en la que se encontraba, enfrentado a un discurso social dominante que señalaba la desaparición del escenario histórico de cualquier posibilidad de transformación sustentada en lo que Jean-Francois Lyotard llamó «discursos totalizantes». Pero era un lenguaje poético que existía todavía «manchado» por una cierta dependencia a ideales de utopía —Zurita fue un ejemplo claro en su postulación del resurgimiento del «lenguaje de los vencidos», vencidos a modo de los lenguajes conquistados durante el descubrimiento y la conquista de América. El concepto de «vencido» no opera aquí como sinónimo de derrotado sino como equivalente a desaparecido, acallado. Se puede acallar momentáneamente al lenguaje poético. No es posible hacerlo desaparecer. Esa no es la victoria: es el triunfo del lenguaje poético. Era, en otras palabras, mi lenguaje que o bien defendía todavía la revinculación con ideales que el discurso político dominante intentaba hacer desaparecer o bien luchaba por desprenderse de un pasado histórico con un inequívoco sabor a engaño y a manipulación de sociedades completas.

La caída de la aspiración socialista fue un poco más profunda que la caída del muro de Berlín. A estas generaciones que los siguen —la de los nacidos entre 1965 y 1969— también se les reclama conciencia del lenguaje poético. Los aquí representados la tienen y la evidencian en mayor o menor grado. Fabián Casas, Fernández Granados, Ernesto Lumbreras, Luis Felipe Fabre, Julio Trujillo, Washington Cucurto o Paul Guillén —para nombrar unos pocos nombres de un panorama lo suficientemente variado y contradictorio como para resultar digno de interés siempre— no serán objetados por su falta de conciencia lingüístico formal. Son conscientes de un estado de inestabilidad poética que parecen asumir con una cierta naturalidad, como un dato de hecho no sé si irreversible pero sí irrefutable. Pero en este lenguaje no parece haber la huella de acontecimientos que marcaron a comunidades enteras. Parece haberse roto la memoria con aquel pasado histórico que había dejado en el lenguaje poético de dos generaciones atrás una hendidura inocultable: era un lenguaje faltado. El lenguaje que presentan los poetas de esta muestra surge de la vivencia individual vinculada a repertorios formales que revelan una capacidad insólita de coexistencia.

No parece haber poéticas que defender como actitudes ante la poesía. Las poéticas son implícitas. Este hecho revelador de una reconstitución de lo poético como integrante de un sistema literario no sustrae ejemplos donde el lenguaje aparece fracturado, amalgamado o, lisa y llanamente, desintegrado. Significa precisamente que el sistema literario absorbe las contradicciones que en un momento preciso —el de las vanguardias estético-históricas— amenazaron con estallarlo. El fragmento convive con la narratividad, la subjetividad más profunda con la tendencia a una plasticidad —por no decir «objetividad»— distanciada. Este panorama es inequívoco en el señalamiento de esa coexistencia que, más que pacífica, parece bajo control de un acuerdo tácito: el de la sospecha ante cualquier propuesta poética formal o históricamente «fuerte».

La formalización lingüística no mide una toma de partido vital: es una elección performativa entre otras. El nivel de realización general es tan solvente que a veces parece que no hay nada más que proteger poéticamente que el nivel de realización del poema. Tanto la parodia como la solemnidad son de primera calidad. Si hay un déficit no se lo ve en la factura. La respuesta implícita a la amenaza de la historia parece ser la suficiencia de las cosas bien hechas. Eso abre necesariamente una interrogante acerca de la eficacia técnica de cara a un presente apremiante. Pocos de los poetas aquí representados manifiestan en forma clara una conciencia de este momento histórico. La opción mayoritaria por el silencio ante los conflictos sociopolíticos no clausura un debate, el de la relación —o su ausencia— entre poesía e historia, muy presente, determinante se diría, durante el siglo XX.

INDICE
Notas para una lectura de la poesía hispanoamericana reciente
1- Fabián Casas (Argentina, 1965)
2- Jorge Fernández Granados (México, 1965)
3- Silvana Franzetti (Argentina, 1965)
4- Pedro Marqués de Armas (Cuba, 1965)
5- Rodrigo Quijano (Perú, 1965)
6- José Eugenio Sánchez (México, 1965))
7- Ernesto Lumbreras (México, 1966)
8- Luis Moreno Villamediana (Venezuela, 1966)
9- Alexis Romero (Venezuela, 1966)
10- Mayra Santos-Febres (Puerto Rico, 1966)
11- Ariel Schettini (Argentina, 1966)
12- Damaris Calderón (Cuba, 1967)
13- Jorge Frisancho (España, 1967)
14- Otoniel Guevara (El Salvador, 1967)
15- Jaime Huenún (Chile, 1967)
16- William Johnston (Uruguay, 1967)
17- Mauricio Molina Delgado (Costa Rica, 1967)
18- Alejandro Rubio (Argentina, 1967)
19- Gustavo Valle (Venezuela, 1967)
20- Fernando Denis (Colombia, 1968)
21- Martín Gambarotta (Argentina, 1968)
22- Alessandra Molina (Cuba, 1968)
23- Juan Felipe Robledo (Colombia, 1968)
24- Luis Chaves (Costa Rica, 1969)
25- Silvio Mattoni (Argentna, 1969)
26- Angel Ortuño (México, 1969)
27- Julio Trujillo (México, 1969)
28- Carlos A. Aguilera (Cuba, 1970)
29- Sylvia Figueroa (Puerto Rco, 1970)
30- Kurt Folch (Chile, 1970)
31- Luis Vicente de Aguinaga (México, 1971)
32- Luigi Amara (México, 1971)
33- Luis Enrique Belmonte (Venezuela, 1971)
34- Germán Carrasco (Chile, 1971)
35- Norge Espinosa Mendoza (Cuba, 1971)
36- Néstor E. Rodríguez (República Dominicana, 1971)
37- Javier Bello (Chile, 1972)
38- Pascual Gaviria Uribe (Colombia, 1972)
39- Washington Cucurto (Argentina, 1973)
40- Felipe García Quintero (Colombia, 1973)
41- Federico Díaz Granados (Colombia, 1974)
42- Luis Felipe Fabre (México, 1974)
43- Leonardo Sanhueza (Chile, 1974)
44- Gustavo Barrera Calderón (Chile, 1975)
45- Lizardo Cruzado (Perú, 1975)
46- Pedro Montealegre (Chile, 1975)
47- Paul Guillén (Perú, 1976)
48- Eduardo Padilla (Canadá, 1976)
49- Renato Gómez (Perú, 1977)
50- Laura Lobo (Argentina, 1978)
51- Martín Rodríguez (Argentina, 1978)
52- Cachibache (Oswaldo Calixto Rivera, Ecuador, 1979)
53- Alan Mills (Guatemala, 1979)
54- Miguel Angel Petrecca (Argentina, 1979)
55- Ezequiel Zaidenwerg (Argentina, 1981)
56- Ezequiel D’León Masís (Nicaragua, 1983)
57- Inti García Santamaría (México, 1983)
58- Luis Eduardo García (México, 1984)
POSFACIOS
De la imposibilidad, por Hernán Bravo Varela
En torno a una posible situación de la penúltima poesía latinoamericana, de Eduardo Milán
APENDICES
Fichas de Autores
Fuentes bibliográficas
Fuentes hemerográficas
Fuentes electrónicas
Fuentes privadas