Ed. Les Editions Holbein-Bale, año 1969. Tamaño 30 x 21 cm. Incluye 32 reproducciones a color y un texto breve (en francés) referido a cada obra. Usado excelente, 80 págs. Precio y stock a confirmar.

El precursor de la pintura en acuarela era la pintura de fresco buon: la acuarela que se utilizaba para pintar las paredes sobre el yeso mojado. El ejemplo más famoso de fresco buon es, desde luego, la Capilla Sixtina, comenzada en 1508 y completada en 1514. En Europa, en el siglo XV, Albrecht Durero (1471-1528) pintaba en la acuarela.

La influencia de Durero era en parte responsable de la primera escuela de acuarela que pinta en Europa, conducida por Hans Bol (1534-1593). Normalmente se considera que las verdaderas acuarelas más antiguas son los estudios de paisajes y de animales realizados en el siglo XV por Durero, quien terminaba a la acuarela sus dibujos a pluma sobre temas de historia natural. Estas obras no constituyen la mayor parte de su producción, pero se les considera ejemplos clásicos de dibujos de la naturaleza, detallados y precisos.

Las acuarelas se obtienen por aglutinación de pigmentos secos en polvo mezclados con goma arábiga, que se extrae de la acacia y que solidifica por evaporación, pero que es soluble en agua. Las acuarelas, en estado sólido, se disuelven en agua y se aplican sobre el papel con un pincel. Si bien la acuarela es un tipo de pintura relativamente moderno, a lo largo de la historia se han utilizado diferentes pinturas a base de agua. Se puede considerar que las primeras acuarelas son los papiros del antiguo Egipto, y los tempranos dibujos orientales a tinta son en realidad una forma de acuarela monocroma.

En la Europa medieval, se empleaban pigmentos solubles en agua aglutinados con un densificador derivado del huevo para los manuscritos miniados; de la misma manera, los frescos medievales estaban pintados con pigmentos mezclados con agua espesados con pintura blanca opaca. Posteriormente surgieron otros tipos de pinturas opacas solubles en agua, muy cercanos a las acuarelas, como el gouache, que se sigue empleando en la actualidad.

Contemporáneo de Miguel Angel y Leonardo da Vinci, Alberto Durero (1471-1528) es seguramente la mayor personalidad del Renacimiento al norte de los Alpes. Nació y murió en Nuremberg, uno de los centros culturales más importantes de Alemania, íntimamente ligado a los inicios de la imprenta y al desarrollo del grabado. Su padre, Albrecht el Viejo, era un destacado orfebre. Alberto pronto despuntó por su capacidad para el dibujo y trabajó como aprendiz en el taller de Michel Wolgemut, notable grabador de la ciudad, donde dominó la técnica de la xilografía.

Era el año 1490 cuando partió de su ciudad natal en su gira hacia los Países Bajos y la región del Rin. A lo largo de dos años visitó centros como Nordlingen, Colmar, Basilea y Estrasburgo. Su viaje a Colmar estaba guiado por el interés de ver a Martín Schongauer, destacadísimo grabador. Pero llegó poco tiempo después de su muerte. Aún así, los hermanos de Schongauer –que mantenían abierto el taller- le permitieron conocer a fondo la obra del maestro de Colmar.

Después de un tiempo radicado en Estrasburgo, en 1493 volvió a Nuremberg, cuando sus padres decidieron su compromiso matrimonial. De ésta época es un magnífico autorretrato, de pose arrogante. En el matrimonio no le fue bien, y poco después de la boda se marchó a Italia, donde quedó influido por la obra de Mantenga y de Bellini e impresionado por el colorido y por los volúmenes de las figuras. Se interesó por la estatuaria clásica, y comenzó a investigar los temas de la perspectiva y la proporción.

En estos periplos tomó magníficas acuarelas sobre sencillos motivos paisajísticos. Realmente magistrales, aunque él no soliera firmarlas, al considerarlas meros apuntes. Durero tomaba apuntes de todo: flores, objetos, animales… hasta pintó un rinoceronte con testimonios ajenos. También se interesó por la pintura al óleo sobre lienzo (en lugar de la tabla). Con todo el amplio bagaje de conocimiento, en 1494 ya abrió un taller en su ciudad natal, que pronto tuvo notabilísimo prestigio y una fecunda actividad.

El propio elector de Sajonia, protector de Lutero, viajó a Nüremberg para encargarle un retrato y una obra religiosa. Pero, aparte de los óleos, en esta época cobraría una inmensa fama como grabador, merced a las xilografías del Apocalipsis. Fuerza, intensidad y fantasía se juntan en estos trabajos que despertaron un inusitado interés en una Alemania convulsa por los problemas religiosos que iban a dar paso a la reforma protestante. Eran las vísperas de la temida fecha del 1.500, cuando muchos milenaristas estaban agitados ante el previsible Juicio Final…

Durero tenía una intensa religiosidad, y no estaba ajeno a aquella proliferación de predicaciones. Con ocasión de una gran peste, en 1505, deja su ciudad para volver a Venecia, donde triunfa como pintor, aunque es mal recibido por los artistas locales que ven en él a un peligroso intruso. Luego viaja a Florencia y Roma. Tiene oportunidad de conocer la obra de Leonardo, que le influiría también, y la de Rafael. En 1507, ya de vuelta del viaje, pinta Adán y Eva, obras cruciales porque revelan cómo está preocupado por los cánones de belleza y armonía.

La fama del artista sigue creciendo y en 1514 el emperador Maximiliano I le encargó obra, otorgándole una pensión vitalicia que en 1520 refrenda su sucesor, Carlos I, a quien ve en Aquisgrán con ocasión de su coronación. A partir de esta época, el tema religioso sería uno de los que agitaría el alma de Durero, como a la sociedad alemana. El pintor se mostró favorable a le revolución espiritual, pero las convulsiones sociales y políticas se tradujeron en alguna obra como su acuarela con el sueño del fin del mundo. Durero murió hacia 1528. En ese mismo año se publicaría su gran tratado sobre proporciones.