Precio y stock a confirmar
Ed. José J. de Olañeta, año 1997. Tamaño Incluye Introducción, recopilación y traducción de Víctor Giménez Morote. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas

Por Víctor Giménez Morote

Este libro es fruto de la amabilidad y del espíritu comunicativo de las personas del Nepal.

Mi sistema de trabajo, si se le puede llamar sistema, consistió en pasearme por los lugares más concurridos de las ciudades y los pueblos armado con una pequeña grabadora de pilas.

Previamente había hecho una selección de los lugares en función de las etnias que podía encontrar en ellos. Así, por ejemplo, sabía que en la stupa de Bodhnath se reunían, cada mañana, cientos de personas de las etnias o de la religión relacionada con el Tíbet.

Una mañana fui a la stupa y me senté en unos escalones de piedra frente a la misma. Muy pronto se me acercó un niño y me pidió que le diese algunos dulces. En lugar de darle unas rupias para que se los comprara, lo acompañé y se los compré yo mismo. Cuando algunos adultos vieron que le compraba los dulces, se me acercaron y empezamos a hablar. Una cosa llevó a la otra y, poco después, estaba rodeado de personas de todas las edades que disputaban entre sí por el privilegio de explicar a la concurrencia algún relato de su propio poblado o cosecha.

Todo lo que tuve que hacer para obtener varios relatos de las etnias de origen tibetano presentes en Kathmandú fue grabar sus relatos en el cassette, transcribirlos y darles una forma literaria.

Los relatos de Patán siguieron la misma dinámica, pero un camino ligeramente diferente en cuanto a las circunstancias.

En este caso fui a la plaza Durbar de Patán, frente al Palacio Real. Allí es tradicional que se encuentren los guías, generalmente personas con una cierta cultura pero sin trabajo, que se te ofrecen para enseñarte lo más importante de la ciudad, empezando por el palacio.

Cuando llegué, la plaza estaba llena de turistas y casi todos los guías estaban muy alborotados ante la perspectiva de ganar mucho dinero. Así que me refugié en un rincón, frente al palacio, y me senté a esperar que desaparecieran los turistas y se acabara el alboroto.

Nada más sentarme se me acercó Krishna, un anciano que me conocía de un viaje anterior. Me saludó con el sempiterno namasté y se interesó por mi salud, bienestar y felicidad, así como por mis familiares y amigos. Al reconocerlo me puse de pie y repetí las fórmulas de cortesía, interesándome por su bienestar y el de su familia y amigos. Tras un rato de afectuosos saludos le expliqué mi interés en las narraciones tradicionales de Patán.

Este interés le agradó mucho, pero me dijo que él tenía que ganarse la vida, ya que tenía necesidad de dinero, y que no podía atenderme. Así que le ofrecí que fuera mi guía durante todo el día, pagándole lo que fuera justo, y aceptó.

Pasé el día con él yendo de casa en casa y visitando, no templos ni monumentos, sino los domicilios de las personas más ancianas de la ciudad. En cada casa me ofrecieron el chai, el té con leche aromatizado con especias y me explicaron algunos relatos. En cada casa ofrecí algunas rupias a los niños de la familia.

Bhaktapur, hermosa ciudad medieval en la que te sientes retroceder tres o cuatrocientos años, fue otra experiencia distinta.

Llegué con la misma intención, pero pronto descubrí que allí la gente «pasaba» de explicarme nada. Vagabundeé toda la mañana sin conseguir más resultado que un terrible dolor de pies y cuando, renunciando, me senté en la plaza de los alfareros para descansar, sucedió el milagro.

Esta vez fue un alfarero, a quien en un viaje anterior le había comprado muchos objetos de cerámica, el que me abordó preguntándome si quería comprarle más cosas.

—No —le dije—. He venido a escribir un libro de cuentos

—¡Qué bien! —respondió—. Los alfareros sabemos muchos

Y, sin darme tiempo a responderle ni a hacerle ninguna petición, empezó a llamar a gritos al resto de los alfareros quienes, dejando sus tornos, se congregaron a mi alrededor entre risas y chanzas.

Dos horas después ya tenía suficiente material como para escribir todo un libro con las narraciones de aquellas alegres personas. Y, para mi asombro, ni uno solo de los cuentos se refería a algún alfarero.

Cuando estaba a punto de pedirles que pararan, llegó un grupo de turistas y la congregación se deshizo como por arte de magia. Volvió cada cual a su trabajo. Lo único que pude hacer fue pasarme por cada tienda para agradecerles personalmente su amabilidad.

Los cuentos referidos a los tamangs y a las poblaciones cercanas del valle de Kathmandú me fueron transmitidos, en la misma Kathmandú, por personas de esos lugares y etnias venidas a la capital a vender diferentes artículos. La dinámica fue la misma: me acercaba a ellos, por la mañana, les exponía mi interés, tras asegurarme de su origen y procedencia, y les invitaba a comer o a beber algo por la tarde, cuando acabaran con su trabajo.

Con los jyapu fue distinto.

En Kel Tolé, en Kathmandú, hay cada mañana un mercado de frutas y hortalizas al aire libre. La mayoría venden sus propias cosechas y son, casi todos, jyapu (agricultores) de los alrededores de Patán. El mercado empieza a la salida del sol con la llegada de los agricultores y cada uno se va cuando acaba de vender lo que trae de su huerto.

Así que me fui al mercado a la salida del sol, a las cinco de la mañana, me senté bajo la pequeña imagen de Buddha de la plaza y me puse a observar el trasiego de los campesinos primero y el de los compradores más tarde.

Al rato me entró sed y le pedí a un campesino que vendía hortalizas delante de mí que me guardara el asiento y me fui a beber un delicioso curd, yogur líquido. Luego pensé en agradecerle al campesino su amabilidad y le indiqué al dueño del chiringuito que llevase dos chai al lugar.

El que le invitase a beber chai hizo que el jyapu se abriese, y empezamos a hablar. Por fin, cuando a media mañana el jyapu acabó de vender su cosecha del día, me invitó a acompañarlo a su casa. Fui con él hasta los suburbios de Patán (casi dos horas caminando) y allí me invitó a comer.

Como la comida no empezaba hasta las seis de la tarde, tuvimos tiempo de que me presentara a sus vecinos y amigos y de que, entre todos, me explicasen muchas historias de los jyapu.

Pokhara sería una hermosísima ciudad si no sufriera un crecimiento tan incontrolado de las edificaciones ni tanto turista «gilipollas» molestando a todo el mundo. Aun así, las inmediaciones del lago y las afueras de la ciudad siguen siendo muy agradables. Sus gentes están absolutamente dominadas por el ansia de dinero, cosa perfectamente natural ya que viven del turismo. Allí tuve que pagar por las narraciones y eso es algo que aún hoy me escuece, ya que presupone la absoluta mercantilización de su cultura. Así que no voy a decir nada más de esa ciudad.

Muy al contrario, en las regiones norteñas de Helambú, Jumla y Solu Khumbu, las etnias sherpas, thakuri y demás son extraordinariamente comunicativas y hospitalarias.

Es fácil sentir entre ellos el calor humano, y las veladas en torno al fuego del hogar están llenas de cordialidad y magia.

Guardo un recuerdo muy especial de una familia de Ding-boché, a cuatro días de Namché Bazar, y de otra del valle de Kali Gandaki. con quienes pasé varios días en un ambiente de extrema cordialidad aunque en circunstancias muy distintas.

La familia sherpa de Dingboché acababa de enterrar a un tío materno del cabeza de familia. De ahí surge la narración «La caída del Jhankri», fruto de las historias de muertos, magia y lamas que se explicaron alrededor del fuego esas noches.

La familia Takhali había cazado un gran cerdo salvaje, lo que motivó un gran banquete, tras el que se explicaron muchas historias de caza y de hombres salvajes.

El Terai es, sin duda, la región nepalí más fuertemente influenciada por la India. De hecho, no hay ninguna diferencia entre esta región y el resto de la cuenca aluvial del Ganges, por lo que sólo una arbitraria división política hace que ésta sea una parte del Nepal.

Sus gentes son realmente primitivas. No sólo en lo que a sus actividades económicas se refiere, sino también en sus manifestaciones artísticas y culturales.

Sus cuentos, profundamente relacionados con la vida salvaje que los rodea, se refieren casi todos a animales. La sofisticación del relato «Las aventuras de Kakaju» corresponde a la cultura más evolucionada de la etnia newar que a la de los sunnuwares que me la explicaron. Creo que, de hecho, no es una narración del Terai, pero como me la explicaron en Sundarijal, ciudad del Terai, y el hombre que me la relató es de la etnia sunnuware, la he incluido entre las de esta región.

Y ésta es la génesis de este libro de narraciones del Nepal.

INDICE
Introducción
I- EL CENTRO DE NEPAL: EL VALLE DE KATHMANDU
II- HISTORIAS DE PATAN
La historia del Templo Dorado (newar)
El toro azul (newar)
El regalo de la serpiente (newar)
Bhali Bharo (newar)
Fantasmas contra guerreros (newar)
III- HISTORIAS DE KATHMANDU
El Dios de los comerciantes (newar)
El horóscopo no miente (newar)
La riqueza escondida en los harapos (newar)
IV- BHAKTAPUR
El cobrero y la mujer tamang
La criada y el ratón (newar)
La princesa y el zorro (newar)
V- BISALNAGAR
¿Por qué se quemó el poblado? (newar)
VI- ALREDEDORES DEL VALLE DE KATHMANDU
VII- HISTORIAS DE LOS TAMANGS
La historia de Punkhu Maicha
El ciego y el tullido
Una sabia hija
El mono y la rana
El Dios, el hombre y el león
VIII- KIRTIPUR
IX- HISTORIAS DE LOS JYAPU
El origen del arroz negro
La historia del simplón
El hombre que se salvó del demonio
X- BANEPA
El regalo de la diosa
XI- CENTRO-ESTE DEL NEPAL: POKHARA
El acertijo del diamante
Cómo fue hecho el hombre
El oso y el chacal
El faisán y la zorra
Un guapo marido
La cosa más maravillosa del mundo
El dios enojado
XII- SUR DEL NEPAL: EL TERAI
Las aventuras de kakaju
El cazador y el tigre
Nariz chafada
¿Por qué canta el gallo?
¿Por qué tiene el faisán los ojos rojos?
Un hombre con dos bocios
XIII- NORTE DEL NEPAL: JUMLA
El origen de los Raute
¿Cómo se formó el lago Rara?
La caída del reino de Sijá
XIV- NORDESTE DEL NEPAL: SOLU-KHUMBU
Cómo se mataron los yetis entre sí
La caída de Jhankri
Canción de dedicatortia
VOCABULARIO