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Ed. Outsider, año 2012. Tamaño 22 x 14,5 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 214
Por una relación asimétrica hacia el texto que presenta, el prólogo es un objeto raro: es un outsider. Forma parte y -a la vez no- del libro; suele tener un recorrido diferente. El prologuista frecuentemente usa su espacio como presentación hiperbó1ica, como hagiografía, como ajuste de cuentas. No recuerdo quién decía que una contratapa no deja de ser una «tapa en contra»: en La Bibiia de Neón de John Kennedy Toole, el editor Kenneth Holditch escribe un «prólogo en contra». A lo largo de diez páginas se queja amargamente de haber tenido que publicar el libro. Lo tira abajo pero, aunque es evidente que el libro no tiene la efervescencia de La conjura de los necios, consigue mantener una ligera luminosidad. Como contraejemplo, el prólogo de Borges a La invención de Morel obliga a ubicar la novela de Bioy Casares en un lugar central de la constelación de la ciencia ficción. Lo bueno es que la novela se sostiene a pesar de Borges. Hay casos, y por cierto son bastantes, en que el prólogo excede el libro en cuestión: Sartre no es el autor de Los condenados de la tierra, peso su prólogo es más citado que el texto de Fanon; ciertas cátedras de Sociología solo tienen como lectura obligatoria la introducción de Las estructuras elementales del parentesco, de Levi-Strauss. Estos ejemplos no dejan de ser excepciones, pero sirven para cimentar lo dicho más arriba: el prólogo es un texto outsider.
EI prólogo en las antologías merecería un análisis particular. Como muchos antologadores íntimamente esperan que la selección actúe como piedra basal de una generación o un género (en algunos casos no tan íntimamente: ver por caso El futuro no es nuestro con excelente edición de Diego Trelles Paz), el prólogo funciona a la vez como corte generacional, toma de posición política y justiflcación estética. Pero cuando el prologuista no forma parte de la generación antologada puede aparecer una rareza. Tal es
el caso de Abelardo Castillo en La joven guardia (comp. Maximiliano Tomas). Castillo acompaña coma un patriarca literario la edición de la antología, haciendo explícita la intención de no leer a los autores seleccionados: no los ha leído ni los va a leer.
El gesto se vuelve aun más extraño cuando, pasados ya seis o siete años de su primera edición, La joven guardia se ha vuelto uno de los libros fundantes de la narrativa de nuestra generación. Castillo, sin embargo, se autoexcluye: dice que ya no lee a jóvenes y esa afirmación tiñe sus propios cuentos -todos, incluso los mejores; especialmente los mejores- de un sepia reaccionario. Tal vez el hecho de no leer a escritores más jóvenes sea una de las razones por las que Castillo fue eclipsado por otros «patriarcas» como Piglia o Fogwill. (Si Fogwill me escuchara llamarlo «patriarca», probablemente me pegaría una patada en el culo). Hago memoria, pero no recuerdo pró1ogos de Fogwill. Me refiero a prólogos de autores jóvenes, porque rápidamente pienso en los de Aventuras de un novelista atonal, de Alberto Laiseca o el volumen de Cuentos reunidos de Knell Askildsen. Fogwill pudo no heber prologado a autores jóvenes; sin embargo, era un lector atento. Egoísta, pero generoso.
Confieso que para la publicación de esta antología de cuentos raros estuve tentado de hacer lo de Castillo: no leer los cuentos
que aquí se presentan. Si no lo hice fue porque mi neurosis pudo más. Y porque me faltó coraje.
A principios de marzo, Enzo Maqueira me invitó a ser jurado del Concurso Outsider de Cuento Raro. La propuesta era que Patricia Suárez, Patricia Kolesnicov y yo («los tres patricios») eligiéramos tres cuentos que se sumarían a los otros dieciséis que forman este antología: acepté rápidamente. No por vanidad, aunque es claro que tuvo una cuota importante en la decisión, sino porque tengo una imagen de mí bastante convencional y me daba curiosidad participar en algo «raro».
La principal dificultad fue definir qué es un «cuento raro». No hubo bajada de línea de los editores: simplemente se nos dijo que había que elegir cuentos raros. Cada jurado, entonces, debió armarse una definición ad hoc. En el proceso de selección leímos a más de veinte concursantes: autores que resaltaban lo difícil que es escribir (como si tal cosa fuera rara; ¡lo raro es escribir!), relatos en segunda persona, narraciones tartamudeadas, etc. El debate con Suárez y Kolesnicov fue extenso y fundamentado. Quiero expresar aquí mi agradecimiento hacia ellas.
La selección fue tremendamente difícil. Un refrán dice que el juez ha impartido justicia cuando el veredicto deja disconformes
tanto al defensor como al fiscal. En este caso, la disconformidad de los tres jurados nos da la certeza de haber obrado bien. Cada
cuento fue defendido, reevaluado, atacado y, finalmente, negociado. Patricia, Patricia y yo, los tres nos quedamos con las ganas de
incluir un cuarto cuento. Pero al final, con la antología editada, hay que decir que los elegidos no solo son los mejores, sino que
conviven raramente con el conjunto del libro.
En una versión anterior de este epílogo (que iba a ser prólogo) hacía una breve, brevísima, descripción de cada cuento. Creo, sin embargo, que lo mejor es haberse dejado sorprender por la rareza de cada narraci6n. Los diecinueve cuentos incluidos en esta
antología son raros y cada uno (se) ha presentado raro a su modo. La rareza está dada por la resolución, por el tema elegido, por los roles imprevistos de los personajes, por la utilización de diálogos como forma de avance o retroceso de la trama, por la cantidad de autores (hay 19 cuentos, pero hay 21 autores; raro), por la intención consciente de vulnerar la tradición cuentista argentina.
Un objeto raro se vuelve, por fuerza, singular. Unico. He aquí un libro diecinueve veces único.
INDICE
1- Morder la mano (diálogo pelirrojo), de Fernanda García Lao
2- Los años perdidos, de Agustina Paz Fr4ontera/Lara Segade/Valeria Tentoni
3- Los días y las noches, de Valeria Iglesias
4- Los Bicventenarios, de Juan Marcos Almada
5- Los cautivos, de Nicolás Correa
6- La próxima Unión Soviética, de Martín Felipe Castagnet
7- Primavera árabe, de Gabriela Cabezón Cámara
8- Una tragedia rusa, de Diana da Silva Santos
9- Ellos veranean en otro lado porque pueden, de Luciana De Luca
10- Adicción, de Ana Ojeda
11- Micaela Nosecuanto, de Gilda Manso
12- Para desvestir santos, de Ingrid Proietto
13- Asdrúbal y Encarnación, de Juan Pablo Goñi Capurro
14- Calfucurá, de Patricio Eleisegui
15- Trabajo práctico nº 2, de Gonzalo Unamuno
16- El punto de no retorno, de Alejandro Soifer
17- Dios guarde a Vuestra Señoría, de Gustavo Di Pace
18- Reclamo nº 18.575, de Cristian Godoy
19- El destino, de Enzo Maqueira
Epílogo, de Patricio Zunini