Precio y stock a confirmar
Ed. Diario Público, año 2009. Tamaño 16,5 x 12 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 158

Crónicas de la guerra civl, Miguel Hernández450Los artículos y crónicas de guerra que escribió Miguel Hernández suponen un testimonio de marcada significación histórica. Al lector de hoy pueden y deben parecerle duras muchas afirmaciones. Pero conviene ser justos y tomar conciencia de la situación que reflejan.

Miguel Hernández irrumpió en la poesía española como un hermano pequeño de la generación del 27. Recordar este detalle no significa sólo destacar la fama que ya tenían autores como Federico García Lorca o Rafael Alberti cuando publicó su primer libro, Perito en lunas (1933), sino comprender las peculiaridades de su carácter y su educación. La mayoría de los poetas de la generación del 27 eran hijos de una burguesía acomodada. Miguel Hernández, nacido en Orihuela, en 1910, debió dejar los estudios a los quince años para dedicarse al oficio de pastor.

El poeta de Orihuela se había educado en el ambiente católico y conservador de José Ramón Marín Gutiérrez, el famoso Ramón Sijé de su espléndida Elegía. Cuando se trasladó a Madrid, llevó su fe al comunismo. La difícil historia de su vida lo inclinó entonces a sentir que había militantes puros y señoritos burgueses enmascarados, que no llegaban a sentir de verdad la lucha del pueblo. Este sentimiento se radicalizó con el golpe militar de 1936 y con las circunstancias trágicas de la guerra civil.

Los artículos bélicos de Miguel Hernández recogen la moral comunista heroica de resistencia ante el ejército franquista. Es significativo que insista en el papel de Hitler y Mussolini. No se trata sólo de señalar una verdad: que el golpe militar de Franco fue un fracaso y que nunca hubiera sostenido una guerra sin la ayuda de los dictadores europeos. Lo importante es la intención de arrebatarle al autodenominado bando nacional la legitimidad de la nación. Los milicianos del Quinto Regimiento representan mejor al pueblo español, porque defienden a la nación de las agresiones extranjeras.

Es esa legitimidad popular, unida a la pureza revolucionaria, la que le lleva a exigir mano dura no ya contra el enemigo, sino contra la retaguardia cobarde, contra los combatientes faltos de ánimo, y la que le permite despreciar el trabajo de los artistas que no se vuelcan del todo en la guerra y pretenden seguir preocupándose por asuntos estéticos o de alta cultura. Entregarse a la lucha significa asumir la disciplina del mando. Los textos de Miguel Hernández se adaptan a la lógica que hizo imprescindible la actuación del Partido Comunista en el bando republicano: la organización de un ejército con mando único que encauzase el heroísmo improvisado y el objetivo prioritario de ganar la guerra, una necesidad anterior a cualquier apuesta revolucionaria. Aprender a saludar a un superior resultaba tan importante como no darse al vicio en los días de permiso. El cuerpo de cada soldado era un arma del ejército popular.

En todas las luchas políticas ha habido una tendencia a justificar el valor y la justicia de las opiniones con el peso de los sacrificios personales. Parece como si la capacidad de dar la vida por una bandera legitimara la nobleza de esa bandera. Miguel Hernández fue un ejemplo destacado de esta moral del sacrificio propio. Murió el 28 de marzo de 1942, a los 31 años, víctima de la derrota, la cárcel y la tuberculosis.

Hoy es, sobre todo, el autor de dos libros imprescindibles en la historia de la poesía española: El rayo que no cesa (1936) y Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). Sugerí más arriba que hay que ser justos y comprensivos con Miguel Hernández al leer estos testimonios de guerra. No me refería sólo a la calidad del autor y al respeto que merecen sus mejores poemas. Creo que debe tenerse en cuenta también la situación en la que fueron redactadas estas crónicas. El golpe de 1936 y la guerra civil supusieron un asalto despiadado contra la dignidad y la vida de un pueblo. La crueldad militar cayó sobre una situación histórica de injusticias y humillaciones tradicionales. No es extraño que se quisiese responder a la dureza con dureza, a las armas con las armas. Sin embargo, confieso que prefiero personalmente al Miguel Hernández del Cancionero y romancero de ausencias, al poeta que, lejos de las urgencias disciplinarias, abrió los ojos a la vida para escribir, más allá de la lógica del militarismo, versos que apuntaban a otro tipo de firmeza: “Tristes guerras / si no es de amor la empresa. / Tristes. Tristes”.

Luis García Montero

INDICE
Tristes guerras, por Luis García Montero
Miguel Hernández, un periodista comprometido, por Francisco Esteve Ramírez
Defensa de Madrid
-Madrid y las ciudades de retaguardia
Para ganar la guerra
Los seis meses de guerra civil vistos por un miliciano
El pueblo en armas
El deber del campesinado
Primeros días de un combatiente
Hombres de la Primera Brigada Móvil de Choque
El reposo del soldado
Saludo militar
Carta abierta a Valentín González “El Campesino”
Al Cuerpo de Asalto
-Camaradas del Cuerpo de Seguridad y Asalto
Compañera de nuestros días
Los evadidos del infierno fascista
En el frente de Extremadura
El hijo del pobre
La ciudad bombardeada
El hogar destruido
Sobre el decreto del 8 de abril
-El fascismo y España
La vida en retaguardia
Los hijos del hierro
La fiesta del trabajo
La rendición de la Cabeza
Los traidores del Santuario de la Cabeza
Sobre la toma de la cabeza: Carta y aclaración
Los problemas del pan
Familia de soldados
¡Salud, Extremadura!
La poesía «como un arma»
Miguel Hernández en El Ateneo
-Un gran poeta del pueblo en la guerra
La URSS y España, fuerzas hermanas
No dejar solo a ningún hombre
Un poeta de España en la URSS
Hay que ascender las artes hacia donde ordena la guerra
Nuestro homenaje al 7 de noviembre
Firmes en nuestros puestos
Un año de guerrillas en Galicia (I y II)
Lista de publicaciones
Bibliografía