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Ed. UBA, año 2008. Tamaño 20 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 116

Puede que sea una verdad incuestionable, desde el punto de vista de la medicina, que al Gringo Porcu lo mató el cáncer. Puede ser. Pero hay otras verdades mucho más verdades, mucho más reales, mucho más nuestras.

Lo cierto, lo verdaderamente incuestionable, es que al Gringo no pudieron matarlo ni los burócratas sindicales y sus matones, ni Acindar y su ejército de mercenarios, ni la Triple A, ni las tres armas, ni los milicos asesinos, desaparecedores, torturadores.
No pudieron con él ni acá, ni en el exilio, ni en la cárcel, ni en México, ni en la vuelta a nuestro país cuando se terminaban los 80. Antes y después siguió siendo el Gringo Porcu.

Sufrió durísimos e imborrables golpes, persecución, cárcel, exilio, el asesinato y la desaparición de seres queridos y amados, el alejamiento forzado de sus hijos, familiares y amigos. Nunca lo escuché hablar de todo esto desde el fatalismo o la «mata suerte» de un hombre. Siempre, con la certeza de que miles de luchadores populares soportaban con dignidad esa misma situación y que en conjunto eran parte de la larga lucha por la construcción de una nueva sociedad en la que «el hombre no sea el lobo del hombre, sino su compañero y hermano», como decía otro Gringo, Agustín Tosco.

Pero es cierto que en los últimos meses también sufrió el cáncer, aunque, como decía, eso era una parte y no la que más le preocupaba: «Decile a Malena y a las chinas, explicales, que lo que estoy viviendo es la sobrevida, que soy un sobreviviente y que veinte veces pensé que me había llegado la hora, veinte veces desde aquel 1975 en que, junto a mis compañeros, me llevaron detenido»

Al Gringo hasta último momento le dolió más este país, este mundo, que la mierda que le comía los huesos.

En abril de 2004 ya no podía seguir escribiendo, lo había intentado y nada, la mano no reconocía ya la autoridad de la cabeza. Ese era un dato que conspiraba contra este libro: «no puedo, hay que aceptarlo». Busqué papel y una birome y me puse a escribir lo que me contaba. Cuando vio que podía contar con otra mano empezó a hablar casi dictando:

Me gustaría tratar en el libro eso de cómo es la continuidad de la vida sobre la tierra, de cómo la vida es la continuidad biológica sobre la tierra, continuidad a través del sistema biológico.

Algo así, me confundo un poco, pero algo de eso quiero escribir…Porque la continuidad de la vida está en la vida misma; está en uno, en tomar las cosas con optimismo, mientras exista una esperanza por más remota que sea y chiquita que sea, hay que seguirla, por más que duela…eso me gustaría desarrollar en el libro…Si te dejás doblegar, ahí, en ese momento, te morís; si te ganan los bajones ahí te morís, no antes, no después, ahí te morís…Son ideas que te aferran a la vida, lo otro es aceptar que no hay salida, y hay una salida.

¿Cómo explicás que mi viejo, de hecho, estuvo como siete años muerto, postrado? ¿La estuvo peleando siete años, sin conocer a nadie?, así estaba, a él se le rindió la cabeza antes que el cuerpo.

La vieja, en cambio, estuvo muy mal, postrada también, ella mantuvo la esperanza hasta en los momentos mas difíciles y mirá, ella me vino a visitar a mí.

Esta mañana no daba pie con bola, me había encerrado en un círculo vicioso, y entonces entré en ese círculo, decidí eso para encontrarle sentido a esto, a la vida. Entonces encontré la esperanza en esta lucha en la que uno no ve salida.

Veníamos hablando de Cristo, del Che, de Espartaco, del Pocho Lepratti que conocimos y de todos los muertos que están vivos y de todos los vivos que están muertos, y vio que yo ya no escribía. Entonces me hizo un gesto para que siguiera:

Me gustaría poner en el libro algo de esto: los hombres que entraron a la conciencia de los hombres, algunos más algunos menos, a ellos no los sacan más, no es cuestión de tiempos ni de épocas, porque los grandes en serio fueron capaces de resumir en pocas palabras miles y millones de esperanzas y sueños.

Hace un tiempo, Hernán López Echagüe presentó en Rosario su libro Tierramemoria. En uno de los encuentros, que se realizó en el barrio Toba de Empalme Graneros, en vez de disertar nos tiró la pelota a los presentes para que cada uno hiciera su Tierramemoria; así empezaron los; «yo me llamo…y nací hace tanto y me marcó esto de aquellos años…» o los: «a mí me dicen
así porque…». Angel ya no podía andar y no estuvo en esa ronda de gente que, por primera vez, compartía su historia con el convencimiento de que contándola estaba contando la historia de miles y de todos. El Gringo Porcu sabía desde hacía mucho el valor de ese relato personal y colectivo que es el comienzo para reafirmar la identidad de obrero, de trabajador, de persona, de ciudadano, de luchador, de revolucionario; por eso, hace mucho tiempo preparó para todos nosotros:

«Mi nombre es Angel Porcu. Nací en Villaputzu, provincia de Cagliari, Italia, el día 30 de septiembre de 1941. Mis padres: Pietro Porcu y Elvira Zucca. En el año 1948, teniendo yo siete años, emigré a la Argentina junto a mis padres y hermanos»; algo que no podía faltar en este libro. Como no faltó este relato cuando lo despedimos en el cementerio y parecía que el silencio y los nudos en las gargantas nos ganarían la partida. Este escrito, como este libro, es para eso, para romper con los silencios que quedan, para invitar a que cada uno escriba, pinte, cuente, cante, baile su historia, que comparta sus proyectos, sus sueños y así le agreguemos otra hilada de ladrillos a la nueva casa sabiendo de antemano que «hacen falta muchas manos para una techada; y para esta gran techada, millones»

El Gringo no hablaba con los compañeros desde arriba, desde la soberbia pedante y aburrida del que se las sabe todas:

«No soy un marciano, soy un obrero consciente de cuáles son los intereses de mi clase y de cuáles son los intereses de quienes nos explotan como clase y como pueblo, consciente de sus métodos, sus estrategias para que nos quedemos en la ignorancia, en el individualismo, rogando y suplicando por las migajas de la riqueza que nosotros producimos»

Lo escuché no menos de cincuenta veces contar cómo veía él todo antes de sumarse al grupo que se lanzaría a recuperar la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Villa Constitución para los trabajadores. Más de cincuenta veces contó en charlas, asambleas, en el comedor de la Cocina Centralizada de la calle Felipe Moré, en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), cómo defendía su «teoría de las vías del ferrocarril»: «El Picci (Alberto Piccinini) me decía que participara de unas reuniones que se venían haciendo para debatir política, mi respuesta era siempre la misma: la política y el sindicalismo son como las vías del tren, van juntas, pero si se tocan, algo malo sucede». Era la forma que tenía de decirle a las compañeras y los compañeros sabía qué estaban pensando mientras él hablaba, que conocía de sus temores y prejuicios porque él los había tenido, incluso defendido tercamente,
y que eran los mismos temores y prejuicios de la gran mayoría del pueblo.

«Yo prefería irme a pescar mientras un puñado de compañeros se reunía para ver cómo defendían mis derechos y los de todos, pero un día di el primer paso y no sé por qué paso voy, pero sigo pensando cómo fue que me convencí de que esa teoría de las vías del tren era mía, que la había inventado yo. La escuché varias veces en estos veinte años, incluso en otros idiomas, en boca de
compañeros que también sentían que era suya. Eso hacen con nosotros, no sólo nos dicen cómo tenemos que vestir y qué comer, qué es lindo o qué es feo, nos van imponiendo ideas que no son nuestras, que no son de los trabajadores sino de ellos que no quieren que tengamos historia, memoria, dignidad, proyectos, derechos.

El Gringo murió siendo de la Lista Marrón de la UOM de Villa Constitución a pesar de los veintiocho años transcurridos; lo sentía como la experiencia más rica de su vida y de nuestro pueblo, le brillaban los ojos cuando hablaba de sus compañeros de la comisión interna y sonreía como nunca cuando se acordaba de aquel muchacho que, en medio de la toma de la fábrica, fue corriendo con una felicidad infinita a contarle: «¡Gringo, Gringo, Gringoooo! ¡El Jefe de Personal me pidió permiso a mí para ir al baño».

Angel contaba esto y agregaba que esas pequeñas cosas a él lo llenaban de calma y seguridad de que estaban del lado que tenían que estar y de que estaban haciendo las cosas bien, que esa lucha de Villa Constitución se había convertido en una escuela de libertad para muchachos como ese que se habían resignado a ser tratados como basura.

Murió orgulloso de haber formado parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores, de haber conocido al Negrito Fernández, al Gringo Mena, al Lucho Segovia, a Benito Urteaga, y de haber integrado la misma organización que Mario Roberto Santucho. Hablaba de las diferencias con otros compañeros y de otras organizaciones populares con respeto y afecto, con él se podía aprender aquello de hacer críticas duras y dejar en claro que eran de hermano a hermano, fraternalmente y sin especulaciones. Contaba con pasión todos los detalles de las charlas con compañeros de Montoneros y cómo eso había contribuido a defender la unidad de la Lista Marrón: «mirá si esas charlas y esa unidad se hubiesen podido dar en la base y en la dirigencia, en todos lados, como se dieron en Villa Constitución o en la fuga de Trelew, la unidad de las organizaciones revolucionarias al servicio de la unidad del pueblo»

Si algo resume su vida es la lucha por vivir con dignidad, no vivir a secas. Se cuestionó dada segundo en los últimos meses, me presionaba para que, llegado el caso, presentara algún recurso ante la justicia para que pudiera merecer este derecho.

«Ahora entiendo un poco más este debate sobre la eutanasia»; la única forma que tenía para desalentarlo era decirle que la Justicia resolvería el caso en cincuenta años. «Hablemos con el Pepe Maggi para que me haga un reportaje, yo quiero denunciar esta violación a mis derechos».

No sé si es correcto como lo digo, pero el problema no era el dolor del cáncer, sino que en su cabeza se le mezclaba con el recuerdo de otro dolor más de clase: «siento como agujas de electricidad, con fuegos, clavados en el hueso, como que empieza así y se desparrama el dolor por todo el cuerpo, la cabeza parece que me explota». Y encima, esta vez, los verdugos no tenían rostro, ni cuerpo, ni uniforme, y las sesiones eran mucho más largas que las veinte horas interminables de México llevadas a cabo por expertos
en «interrogatorios» de la CIA y los servicios mexicanos y argentinos. Un médico, con el resultado de un electroencefalograma en la mano, que daba cuenta de una «vieja lesión cerebral», le preguntó si recordaba haber tenido algún problema con la electricidad. «Hay profesionales que saben mucho de medicina y otras ciencias, pero nada de historia argentina, mucho de los que estudian para salvar vidas y nada de los que se forman para hacer de ella un infierno»

No registraba en su memoria estas cosas como padecimientos que él había soportado, sí como enseñanzas, y tenía la necesidad de transmitirlas a otros peleándole el terreno a los que consideran estos hechos como del pasado lejano; compartía aquello de «un presente de 500, 2.000 años» y conservaba intacta la curiosidad de pibe y la capacidad de buscar, aprender y asombrarse de cosas «maravillosas»; decía frases como: «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio», escrita por Einstein.

Y ahora que ya no está el Gringo, encuentro otra frase de Einstein que parece escrita para él: «Al que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados».

Este libro tiene varios momentos de la vida de Angel Porcu; en todos ellos habla un obrero, un revolucionario, un internacionalista, un ciudadano, una hormiga sobreviviente al genocidio, consciente del rol que jugó en los últimos treinta años y de la importancia que tendrán las enseñanzas de ese período para el futuro de la clase trabajadora y el pueblo argentino.

INDICE
Palabras preliminares, por Gustavo Martínez
Dedicatoria de Iris y Sara, hijas de Angel Porcu
Ellos pueden matarte de hambre o a tiros
Primera parte
1- Las luchas de Villa Constitución: un ejemplo del proletariado argentino. Relato reelaborado en el exilio con el objetivo de desarrollar una campaña de difusión entre los exiliados argentinos y traducido al italiano para difundirlo y trabajarlo con los gremios en las fábricas. Escrito por primera vez en la cárcel de Sierra Chica
2- La defensa de la unidad
Segunda parte
3- El regreso al país a fines de 1988 como militante político del PRT. Las dificultades de reinserción política y laboral para
la supervivencia. La renuncia al PRT. Definirme como un trabajador empírico, autodidacta y libre pensador. Cómo retomé la actividad gremial en ATE-CTA
4- Mi regreso al país
5- Me matan si no trabajo y si trabajo me matan
6- Reflexión sobre el pedido de recomposición salarial
7- Contra quién luchamos
Tercera parte
8- Aclaraciones, aportes y propuestas analíticas para el debate con proyección al futuro.
9- En Chile
10- Mi primera participación
11- Circulación de la sangre, circulación del dinero
12- Cómo ingresé y salí de la psicosis