Precio y stock a confirmar
Ed. Centro Editor de América Latina, año 1972. Tamaño 19 x 11,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 156
«Creo que la época más fecunda de mi creación fue la infancia. (…) Aunque en la casa había siempre mucha gente, para llenar aquella soledad tan profunda que sentía en medio del ruido, poblé todo aquel campo de personajes y apariciones casi míticos y sobrenaturales»
Estas palabras de Reinaldo Arenas, escritas en otro lugar, nos dicen que Celestino, el niño de esta historia, no es otro que su alma gemela. Para Celestino, su casa también es un endiablado enjambre; tampoco su madre y sus abuelos entienden por qué no cesa de escribir por todas partes, hasta en las hojas de los árboles; a él también le gritan y amenazan mientras se hostigan entre sí. No en vano, cuando el narrador se asoma al pozo de la casa, ve reflejado a Celestino; tampoco es de extrañar que éste, como el narrador, pueble su mundo de fantasmagóricos espíritus, seres y hechos extraordinarios, que habitan también sus escritos, refugio de su insufrible pobre realidad.
Narrada en primera persona desde los ojos de ese niño, Celestino, esta novela nos arrastra hacia los paisajes de la Cuba rural.
La muerte se pasea por el interior de la casa, por el pozo de agua y por los montes. No hay personaje que no muera: Celestino es asesinado por la malévola hacha del abuelo, el abuelo es devorado en un ritual antropófago, la abuela se ahoga en el pozo del agua y la madre del narrador pasa las noches colgada en su habitación.
La familia, que representa al gobierno castrista, es el régimen opresor, violento y asesino que arranca de raíz aquello que, en su ignorancia, le avergüenza: Celestino, cuya madre se ha suicidado, escribe poesías en los troncos de los árboles. Al descubrirlo, el abuelo, cabeza de la familia patriarcal y que el lector imagina muy parecido a Fidel Castro (¡Creen que es fácil sacarme los ojos y matarme! ¡Pienso vivir cien años! Y es posible que más… ¡Nadie escapará de mí en esta casa! Podría abrirles la cabeza a todas, como si fueran jicaras de coco. Pero no: tienen que servirme. Tienen que obedecerme, y morirse cuando yo lo ordene -p.123-), revolea su hacha y tumba todos los árboles donde Celestino comenzó a escribir su poesía interminable: según la madre del protagonista «eso es mariconería».
Añorando el amor de una familia que solo le brinda rencor, odio y violencia, el protagonista se pierde en una galería de fantasías, asesinando a su abuelo, conversando con duendes, brujas y los primos muertos que se pasean por el techo de la casa. La amistad y la complicidad que mantiene con Celestino los lleva a simular un matrimonio y a criar juntos un pichón de pitirre que, siguiendo el destino fatal de todos los miembros de la familia, acaba muriendo:
«¡Y yo que pensé que los pájaros no sentían tristeza!… ¡Pues sí la sienten!, porque si no fuera de tristeza, ¿de qué otra cosa se podría estar muriendo?, si le di leche, le di agua, lo puse al sol, lo acosté en la cama, le pasé la mano, le recé un padrenuestro, lo puse cerca del fogón, lo santigüé, le dí papitas, le sobé el empacho, le froté las patas; y luego quise darle un purgante, pero no se lo di porque, según la abuela, eso era una burrada».