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DVD Original usado
Estado: Excelente
Origen: Estados Unidos
Blanco y negro
Idioma: Inglés
Subtítulos: Castellano
Duración:
Casco de acero: 80′
Adiós a las armas: 84′
Director:
Casco de acero: Samuel Fuller
Adiós a las armas: Frank Borzage
Actores:
Casco de acero: Gene Evans, Robert Hutton, Steve Brodie, James Edwards, Richard Loo, Sid Melton
Adiós a las armas: Helen Hayes, Gary Cooper, Adolphe Menjou, Mary Philips, Blanche Fredereci, Jack LaRue, Mary Forbes, Fred Malatesta

Casco de acero

Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial, Fuller acudió al conflicto para participar tanto en el frente europeo como en el norteafricano. Por sus servicios bélicos recibió numerosos galardones, entre ellos el Corazón de Púrpura o la Estrella de Plata.

Nos encontramos en la guerra de Corea: Zack es el único americano que ha sobrevivido, gracias a su casco, que en recuerdo conserva la perforación de la bala, a la ejecución masiva de su pelotón por parte de los soldados comunistas. Junto al niño coreano que le libera de sus ataduras y un enfermero que encuentran en el bosque, se unen a una patrulla desorientada cuya misión consiste en tomar un templo budista utilizado por el enemigo como base de operaciones. Sin embargo, al llegar la posición parece desierta, y ellos la ocupan mientras esperan que llegue su relevo. No obstante, el enemigo no anda muy lejos, y no tardan en producirse bajas en el pelotón provocadas por unos combatientes invisibles que se mueven en la oscuridad de la noche.

Con una precariedad de medios evidente y unas limitaciones de presupuesto que le obligaron a economizar utilizando imágenes de archivo de la guerra real, Fuller construye un atípico alegato antibelicista que, además de cargar las tintas contra la crueldad y la violencia al margen de toda ley, sentido o sentimiento humano, apunta al origen de los conflictos, a los intereses que mueven a los gobiernos a involucrarse en escaladas armadas, y a los pretextos que enarbolan para obligar y convencer a los más desfavorecidos de sus sociedades a que acudan a morir por unos motivos que les son ajenos y que son vendidos con propaganda grandilocuente y discursos falseados. En ese sentido, resultan elocuentes las conversaciones que el prisionero coreano mantiene con dos de sus captores, en primer lugar el soldado negro, al que le pregunta cómo es posible que luche por un país que consagra la segregación racial y considera a los de su raza como animales o cosas, y no como a personas, y posteriormente con el soldado de origen japonés, al que le recuerda que sus conciudadanos japoneses nacidos o residentes en Estados Unidos fueron confinados en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.

Adiós a las armas

Basada en la novela homónima de Ernest Hemingway. La acción se basa en los propios recuerdos del escritor. Alistado como voluntario en un cuerpo de ambulancias, realizó la campaña con el ejército italiano en el frente de Isonzo. La metralla de una explosión le hirió en ambas piernas en el verano de 1918. Estuvo convaleciente en Milán, donde conoció a una enfermera norteamericana llamada Agnes von Kurowsky, con la que mantuvo ciertos devaneos amorosos.

La película relata la relación amorosa entre el teniente de ambulancias protagonizado por Cooper y la enfermera que encarnó Helen Hayes. La guerra está presente pero se sitúa en la distancia. Es el detonante del conflicto que sufrirán los personajes. No hay escenas bélicas propiamente dichas, la única de ellas carece de cualquier sentimiento épico: en ella, Frederic decide desertar del ejército para reencontrarse con Catherine. Los soldados caminan, derrotados, por caminos llenos de barro; Frederic huye aprovechando que los aviones austríacos descienden sobre ellos disparándoles. Para los protagonistas de Adiós a las armas, el amor (su amor) es la respuesta al caos que los envuelve, es el único camino que tienen para poder sentirse armoniosos dentro del infierno que les ha tocado vivir. Desde estos presupuestos, desertar no es un acto de cobardía sino que, más bien al contrario, supone dar un paso al frente.

En contraposición al personaje de Frederic nos encontramos con los de su amigo el capitán Rinaldi (Adolphe Menjou) y el sacerdote (Jack La Rue). Ambos encarnan dos posicionamientos ante la guerra. El primero, contempla la guerra sin demasiado horror (al igual que Frederic antes de conocer a Catherine), aprovechando su situación para medrar en su profesión de médico y flirtear con las enfermeras del hospital. Por el contrario, el sacerdote vive atormentado todo aquello que sucede a su alrededor. Su posición le hace sentirse totalmente impotente y desbordado. Cuando comprende que Catherine y Frederic están enamorados su rostro no evidencia asombro o alegría, sino pesadumbre al saber que el futuro está plagado de nubes negras que los ojos enamorados de la pareja no llegan a vislumbrar.