Ed. José Janés, año 1951. Tapa dura. Tamaño 11 x 17 cm. Traducción de José Lleonart. Usado excelente, 382 págs. Precio y stock a confirmar.
Publicada en 1917, parece esta novela una respuesta para quienes censuraban a Hamsun por retratar personajes moralmente perdidos o pusilánimes.
El campesino Isak es feo y desgarbado, tosco y simple pero inquebrantable, un ser limitado pero no exento de voluntad. Entra en posesión de una parcela de tierra sin cultivar e inicia una dura lucha contra la hostilidad del suelo y la naturaleza. Luego se casa con una mujer sencilla y valiente como él. La fortuna parece protegerlos y, a pesar de los obstáculos y las dificultades, todo va bien. Cada avance en el empeño de la pareja por sacar a sus hijos adelante y por hacer fructificar la tierra que trabajan, cada regalo de la Providencia es recibido por los protagonistas con gratitud.
La naturaleza constituye el espacio el trabajo existencial donde el hombre opera con total independencia para alimentarse y perpetuarse. No se trata de una naturaleza idílica, como sucede en ciertos utopistas bucólicos, y además el trabajo no ha sido abolido. La naturaleza es inabarcable, conforma el destino, y es parte de la propia humanidad de tal forma que su pérdida comportaría deshumanización. El espacio natural, la Wildnis, es ese ámbito que tarde o temprano ha de llevar la huella del hombre; no se trata del espacio o el reino del hombre convencional o, más exactamente, el acotado por los relojes, sino el del ritmo de las estaciones, con sus ciclos periódicos.
En dicho espacio, en dicho tiempo, no existen interrogantes, se sobrevive para participar de un ritmo que nos desborda. Ese destino es duro. Incluso llega a ser muy duro. Pero a cambio ofrece independencia, autonomía, permite una relación directa con el trabajo.