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Ed. Arte y Literatura, año 1999. Tamaño 23 x 16 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 330

Roberto Segre 001Hace precisamente veinte años, en octubre de 1969, me inicié en el debate teórico latinoamericano al participar en el encuentro organizado por César Fernández Moreno en Buenos Aires —en aquel entonces director de la Colección América Latina en su Cultura, patrocinada por la UNESCO—, para preparar el sumario del tomo América Latina en su arquitectura (Siglo XXI, México, 1975). En dicho año fueron publicados dos textos de Francisco Bullrich —Nuevos caminos de la arquitectura en América Latina (Blume, Barcelona) y Arquitectura latinoamericana, 1930-1970 (Sudamericana, Buenos Aires)—, de amplia resonancia a nivel internacional.

En ellos perduraba la interpretación crítica «ortodoxa» de las obras «maestras» del Movimiento Moderno, postura que sirvió de referencia en los debates sobre los contenidos del nuevo libro. A pesar de la posición esteticista sostenida por algunos de los participantes en la reunión —Francisco Bullrich, Amancio Williams, Graziano Gasparini y otros—, y de haber sido nombrado el propio Bullrich relator general del libro en preparación, las voces discordantes y mi posterior participación en este cargo lograron modificar la tónica predominante en los ensayos que se publicarían sobre la arquitectura de la región.

Frente a la primacía del proceso histórico autónomo de la arquitectura, a la valorización del hecho estético y a la lectura privilegiada de las obras «simbólicas», se planteaba, como factor esencial, el vínculo entre el desarrollo económico, social y cultural de América Latina y la construcción del espacio urbano y rural. O sea, integrar las obras «artísticas» dentro del complejo proceso de la producción general del ambiente artificial; y relacionar las distintas escalas del diseño, desde el territorio hasta el objeto artesanal o industrial, en un intento de alcanzar la visión globalizante identificada con el concepto de «diseño ambiental».

Por primera vez en la historiografía latinoamericana, quedaron unidos en un mismo volumen, por una lectura interdisciplinaria, estudios realizados desde ópticas diferentes, tales como los del sociólogo brasileño Darcy Ribeiro, el planificador argentino Jorge Enrique Hardoy, los arquitectos mexicanos Ramón Vargas Salguero y Rafael López Rangel, o el diseñador industrial alemán —en aquel entonces radicado en Chile— Guy Bonsiepe. Fue el punto de partida de una corriente predominante en la década de los años 70, cuyos objetivos eran contrarios a la lectura crítica autónoma de la arquitectura «de autor», proponiéndose el análisis de sus significados en relación con la realidad concreta definida por el desarrollo socioeconómico del Continente y el Caribe. Enfoque posible a partir del advenimiento de la Revolución Cubana, y madurado en el proceso de construcción del socialismo como factor antagónico al desarrollo del sistema capitalista en los restantes países de América Latina.

Ello no significaba negar el aporte del «talento» de los creadores pertenecientes a la vanguardia, tal es así que Damián Carlos Bayón fue encargado por la UNESCO para que realizara una serie de en entrevistas a los principales protagonistas del quehacer arquitectónico de la región, reunidas en la Panorámica de la arquitectura latinoamericana (Blume, Barcelona, 1977).

Desde la publicación en 1975, en México, del libro de la UNESCO al cual nos hemos referido —cuya difusión se concretó en siete ediciones—, he profundizado en esta temática, en un trabajo posterior en equipo con Rafael López Rangel, realizado bajo los auspicios de la Universidad de Guadalajara, en 1981. Las estructuras ambientales en América Latina sirvió de base para sucesivas actualizaciones que se publicaron en Italia (Arquitettura e territorio nell’América Latina, Electa, Milán, 1982) y Cuba (Ambiente y sociedad en América Latina contemporánea, Casa de las Américas, 1986). Finalmente, en 1985 intentamos recuperar la especificidad del diseño urbano y arquitectónico, en una lectura «sistémica» del significado de los símbolos en el contexto metropolitano, esclareciendo las fuerzas contradictorias que definen el desarrollo de las ciudades latinoamericanas; tarea materializada en el libro Tendencias arquitectónicas y caos urbano en América Latina (G. Gili, México, 1986).

Por último, hemos seguido un camino paralelo en los análisis específicos de nuestras propias realidades: Rafael López Rangel, en la relectura del nacimiento de la modernidad mexicana («La modernidad arquitectónica mexicana. Antecedentes y vanguardias, 1900-1940», 1989, y «Enrique Yáñez en la cultura arquitectónica mexicana», 1989), mientras por mi parte he resumido el proceso decantado por la arquitectura en Cuba revolucionaria (Arquitectura y urbanismo de la Revolución Cubana, Pueblo y Educación, 1989).

Esta trayectoria definida por un pensamiento marxista sobre la arquitectura fue obviada en el debate teórico realizado en los múltiples foros que se llevaron a cabo en estos últimos años, en particular en los SAL (Seminarios de Arquitectura Latinoamericana), dominados por el llamado jet set de la crítica hegemónica en la región: nos referimos a Ramón Gutiérrez, Marina Waisman, Jorge Glusberg, Enrique Browne, Silvia Arango, Louise Noelle de Mereles y Cristián Fernández Cox. No es casual que recientemente (1987), en su tesis doctoral, Eduardo Tejeira-Davis calificara el libro América Latina en su arquitectura como «la mejor prueba de que la arquitectura latinoamericana había alcanzado su nadir». O sea, lo que para nosotros constituía el punto de partida de una visión renovada, objetiva y realista en la búsqueda de una articulación científica entre la esencia y los fenómenos caracterizadores de nuestro entorno construido, para un integrante del grupo de críticos «idealistas» este análisis llevaba a la «muerte de la arquitectura» o a la negación de los atributos de su «especificidad» objetual.

Estas posiciones se han fortalecido a finales de la década de los años 80 con la aparición de diversos libros en los cuales se privilegia la problemática «estética» sobre la relación dialéctica entre valores culturales y realidad social, económica y política. Nos referimos fundamentalmente al texto de Enrique Browne (Otra arquitectura en América Latina, G. Gili, México, 1988) y a la recopilación realizada por Antonio Toca (Nueva arquitectura en América Latina: presente y futuro, G. Gili, México, 1990). En ellos, a pesar de algunos análisis discordantes con el eje hegemónico de análisis —es el caso de Carlos González Lobo, Víctor Saúl Pelli, Lorenzo Fonseca y Alberto Saldarriaga—, predomina una lectura «unidimensional» del contexto latinoamericano. La arquitectura es concebida a partir del saber profesional, respuesta unívoca de los valores estéticos de la clase dominante. Las corrientes estilísticas predominan sobre las respuestas a las necesidades, a las funciones, a la disponibilidad de los recursos. Resulta ajeno el drama «ambiental» de América Latina, reflejo de la agudización de las contradicciones que se han vivido y no aún superado en esta llamada «década negra» de la economía de la región.

La divergencia fundamental que nos separa de los voceros del establishment de la crítica arquitectónica latinoamericana, radica en la imposibilidad de aceptar, tanto artificiales definiciones de procesos históricos, como genéricas categorías estéticas en la caracterización de la arquitectura de la región. Si bien es lícito rescatar algunos factores constantes que expresan la especificidad de «lo latinoamericano» en términos ecológicos, sociales, económicos y culturales, al mismo tiempo están presentes contradicciones insalvables que desdibujan estas persistencias. Cabe, entonces, preguntarse si la crítica debe definir la validez de la diversidad a partir de los factores condicionantes que la determinan, o forzar una abstracta y teórica unidad, finalmente negada por el desarrollo de las estructuras socioeconómicas vigentes en los diferentes países.

El debate sobre los significados de modernidad, identidad, tradición, cosmopolitismo y vernáculo, no pasa primordialmente por los términos de la expresión arquitectónica, sino por el contexto social y económico que la define; o sea, por las profundas contradicciones de clase o por el lastre que para el desarrollo constituyen la deuda externa y la dependencia de los países capitalistas industrialmente desarrollados, por lo tanto, no tiene sentido hablar de «identidad» cultural, si antes no se ha logrado la independencia económica y superado las contradicciones antagónicas de clase que permitan a los habitantes de un país convertirse en «nación». ¿Qué sentido de identidad puede existir entre los ricos de Miradores, en Lima, y los descendientes de los incas en el Cuzco? ¿Cómo sienten la pertenencia a una identidad, en cuanto a aspiraciones y perspectivas futuras, los residentes del barrio Palermo, en Buenos Aires, y quienes radican en las relegadas provincias de La Rioja o Formosa, en Argentina?

Si asumimos en términos contradictorios las categorías de «cosmopolitismo» y «vernáculo», referidos a los componentes constructivos, se enunciaría el antagonismo entre industrialización de la construcción o alta tecnología y la persistencia de las tradiciones artesanales. Sin embargo, la primera no representa mecánicamente la dependencia tecnológica y la segunda la utilización de los «reales» recursos locales, sino la contradicción existente entre las posibilidades objetivas de resolver masivamente las necesidades sociales con una tecnología «moderna», o el estancamiento de la tecnología «apropiada», inducido por la pobreza que genera la estructura económica imperante. No son más representativos de una auténtica arquitectura latinoamericana Carlos Mijares, Rogelio Salmona o Eolo Maia, quienes utilizan el ladrillo en la construcción de lujosas residencias, que Joao Filgueiras Lima, Fruto Vivas o Fernando Salinas, en busca de una solución al problema de la vivienda y de las infraestructuras urbanas con elementos industrializados de acero o de hormigón armado. En ambos casos es posible alcanzar respuestas estéticamente válidas, aunque dirigidas hacia objetivos diferentes y condicionadas por la realidad antagónica, que contiene al mismo tiempo la opulencia y la miseria.

Coincidimos con Ramón Gutiérrez en la dificultad de establecer tendencias o categorías definitorias de la producción arquitectónica de este medio siglo, debido a la diversidad de caminos y a la complejidad de los problemas existentes. Por el contrario, resulta esquemática la clasificación aplicada por Enrique Browne al Movimiento Moderno latinoamericano (1930-1980), que resume en una simple sucesión formal de arquitecturas «blanca», «gris» y «multicolor» o separa «una» de «otra» arquitectura latinoamericana. Dentro de la actual problemática urbana del Continente, las experiencias evasivas de Claudio Caveri en Argentina o de Alberto Cruz Covarrubias en Chile, están más cercanas a la mítica Arcadia del siglo XVIII europeo o a las comunidades shaker norteamericanas, que a las respuestas necesarias para los habitantes «marginales» en las grandes capitales. Tampoco es aceptable individualizar este trabajoso camino en aisladas figuras paradigmáticas —Rogelio Salmona, Luis Barragán, Oscar Niemeyer, Clorindo Testa, etcétera—, sin asumir el vínculo —positivo o negativo— con la producción mayoritaria, espontánea o profesional que las circunscribe y que comprende la cultura y los sistemas de valores de millones de personas, ajenos a los planteamientos de la vanguardia artística.

No cabe duda de la proyección mundial de Oscar Niemeyer, como representante de una auténtica cultura ambiental latinoamericana gestada en la especificidad de los códigos ambientales brasileños; sin embargo, cabe preguntarse: ¿su aporte es conocido o tiene incidencia en las comunidades italianas y alemanas de Rio Grande do Sul, cuyos miles de habitantes, también «brasileños», sienten como propios los valores simbólicos de la arquitectura bávara o apenínica? ¿No pertenecen a la cultura del mismo país la Plaza de los Tres Poderes, de Brasilia, y el cine de Gramado, caracterizado por nevados techos en pendiente, donde se celebran los festivales anuales de la cinematografía del Brasil, y, por lo tanto, símbolo arquitectónico nacional?

Es cuestionable adoptar una posición cultural «moralista», inconscientemente «nacionalista» o «hispanizante» y que con facilidad se torna reduccionista, en la búsqueda de una abstracta «honestidad» formal -subyacente en algunas formulaciones de Ramón Gutiérrez—, al referir el eje conductor de la cultura «nacional» y la continuidad de las tradiciones «ortodoxas» —aquellas provenientes de la colonia— recuperadas por la expresión neovernacular del Movimiento Moderno. América Latina es una amalgama de pueblos originarios, transplantados y jóvenes -parafraseando a Darcy Ribeiro— que conforman una diversidad de etnias y culturas imposible de resumir en un solo tronco principal de desarrollo. La transculturación que se realiza entre españoles e indígenas en la etapa colonial, resulta tan válida como la que posteriormente producen los inmigrantes italianos, polacos, alemanes o japoneses en el siglo XX; a pesar de las evidentes diferencias de escala y magnitud. La primera se hizo visible en el proceso integrador del barroco colonial; las más recientes se manifiestan en la mezcla de tradiciones y estilos que caracterizan la heterogeneidad formal y espacial de la ciudad contemporánea.

Creo en la necesaria articulación entre la «alta» cultura profesional y el saber «popular» de los usuarios, pero determinada por la clase social, los recursos disponibles, el tiempo y el lugar. Pertenecen a nuestra propia tradición tanto los ancestrales pueblos coloniales que se han conservado hasta el presente, como las viviendas de madera y chapa del barrio La Boca, en Buenos Aires, o las casas espontáneas eclécticas o Art Deco, distribuidas por los barrios de La Habana. Discrepo entonces de Cristián Fernández Cox, cuando contrapone tajantemente un sistema de elementos exógenos a un sistema de elementos nacionales en la realidad ambiental latinoamericana.

La decantación de una expresión propia se produce a partir de la síntesis entre lo externo e interno, a través del proceso de maduración de las corrientes dominantes que son asimiladas por diseñadores y usuarios y se concretan en soluciones particulares, cuya originalidad y creatividad las convierte en patrimonio de la sociedad que las genera. Hablar de una copia mimètica del racionalismo europeo, o de una simple transposición estilística de los códigos formales y espaciales, significaría negar los contenidos conceptuales progresistas de la vanguardia mexi¬cana representados por la Escuela Técnica Superior, de Juan O’Gorman; o la originalidad de las viviendas de Flavio de Carvalho en San Pablo, o del edificio Kavanagh, de Sánchez, Lagos y De la Torre, en Buenos Aires, cada uno de ellos condicionado por motivaciones sociales, económicas y culturales concretas que fundamentan sú existencia y diferenciada significación.

Algunas de estas tesis controversiales están presentes en los capítulos de este ensayo. Su contenido posee un carácter documental fragmentario, en función de los conceptos que se exponen, por lo que no se puede considerar como una «nueva» historia de la arquitectura latinoamericana, superponiéndose al trabajo erudito realizado por Ramón Gutiérrez y Eduardo Tejeira-Davis. Se diferencia de mis textos anteriores —en los cuales me limité a la etapa que se inicia con la segunda postguerra— por el intento de recorrer el ciclo histórico que se inicia en el siglo XIX y luego enfatizar los principales aportes materializados en la década del 80.

Por una parte, me he propuesto revaluar el proceso de maduración del Movimiento Moderno en América Latina, y demostrar la superposición de tendencias y la existencia de escalones intermedios en la tradicional antítesis entre eclecticismo y racionalismo. Por la otra, me propongo definir los «problemas» a resolver en el desarrollo presente de las estructuras urbanas. De ahí el cambio de método que trasluce el análisis —primero, un estudio evolutivo de «tendencias» artísticas hasta la formulación de los postulados de la «modernidad», y luego, la profundización de las funciones sociales prioritarias—, motivado por la dificultad de establecer corrientes «estilísticas» categóricas en estas últimas décadas del siglo.

El último aspecto que considero relevante, es el vínculo entre la proyectación profesional y la asimilación popular de los modelos de la «alta» cultura, así como también la trascendencia social de las obras realizadas. Los habitantes de las ciudades latinoamericanas no necesitan sólo símbolos monumentales sino esencialmente viviendas, servicios, infraestructuras técnicas que permitan mejorar la «calidad de vida» de los diferentes estratos sociales.

Dentro de esta producción masiva debe estar contenida la creatividad, la artisticidad, la expresión cultural de diseñadores y usuarios. Destacar los valores progresistas y positivos de las nuevas formas y espacios generados por urbanistas y arquitectos, es la responsabilidad fundamental del crítico. Esclarecer los caminos que se abren hacia el siglo XXI, ha sido el objetivo de estas reflexiones.

ROBERTO SEGRE
La Habana/Maracaibo/San Pablo/Jalapa
1989/1990

INDICE
Prólogo
I- ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XX
1- Complejidad de nuestro universo socioeconómico
2- Caminos actuales de la crítica
3- La herencia del período colonial
a) El esquema urbano
b) El trazado vial
c) Los espacios públicos
d) Los espacios semipúblicos
e) Los espacios privados
f) Los sistemas simbólicos
II- EL ENTORNO PRODUCTIVO DE LA DEPENDENCIA
1- Premisas conceptuales
2- Entorno urbano y rural en la producción de la colonia
3- Renovación tecnológica de las estructuras industriales
4- Los inicios del habitat proletario
III- LA CONFIGURACIÓN DEL SISTEMA AMBIENTAL CLÁSICO
1- El neoclasicismo: transición hacia la modernidad
2- Aciertos y contradicciones del eclecticismo
3- La escala monumental de la dimensión urbanística
4- El espacio: protagonista del universo simbólico
IV- LOS PROLEGOMENOS DE LA MODERNIDAD: ART NOUVEAU Y ART DECO
1- Significación de los movimientos culturales «marginales»
V- LA TRAYECTORIA DEL REGIONALISMO: DEL NEOCOLONIAL AL VERNÁCULO
1- Tradición y renovación en la arquitectura neocolonial
a) Los fundamentos teóricos
b) Arquitectura e ideología
c) Contradicciones entre forma y contenido
d) El neocolonial reinterpretado: la influencia norteamericana
2- Componentes cultos y populares en la arquitectura vernácula
3- Las vertientes contextúales de la «modernidad»
VI- ASIMILACIÓN Y CONTINUIDAD DEL MOVIMIENTO MODERNO
1- Presencia del racionalismo europeo en América
2- Sociedad y cultura en la arquitectura mexicana
3- La apropiación estética del racionalismo en el cono Sur
4- Realidad e idealismo en los postulados de la vanguardia
5- Los paradigmas de la identidad ambiental latinoamericana
6- Transcripción regionalista del Movimiento Moderno
7- Las realizaciones en el mundo antillano
8- Realismo tecnológico y expresión poética
VII- LA CENTRALIDAD URBANA: UNIVERSO SIMBÓLICO Y PARTICIPACIÓN POPULAR
1- Ciudad y sociedad a partir de la segunda postguerra
2- Los planes urbanos de la década del 50
3- El universo simbólico de la centralidad
4- Brasilia: la transformación del mito urbano
5- Ciudad y participación: el caso de Caracas
VIII- LA CÉLULA: DE LA DIMENSIÓN INDIVIDUAL A LA ESCALA URBANA
1- Valores simbólicos y funcionales de la célula
2- Contenidos estéticos de la vivienda individual
3- La dimensión continental del hábitat de la pobreza
4- Integración de la célula en el contexto urbano
IX- LAS ESTRUCTURAS DEL HÁBITAT SOCIAL
1- Urbano y suburbano en la ciudad latinoamericana
2- La vivienda, configuradora de la trama urbana
3- La disgregación del tejido continuo
4- La construcción de la ciudad alternativa
X- LA RECUPERACIÓN DEL CENTRO HISTÓRICO
1- Significación del corazón de la ciudad
2- La conservación del contexto urbano tradicional
3- Inserción de nuevas formas y funciones
4- La vivienda, entre lo nuevo y lo viejo
5- Revitalización de la Habana Vieja
Epílogo
Bibliografía