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Ed. Galerna, año 2014. Tamaño 22 x 15 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 242
«Quería rescatar en Alguien camina sobre tu tumba algunas historias que sabía yo, que tienen que ver con historias que encontré en lecturas absolutamente trash y que tienen que ver con los cementerios. La historia del necrófilo de Montparnasse, por ejemplo, no me acuerdo exactamente de dónde la saqué, pero tiene que ver con esta lectura de textos trash de los ‘80 y ‘90, hay algo de cultura de libro de saldo, de libro un poco morboso, del libro absolutamente popular. A mí siempre me interesó tomar cosas que tienen que ver con cuestiones de alta cultura o alta literatura –por algún motivo, la crónica de cementerios se transformó en eso también, con Cees Nootebom visitando las tumbas de los escritores célebres, el escritor célebre visitando la tumba de sus colegas–, pero el gesto mío en Alguien camina… es otro. Siempre me interesó un poco eso porque también es lo que leo.
Alguien camina sobre tu tumba tiene una estructura casi de diario personal, combinando la crónica de viajes, pero también cierto estilo de nota autobiográfica. ¿Cómo fue el proceso del libro?
–El libro se fue armando durante muchos años. Cuando viajo es el único momento donde tomo notas que podrían ser “de diario”. Personalmente, yo no llevo diario ni nada, cuando viajo es el único momento en que llevo un registro de lo que hago, no sé por qué, para no olvidarme cosas, supongo. Y siempre que viajo, viajo a un cementerio. A donde vaya, viajo a un cementerio. El libro se fue armando durante muchos años con esas notas que fui tomando. Se terminó de construir en mi cabeza con la última crónica, la del último cementerio, situada en el entierro de la madre de Marta Dillon. Ahí se me armó como un libro para darle un sentido a todo lo demás que no fuera solamente el capricho aunque, claro, obviamente eran caprichosos los relatos, pero no del todo, al final pude encontrar un hilo. O sea, tenía un montón de líneas donde había una preocupación por dónde van los cuerpos, por lo que es un epitafio, qué hacemos con nuestros cuerpos y con las historias de los cuerpos, y eso, para mí, fue como darme sepultura, por eso empiezo el libro diciendo “mi cuerpo va a estar acá”. En el principio está el final en ese sentido: el mío va a estar en un lugar, y éste es el lugar que elijo.
¿Hay algo significativo relacionado con el hecho de que tus primeros libros estaban en tercera persona y este último está en primera? ¿Tu escritura se está volviendo cada vez más personal?
–En Alguien camina sobre tu tumba, esa primera persona es tan artificial como la tercera, no me acerca ni me aleja, porque la primera persona en algún sentido es algo igual de elaborado que el mundo ficcional de cualquier novela. Los viajes a cementerios son una cosa que yo realizo asiduamente. En estas crónicas es todo muy frenético, es muy poco pausado, en algún sentido es muy precario, y eso me interesaba, me interesaba sobre todo por esa solemnidad que suele haber en las crónicas de los viajes a los cementerios, en donde el escritor consagrado va y mira las tumbas. No me interesaba hacer esa crónica sólida, quería hacer algo más fugaz, vital, tratar de hacer una combinación muchísimo más dinámica y moderna. Digo: voy, corro, tiene la velocidad de las cinco horas de visita y después me tengo que ir, básicamente, porque no tengo plata para seguir estando en ese lugar.
En el libro usás una expresión muy interesante, “catador de cementerios”. ¿A dónde apuntás?
–Algo tiene que ocurrirte a vos para encontrar lo particular de un cementerio. Con el paso del tiempo, es una recorrida que empieza a hacerse muy parecida. Encontrar cuál es el cementerio es algo bastante especial: a veces te topás con cementerios que tienen una cosa absolutamente única e imposible, como el Presbítero Maestro, de Lima, que es una cosa fabulosa, en todo sentido. Pero otras no tanto. Yo sí les busco la vuelta. Hay algunos que quedaron afuera que podrían haber estado pero, qué sé yo, por tal o cual motivo quedaron afuera. El de Ushuaia, por ejemplo: fui a buscar la tumba del Petiso Orejudo, que no está. Me contaron en la cárcel que estaba en una fosa común que no encontré. Esa crónica hubiera podido entrar, pero finalmente no entró. Pero, por ejemplo, tiene una tontería: es el único cementerio de todos los que yo vi en mi vida que usa en las tumbas una cosa que en otros se usan, pero no con tanta insistencia, que es “la hora fatal”, una especie de relojito de bronce, un adorno, que indica la hora en la que se murió el muerto que está ahí. Lo ponen en el setenta por ciento de las tumbas. Ser “catador de cementerios” es eso: qué tiene este cementerio, cuál es el sabor de este cementerio, qué tiene de particular. Hay algunos que son así, absolutamente fastuosos y monumentales y otros que tienen algo que te llama la atención, una moda, una manía que no existe en ningún otro lugar.
En Alguien camina sobre tu tumba también se insiste con el hecho de que el cementerio es la marca histórica de una comunidad que dejó su huella. Por ejemplo, el cementerio de la comunidad galesa de Chubut
–Los cementerios tienen mucho de historia en dos sentidos: la Historia con mayúscula y luego la de las pequeñas narrativas. La gran narración en todos, en casi todos, incluso en el de Carhué –la historia de esa inundación es una historia de la autodestrucción de la Argentina, el relato de los habitantes destrozando el cementerio es una parte más de esa historia– y luego, dentro del cementerio, hay pequeñas historias propias, más folklóricas, que lo hacen muy interminable, que transforman al cementerio en un lugar en donde se cruzan cadenas de relatos. Hace poco estuve en uno de Chile en donde tienen una bóveda reservada para la selección chilena de 1962, los que salieron terceros en el Mundial. No hay ninguno muerto, pero está el lugar reservado, como en la crónica de los galeses. Eso sólo, que esté la tumba para la selección del ‘62, es una historia del fútbol chileno: el triunfo máximo, la máxima gloria… Están todos vivos.
Los de Recoleta y Chacarita, los más emblemáticos de Buenos Aires, están ligeramente mencionados o ni aparecen. ¿Buscabas alejarte del reciente fenómeno de la visita turística a cementerios?
–No quise poner a ninguno de los dos un poco por una cuestión absolutamente personal y de gusto. Leí mucho de Recoleta y la sola idea de leer algo sobre ese cementerio me aburre. A mí me interesaba recuperar un interés legítimo, qué sé yo, ir a Cuba y visitar a una tumba que tiene la forma de la reina del ajedrez y preguntar “¿quién es este tipo?” y que me digan quién es. No tenía ganas de contar todo lo del cementerio de Recoleta, porque ya se ha escrito de todo, volver a los textos de Rufina Cambaceres, la cuestión de clase, el cementerio de la aristocracia… No puedo. El de Chacarita hubiera sido más interesante, lo tengo cerca, pero ninguno de estos dos cementerios estaba dentro del espíritu del libro, que tiene que ver también con esto del recuerdo un poco imposible de verificar, porque hay lugares a los que yo no puedo volver inmediatamente para ver si esto es realmente tan así. Yo quería que hubiera eso, ausencias del recuerdo, agujeros de la memoria imposibles de reconstruir, y que esa falta constara, que en la crónica estuviera dicho que tal o cual cosa no la sé. Me parece que a veces, en relatos de viaje o crónicas, hay ciertas certezas que a mí no me interesan en ese tipo de relatos de no-ficción. Está bien decir que no sé, que algo no lo pude averiguar. Busqué ser especialista pero no en el sentido académico, de investigadora, completando todos los agujeros de mi averiguación, sino que intenté ser una especialista más entusiasta, una especialista más ligada al gusto.
El epílogo, con ese plan de cementerios que querés ver antes de morir, da por sentado que estas visitas no van a terminar
–Las voy a seguir haciendo, sí. Estaba interesada en que quede ese epílogo de los cementerios que pienso visitar, los visite o no, no importa. Es una manera no tanto de decir “parte dos”, sino de indicar que esto va a seguir para siempre, que puede llegar o no a tener la forma de un nuevo libro, pero que de todos modos no va a parar.
INDICE
1- La muerte y la doncella
Staglieno, Génova, Italia, 1997
2- Malacara
Trevelin, Chubut, Argentina, 2009
3- Los perros negros
Panteón de Belén y panteón de Mezquitán, Guadalajara, México, 2012
4- Acá nadie se muere
Isla Martín García, Argentina, 2008
5- El barón en la torre
Spring Grove, Ohio, Estados Unidos, 2012
6- Un dominicano sin cabeza
Cementerio Presbítero Maestro, Lima, Perú, 2008
7- Un bar en Broome
Rottnest Island, Australia Occidental, Australia, 2007
8- Verde gótico
Cementario Principal, Frankfurt, Alemania, 2011
9- Ciudades de los muertos
Nueva Orleans, Louisiana, Estados Unidos, 2012
10- Estatuas de sal
Cementerio de Carhué, provincia de Buenos Aires, Argentina, 2009
11- La tumba del rey
Graceland, Memphis, Tennessee, Estados Unidos, 2012
12- Rosas de cristal
Necrópolis de Colón, La Habana, Cuba, 2001
13- Piedras sobre piedra
Cementerios israelitas de Basabilvaso y Villa Domínguez, Entre Ríos, Argentina, 2011
14- Un hueso de los inocentes
Catacumbas y Cementerio de Montparnasse, París, Francia, 2006
15- El ángel de Salamone
Cementerio de Azul, provincia de Buenos Aires, Argentina, 2009
16- La niña ausente
Colonial Park y Bonaventure Cemetery, Savannah, Georgia, Estados Unidos, 2012
17- La aparición de Marta Angélica
La Reja, Moreno, Argentina, 2011
18- Epílogo: los cementerios que quiero ver antes de morir