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Ed. Mosca Azul, año 1988. Tamaño 20,5 x 14,5 cm. Traducción de Jessica McLauchlan. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 366
La principal causa de la revolución campesina de 1885 en el Perú fue la pobreza extrema en que se hallaba el campesino a causa de la guerra del salitre (la guerra del Pacífico, también denominada guerra del Guano y del Salitre, fue un conflicto armado acontecido entre 1879 y 1883 que enfrentó a Chile contra los aliados Bolivia y Perú y que se desarrolló en el océano Pacífico, en el desierto de Atacama y en las serranías y valles peruanos). El gobierno de Miguel Iglesias hizo cargar en los hombros del pueblo el peso de la reconstrucción nacional.
Los múltiples abusos de los “mishtis”, fueron otra de las causas que originaron la Revolución Campesina de 1885. Con el apelativo de “mishti” conoce el campesino ancashino al patrón, al hacendado, al rico habitante de la ciudad. “Mishti” significa etimológicamente “blanco”. Los campesinos de Ancash se sentían oprimidos por los blancos, la gente de la ciudad, que sin considerar la terrible miseria que había dejado la guerra, aprovechaba de la situación para explotar a los habitantes del campo.
Muchos hacendados prestaron dinero a los campesinos para que paguen tributos durante la guerra con Chile. Al no poder cancelar esas deudas, se veían obligados a cederles sus tierras y quedar como servidores del hacendado, con toda su familia. Así el feudal sistema de la servidumbre se reactivó en Ancash luego de la guerra con Chile. Los “tápacos” se veían obligados a servir gratuitamente en la casa del hacendado; sus mujeres e hijas pasaban a la cocina de la casa hacienda, de igual modo, a realizar el servicio gratuito.
Como la crisis era general, a las autoridades no se les ocurrió mejor idea que elevar los diezmos (que en la colonia se pagaba al rey de España), las regalías y pitanzas; y aumentar el monto de los absurdos tributos que existían: la contribución predial, minera, artesanal y personal.
No conforme con tanto abuso, a inicios de 1885 se prohibió la libre extracción de la leña. Los usuarios tenían que pagar 40 centavos por cada carga de leña. La sal, comercializada por el estado, duplicó su precio en perjuicio de los campesinos.
La gendarmería también participaba de los abusos en contra de los campesinos. Por denuncia escrita del alcalde Santa Gadea, conocemos que semanalmente los agentes tomaban para su rancho, una o dos reses de los campesinos pobres.
Pero el mayor abuso se cometía en contra de las comunidades campesinas. En la provincia de Huarás, los hacendados tomaron la táctica de arrendar terrenos de la Beneficencia Pública y, luego de ocuparlos, invadían las propiedades de las comunidades aledañas. Así se apropiaron de terrenos de las comunidades de Huanchac y Marián.
Todos estos abusos cometidos en contra de los campesinos del Callejón de Huaylas, fueron creando un ambiente de gran resentimiento. Al comienzo, se aceptaron en silencio, pero poco a poco se fue levantando un sentimiento de rechazo a tanto abuso.
Los trabajos “de la república”, fueron también causa de abuso en contra de los campesinos de Ancash. Con ese nombre se conocía al trabajo gratuito que prestaba el hombre de campo en una serie de obras públicas.
Desde tiempos antiguos, el hombre andino estaba acostumbrado a tres tipos de trabajo, en base a la reciprocidad. Primero estaba el “rantín” o ayni, por medio del cual la ayuda mutua se daba al interior de la comunidad, entre sus miembros; el techado de la casa ha quedado como ejemplo de “rantín” que aún hoy se practica. Luego venía la minka, el trabajo que el poblador prestaba a la comunidad en la reparación de caminos, limpieza de canales, etc. Finalmente se tenía la mita, que era el trabajo en favor del estado; así había una mita guerrera, la mita minera, etc. El poblador prestaba su servicio gratuito, pero la comunidad y el estado, velaban por él y su familia en caso de enfermedad, muerte, catástrofe o guerra.
Los trabajos “de la república” eran un remedo de minka, pues sólo a los campesinos se les obligaba a trabajar gratuitamente en obras que muy bien debían ser remuneradas. De cada estancia bajaba semanalmente un grupo de 50 campesinos para trabajar de modo gratuito. Así se construyó el cementerio de Pilataraq que en esa época se iba a inaugurar.
El nuevo prefecto, Coronel Francisco Noriega, para ganarse el favor de la población huarasina ordenó que mediante los trabajos “de la república” se levantaran las torres de la Iglesia Matriz, la que con el tiempo sería la Catedral de Huarás.
Lo que molestó a los campesinos fue que estando trabajando en dos obras, el prefecto exigiera que otro contingente vaya a reparar los techos del cuartel. Aparte de la natural inquina que le tenían a la tropa, siempre existía el temor a la represión y al abuso. Los campesinos no acudían a trabajar al cuartel. El Prefecto castigó a las autoridades, lo que puso más tirantes las relaciones con la nueva autoridad.
Pero la principal causa que originó la Revolución Campesina de 1885 en Ancash, fue la condición de semi esclavitud en que vivía el campesino. Desde el incario, el hombre del Ande del Callejón de Huaylas fue oprimido; los Incas dominaron a Huaras y Huaylas después de doce meses de cruenta lucha en 1460. Por ese resentimiento, 70 años después inicialmente apoyaron a los españoles. Una vez que comprendieron su error, comenzaron una larga lucha contra los colonizadores, quienes los sojuzgaron con fiereza.
La independencia nacional no significó nada ni le trajo ningún cambio para el campesino peruano. Fue utilizado como carne de cañón; se predicó que su vida mejoraría, que la liberación había llegado. Todo fue un vil engaño, un hermoso poema que quedó en el papel. La independencia fue capitalizada por los criollos, los hijos de los españoles, y ellos se aseguraron de que las cosas no cambien para el “indio”. Fue así que se profundizaron las desgracias del hombre del campo con la llegada de la república.
Durante la colonia, las Leyes de Indias impedían a los españoles apoderarse de las tierras de las comunidades; pues los indígenas tenían que poseer terrenos de donde saquen los productos para entregarlos como tributos.
Los nuevos dueños del Perú, los criollos, los hacendados, abolieron la propiedad de las comunidades campesinas, para quitar las tierras a los campesinos; cosa que ni los españoles hicieron. La independencia no trajo ninguna mejora para los campesinos; el encomendero español fue reemplazado por el hacendado.
En 1821, siendo Prefecto don Toribio de Luzuriaga, abolió la servidumbre y el injusto trato de “indios” que se daba a los campesinos de modo despectivo; el General San Martín lo decretó a nivel nacional. Pero esas disposiciones no se respetaron nunca.
Simón Bolívar, creador de la República aristocrática, proyecto en el que no tenían cabida los campesinos, como un reconocimiento al invalorable apoyo de éstos en las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824 decretó que las tierras de las comunidades eran inviolables, pero jamás se hizo caso a dicha ley.
Nunca imaginaron los “mishtis” que arruinando a la gente del Ande, arruinaban al Perú.
La imposición del pago de la Contribución Personal, decretada por el Prefecto Noriega, fue la gota que colmó la paciencia campesina. El prefecto, en su pretensión de restablecer la Corte Superior de Justicia de Ancash, cerrada desde fines de la guerra, no tuvo mejor idea que imponer el pago de la Contribución Personal a los campesinos. El monto fijado era de dos soles de plata.
La gente en esos días ya no conocía las monedas. A raíz de la guerra se había impuesto el papel moneda; pero también, éste se había desvalorizado. Se cambiaba un sol de plata, por veinte soles en billete. Precaviendo una caída en el precio, el Prefecto ordenó se paguen treinta soles en billete si no se conseguían los dos soles de plata.
Imaginémonos la reacción de la población campesina, que apenas ganaba jornales de cinco reales, y tenía que reunir treinta soles en un plazo mínimo. Realmente, la disposición de la autoridad era absurda. Los campesinos buscaron quien les haga un memorial solicitando el retiro de la disposición. El prefecto, en vez de buscar soluciones, se puso a buscar enemigos. A fines de febrero, hizo encarcelar a Atusparia, líder de los alcaldes campesinos y mandó azotarlo por “el zambo Vergara”, ayudante del Gobernador Collazos, para que denuncie al redactor del memorial. Al saber esto, los alcaldes fueron a reclamar a la prefectura, Noriega ordenó detenerlos y, con enorme falta de tino, dispuso se les humille cortándoles las largas trenzas, símbolo andino de su autoridad. Era el día 1 de marzo de 1885.
El 2 de marzo, al conocerse el ultraje a sus alcaldes, los campesinos de Unchus y Marián reaccionaron violentamente. Se dirigieron a la prefectura para reclamar pero fueron recibidos a tiros por los gendarmes y los soldados del Batallón “Artesanos de Huarás”. Luego de una dispersión inicial, se reagruparon en las alturas del puente de Auqui, hasta donde fueron perseguidos por los soldados. Allí se trabó una lucha de cinco horas, donde murieron cientos de campesinos. Esa noche, en Marián se reunieron los alcaldes de todos los caseríos que circundan la ciudad y planificaron las acciones del día siguiente. Angel Baylón sería el jefe del grupo que invadiría Huarás desde el este, sus órdenes eran tomar Pumacayán. Joaquín Guerrero, encabezaría a los campesinos de la Cordillera Negra y debía atacar desde “El Balcón de Judas”. Manuel Granados y Cossío Torres dirigirían a los que vendría de la zona norte y debían ingresar por Patay y el puente Quillcay. Juan Sánchez fue elegido jefe de los que deberían llegar desde el sur y posesionarse de la Plazuela de Belén.
El 3 de marzo, los campesinos de los caseríos de Huarás invadieron la ciudad a sangre y fuego, asesinaron a 180 gendarmes y soldados del Batallón “Artesanos” y se apoderaron de la ciudad. Si al día siguiente retornaban a sus estancias, el movimiento no hubiera pasado de ser una revuelta, un motín; pero decidieron quedarse y expandir el movimiento, darle un programa y levantar sus reivindicaciones; así se fue convirtiendo en una verdadera revolución.
El mando supremo quedó en manos de Pedro Pablo Atusparia, Alcalde Pedáneo de los caseríos del Distrito de Independencia. Atusparia demostró rápidamente que tenía cualidades de líder. No dejó que la soberbia se le suba a la cabeza y planificó una alianza con los opositores al gobierno de Iglesias, mientras se contactaba con más dirigentes campesinos a lo largo y ancho del Callejón de Huaylas. Fruto de esa idea fue el nombramiento del abogado cacerista Manuel Mosquera como nuevo Prefecto el día 5 de marzo. Atusparia se reservó el título de “Delegado de la Prefectura”, pero la autoridad la imponía él.
El 15 de marzo cayó Carhuás, de allí surgió un bravo líder experto en lucha de guerrillas y el uso de explosivos, era el minero “Uchcu Pedro”. Llegada la Semana Santa, Atusparia hizo un alto a sus labores revolucionarias y dispuso que las celebraciones religiosas se realicen con normalidad, él mismo llevó el Palio del Santísimo en la procesión del Jueves Santo.
Los líderes campesinos ubicaron en Mancos su cuartel general con la idea de expandir la revolución hacia Yungay y Carás. El 29 de marzo, José Orobio, conocido como “El Kori blanco”, al mando de mil hombres inició el asedio a Yungay. Luego de tremendas escaramuzas, Yungay fue tomada el 4 de abril. En Yungay la Guardia Urbana dirigida por don Manuel Rosas Villón contaba con seis compañías y tenía las armas que durante la Guerra del Salitre habían pertenecido al “Batallón Amazonas”. Es por ello que hubo que hacer una estratégica planificación para el ataque a Yungay.
Carás se rindió a los campesinos el día 6. Mucho influyó en este hecho la participación del presbítero Fidel Olivas Escudero, quien pudo convencer a los alzados a ingresar a la ciudad pacíficamente acompañando la procesión del Santísimo Sacramento.
Dueños los campesinos de todo el Callejón de Huaylas, se dedicaron a fortalecer al movimiento. Enviaron emisarios a otras provincias de la zona de Conchucos y avisaron del movimiento a los huanuqueños. Por otro lado, Atusparia dispuso la toma de las haciendas y el reparto de las tierras a los campesinos. Esta medida llenó de pánico a los “mishtis” que ante la posibilidad de perder sus propiedades, enviaron pedidos urgentes a la capital, exigiendo el inmediato envío de tropas para derrotar la revolución de los desposeídos.
Pese a la encarnizada defensa que los guerrilleros de “Uchcu Pedro” realizaron en los contrafuertes de la Cordillera Negra, derrotando hasta a dos ejércitos enviados desde Casma, por fin, un tercer ejército al mando del Coronel Callirgos pudo romper las defensas campesinas y por la vía de Quillo llegó a Yungay.
Con la intempestiva llegada del ejército a Yungay el 20 de abril de 1885, la revolución campesina entró en franco proceso de crisis, luego de casi dos meses de incesante avance.
“Uchcu Pedro” se encargó de organizar el desalojo del ejército. Atacó Yungay durante tres días desde el 25 de abril. Poco pudieron hacer sus fuerzas ante un ejército disciplinado que contaba con 700 soldados armados con la tecnología más moderna llegada al Perú luego de la guerra. Tenían además tres metralletas y un cañón. Así, con armas modernas, el ejército que nunca venció en una batalla a los chilenos, se ensañó en Yungay masacrando a campesinos peruanos.
Las consecuencias de esta derrota fueron funestas para los intereses de la revolución campesina. En Yungay murió la flor y nata de las tropas campesinas, la tragedia fue tanto peor cuanto que hasta el propio líder del movimiento revolucionario, Pedro Pablo Atusparia, había sido herido de gravedad. De morir Atusparia en Yungay, su figura se hubiera alzado con inimaginables rasgos legendarios. Pero no murió y ese fue el inicio de su derrota personal.
El Coronel Joaquín Iraola, que acompañaba a Callirgos, venía nombrado como Prefecto de Ancash. Él dispuso el inmediato ataque a la capital departamental. Olivas Escudero intercedió para que se realice una tregua con motivo de la fiesta del patrón de la ciudad. Iraola fingió aceptar, pero dispuso el ataque a la ciudad para el 3 de mayo, fiesta del Señor de La Soledad. De este modo, con traición, las huestes campesinas fueron sorprendidas, acribilladas y expulsadas de la ciudad.
Pese a haber tomado Huarás con relativa facilidad, el ejército tuvo que pasar dos grandes sustos antes de reducir completamente a los campesinos. El 7 de mayo fue atacado el cuartel general del ejército, que por esos días se ubicó en el Colegio “De La Libertad”, barrio de San Francisco. El 11 de mayo, “Uchcu Pedro”, el invencible Pedro Cochachin, atacó Huarás desde la Cordillera Negra, en lo que constituyó la batalla de Huarupampa, donde fallecieron más de mil aguerridos campesinos.
Atusparia, preso en casa del Inspector de Cárceles, Fabián Maguiña, había perdido totalmente el mando de la revolución. Se le perdonó la vida a ruego de influyentes pobladores que adujeron en su defensa, el haber sido un jefe mesurado y magnánimo, que evitó el saqueo a la propiedad privada. “Uchcu Pedro”, al mando de los pocos valientes que aún seguían bajo su liderazgo, se retiró hacia la Cordillera Negra para seguir hostigando al ejército con ataques esporádicos, en espera de la llegada de tropas del General Cáceres, quien nunca acudió a su llamado. Estas acciones las realizó hasta el mes de setiembre, cuando cayó en una emboscada en Quillo y fue fusilado en Casma. Pedro Celestino Cochachin, falleció el 29 de setiembre de 1885.
Otros héroes de esta revolución fueron: Ángel Baylón, José Orobio, el Curaca Tupish Huanca, Pedro Granados, entre muchos otros valientes campesinos y campesinas; y Luis Felipe Montestruque, el periodista que dirigió “El Sol de los Incas” vocero de la revolución.
INDICE
Prefacio
1- Introducción
2- Condiciones de vida en el Callejón de Huaylas en 1885
3- Preludio a la sublevación
4- La sublevación de Atusparia
5- El debate periodístico en Lima
6- El papel del sector urbano en el movimiento
7- El papel del ritual y del clero
8- Apreciaciones militares acerca del movimiento
9- Imágenes del campesinado en el movimiento
10- La visión del campesinado
11- Reseña y conclusiones
APENDICES
Apéndice 1
Apéndice 2
Apéndice 3
Apéndice 4
Apéndice 5
Referencias bibliográficas