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Ed. El Cuenco de Plata, año 2014. Tamaño 21 x 13 cm. Traducción de Ariel Dilon. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 116

Los tarahumaras, ArtaudFundador del llamado “teatro de la crueldad”, Antonin Artaud (1896-1948) fue un escritor francés de vertiente surrealista. Destacan sus obras de poesía El pesa nervios y El ombligo de los limbos, su ensayo El teatro y su doble, y varios artículos dispersos referentes a su viaje a la sierra tarahumara, reunidos en México bajo el titulo Viaje al país de los tarahumaras, por Luis Mario Schnider.

Casi al final de su vida, Artaud estuvo muy relacionado con México. Pero la relación con este país no comienza en 1936, a partir de su desembarco en el puerto de Veracruz, aquel 7 de febrero, sino mucho antes; cuando, desilusionado de la cultura europea, Artaud abriga esperanzas y confía en que el México indígena le aportará al hombre occidental un conocimiento perdido.

En algunas cartas dirigidas a Jean Paulhan y a ministros franceses, explica los motivos de su interés en viajar a México. “No me parece malo […] que alguien vaya a investigar lo que queda en México de un naturalismo en plena magia”, escribe a Paulhan, mientras que al ministro de Relaciones Exteriores y al de Educación intenta convencerlos, en aras de conseguir apoyo económico, con la tesis de que el país americano y su filosofía concreta tenía mucho que ofrecer a los franceses.

Finalmente, después de tres meses de buscar apoyo, consigue que el ministro de Educación Nacional le otorgue el título de misión. También, gracias a algunos intelectuales mexicanos, se hace posible su deseo de dictar conferencias en México y la publicación de sus artículos en periódicos nacionales.

Artaud viaja hasta Chihuahua, para adentrarse en el universo de una de las etnias mexicanas más celosas de su tradición: los tarahumaras.

El viaje a la Tarahumara pretendía ser para nuestro autor un viaje a los orígenes de la humanidad. Si bien sus ideas sobre los indígenas consistían en típicos preconceptos de un europeo harto de la civilización occidental, su búsqueda era más que nada espiritual. Quería experimentar un choque de civilizaciones, de religiosidades. Estaba convencido de que las sociedades indígenas guardaban un secreto, y él debía revelarlo para ampliar la conciencia del hombre occidental.

Para Antonin Artaud la cultura “no está en los libros, ni en las pinturas, ni en las estatuas, ni en la danza, está en los nervios y en la fluidez de los nervios, en la fluidez de los órganos sensibles”. Y esto lo atestiguan los “antiguos mexicanos”, quienes, según el dramaturgo francés, no separaban la cultura del conocimiento personal integrado al organismo; era en sus órganos y en sus sentidos donde habían aprendido a llevar la cultura.

Se trata sin duda de una idea bastante sofisticada, que en ese tiempo, e incluso hoy, puede causar sorpresa. A pesar de que actualmente algunos antropólogos sostienen que ciertas civilizaciones, particularmente las amazónicas, no separan naturaleza y cultura, y otros han abandonado el concepto, la concepción de cultura de Artaud sigue siendo mucho más vital. Cuando el escritor francés enumera las cosas donde no reside la cultura, está aboliendo ese carácter estático que se le había adjudicado a la misma. Cultura era en ese entonces todo lo aprendido y creado por el hombre, para después ser considerada una red de significados que atraviesa todo lo que hace una persona (pero esta definición es posterior a Artaud). Concepciones bastante estáticas. La cultura en Antonin Artaud es algo vivo.

Al decir que la cultura se encuentra en la fluidez de los órganos sensibles, el autor hace referencia a un principio activo e inmanente al hombre, pero que en el afán racionalista de los occidentales, se convirtió en objetos, instituciones, significados. Cultura es entonces lo más parecido a lo que llamamos conciencia, insertada en cuerpos que sienten, cuerpos que experimentan esa cultura. De este modo, son las instituciones, los objetos y los significados los que dan forma a la cultura y no al revés. Por eso Artaud afirmaba que “el teatro puede ayudarnos a encontrar una cultura”.

Con todas estas ideas Antonin llegó a México, y le desagradó que los mestizos no se interesaran por la expresión cultural de los indígenas. Mientras el dramaturgo francés intentaba recuperar el conocimiento de estos últimos, los mexicanos pretendían sumergirlo en un proyecto nacionalista unificador, lo cual es el claro síntoma de una sociedad europea harta del racionalismo y el realismo en el arte, y por el contrario, una sociedad mexicana anhelante de parecerse más a Europa y no a sus raíces indígenas.

Sobre todo, cuando Artaud visita la sierra chihuahuense, estaba dispuesto a ser conducido por una conciencia distinta, pero sin entrar en las profundidades de la cultura tarahumara. Únicamente quería escapar del racionalismo europeo. “Yo no quería entrar cuando fui al peyote en un mundo nuevo, sino salir de un mundo falso”.

Las primeras impresiones que narra de su viaje al país de los tarahumaras, están impregnadas de un deseo por encontrar la naturaleza ligada al hombre. La montaña para Artaud se encuentra repleta de signos y símbolos. La sierra y sus habitantes deben tener un mismo lenguaje, que los hace ser parte de un mismo país, geografía y hombre se unen en una misma filosofía.

La naturaleza, en opinión del autor, ha sido rebajada por el hombre del Renacimiento a su talla, talla muy menor, pues el mismo humanismo renacentista creó un hombre separado de lo natural, un sujeto alrededor del cual giraba todo lo que habita el mundo. Lo natural era poco deseado. El hombre, según Artaud, debe entonces elevarse hasta la naturaleza, pues es ella quien lo ha creado. Los tarahumaras no habían roto esa relación con la naturaleza, no porque vivieran más cercanos a ella, sino porque la hacían parte de una vida en común, lo que rodeaba al tarahumara estaba insuflado de una vitalidad parecida a la de él mismo.

Antonin entendía a los tarahumaras, quizá no se pueda decir que de manera correcta, ¿Existe en verdad una manera correcta de entender las cosas?, pero si de un modo muy lúcido. Artaud era un sujeto demasiado lúcido, a pesar de los desvaríos que posteriormente padeció y que lo llevaron al manicomio. Lo que puede confirmar que los extremos se tocan, la lucidez es capaz de conducir a la locura, y tal vez también ocurra a la inversa; en todo caso, es posible que los extremos nunca han existido, que lo que llamamos locura y lucidez son estados latentes en cada uno de nosotros, que duermen apenas.

Al respecto, resulta reveladora la conversación que sostuvo con un maestro de escuela. El maestro rural pretendía prohibir a los tarahumaras consumir peyote, y por lo tanto los rituales en los que se consumía esta planta. Su intención estaba motivada por el hecho de que, al consumir peyote, los tarahumaras desobedecían a las autoridades mestizas, y resultaba difícil hacerlos participes de las políticas integracionistas. El escritor francés le explicó que el peyote no era sólo una planta para los tarahumaras. Y que por el contrario, debía permitirles realizar sus fiestas. De otro modo, ellos se sublevarían.

Artaud logró convencer al maestro de escuela, lo que al parecer motivó la confianza de parte de los tarahumaras en el viajero francés y que, por consecuencia, le permitieran observar el rito del peyote y consumirlo. Finalmente Antonin conseguía lo que quería. Así, en su texto El rito del peyote entre los tarahumaras, relata los ritos, su experiencia al consumir la planta sagrada y las posteriores reflexiones a las que llegó. Después de que le ofrecieran, en dosis precisas, peyote, Artaud se sintió “volteado y revertido al otro lado de las cosas”.

¿Pero realmente encontró Artaud lo que buscaba en México? Por un lado, esperaba encontrar un arte mexicano singular, y que no estuviera influenciado por las vanguardias europeas. Cosa que al parecer no encontró, pues incluso en Diego Rivera critica una falta de personalidad en el arte nacional, ya que, como bien se sabe, Rivera vivió en París y se nutrió de la tradición artística francesa.

Pero por otro lado, como ya se anotaba en líneas anteriores, la búsqueda de Artaud era espiritual, y confiaba en que los indígenas le permitieran acceder a una conciencia distinta, sobre todo por medio del peyote. Su empresa, aunque algo monumental, no carecía de un poco de modestia si se quiere, ya que lo único que pretendía era simplemente alejarse de la racionalidad occidental y no entrar a otra.

La virtud de Artaud también era su vicio. Encontró entre los tarahumaras algo que él ya suponía. Su visión de la sierra tarahumara fue en parte una proyección de sus anhelos e ideas, ideas por lo demás lúcidas y trascendentes, quizá demasiado adelantadas a su tiempo como para que fuesen comprendidas o al menos generaran en ese entonces algún tipo de reacción.

No obstante, la experiencia entre los tarahumaras lo condujo a una confrontación entre su ser y el de los nativos. Física y espiritualmente, la sierra y sus habitantes dejaron huellas en el viajero (misionero), tanto que regresado a Francia no dejó de escribir sobre ello. En cartas a Jean Paulhan, breves notas y el conocido poema Tutuguri, dejó ver que el viaje a México lo había impresionado.

Estando en la sierra, no le pasó desapercibida la relación que los nativos mantenían con sus cuerpos, las sensaciones, emociones y conocimientos, motivada en parte por el uso del peyote. El cuerpo para el tarahumara no era enteramente suyo a la manera del occidental. Es decir, si para el europeo solamente él siente a través de su cuerpo, únicamente él utiliza su cuerpo; para el tarahumara es posible que alguien más, un dios, pueda usar como vehículo su cuerpo. “Nuestro yo, cuando se le interroga, reacciona siempre de la misma manera: como alguien que sabe que es él quien responde y no otro”.

Por medio de “rezos”, el trance en los rituales y los efectos del peyote, los iniciados en los ritos eran conscientes de ese Otro, el dios que les comunica su conocimiento, todo lo percibido y conocido provenía de esa entidad. “Jamás un europeo aceptará pensar que lo que ha sentido y percibido en su cuerpo, que la emoción que lo ha sacudido, que la idea extraña que acaba de tener […] no fuera suya”. El tarahumara, según Artaud, sí, y no sólo eso, sino que sabe distinguir entre lo que es suyo y lo que es de otro.

Antonin Artaud, al intentar comprender la religión de los tarahumaras, un tanto alucinado, consiguió por fin salirse un poco de sí, de la racionalidad europea. Sin embargo, puede decirse que su salida se había empezado a gestar desde antes, desde que formulara sus teorías sobre el teatro, un teatro que abandonara el concepto y se arrojara a las sensaciones, a las acciones apasionadas. Ideas que iban acompañadas de una visión romántica de México, donde, a consideración del dramaturgo, esta forma de vida, apasionada y ligada a lo esencial, era propia de las sociedades indígenas.

INDICE
1- El rito del peyote entre los tarahumaras
Post-srciptum
2- De un viaje al país de los tarahumaras
La montaña de los signos
La danza del peyote
Carta a Henri Parisot
3- Tutuguri (poema)
4- Tres textos a propósito de los tarahumaras aparecidos en «El Nacional»
El país de los reyes magos
-La naturaleza produjo a los danzantes…
Una raza-principio
El rito de los reyes de la Atlántida
5- Un texto aparecido en «Voilà»
La raza de los hombres perdidos
6- Suplemento al Viaje al país de los tarahumaras
Apéndice
7- Una nota sobre el peyote
8- Una carta a Jean Paulhan