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Ed. Taurus, año 2002. Tamaño 24,5 x 15,5 cm. Incluye 54 fotografías en blanco y negro sobre papel ilustración. Estado: Usado excelente (presenta unas 30 páginas subrayadas con birome). Cantidad de páginas: 436
A comienzos de los años sesenta del pasado siglo, los estudiantes de filosofía solíamos practicar el español arte de la división a base de abanderarnos en escuelas de pensamiento. Estaban de moda las polémicas entre unamunianos y orteguianos, que se consideraban discípulos o seguidores de dos formas distintas de contemplar España y de dos actitudes aparentemente contrarias ante la reflexión filosófica. De don Miguel de Unamuno atraía su particular existencialismo ibérico, su individualismo radical, entre anarcoide y surrealista, y su racional aversión al racionalismo, a la consideración del hombre como ser pensante antes que como ser viviente, cuya defensa los jóvenes solíamos atribuir, en cambio, a don José Ortega y Gasset. Frente al liberalismo ilustrado y el europeísmo decidido que éste representaba, a muchos seducía el personal y atrabiliario comportamiento del que fuera rector de Salamanca, decidido a hispanizar Europa y a denunciar el cientifismo en nombre de una visión trascendental, mitad lúdica, mitad agónica, del destino de la vida humana.
Políticamente, seguir a Unamuno resultaba menos arriesgado, pues al fin y al cabo él convivió sus últimos días con el franquismo, bien que a disgusto en muchas ocasiones, mientras Ortega había sido un exiliado de la dictadura y evocaba aún el influjo de la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República, a la que perteneció. La obra y la vida de Ortega y Gasset eran, ya entonces, ejemplos paradigmáticos de un liberalismo intelectual considerado más que pernicioso, y de una decidida actitud de disidencia, por templada que a algunos les pareciera, que si bien pudo verse endosada por sectores de la alta burguesía, con cuyo trato disfrutaba el profesor, nunca dejó de suscitar sospechas a los ojos de la ortodoxia franquista y de sus secuaces de la policía política, convencidos como estaban de que la difusión del pensamiento orteguiano suponía un fermento de protesta de consecuencias no previsibles.
Cuarenta años después, la polémica desaparecida, parece bastante evidente que la influencia del pensamiento de Ortega sigue mucho más viva en las generaciones actuales que la de don Miguel, y que la España de nuestros días se parece mucho más a la que el primero vislumbrara, y por cuya existencia luchó con denuedo a lo largo de su peripecia vital. Sin duda eso se debe al acierto de sus observaciones y a lo atinado de su juicio pero también, y en gran medida, al esfuerzo que a lo largo de décadas realizaron sus numerosos amigos y discípulos por difundir los principios de la filosofía orteguiana y por aplicar sus consecuencias al comportamiento social y político de nuestros compatriotas.
Entre esos amigos y discípulos, el más fiel, el más aplicado y el más coherente con el mandato del maestro, ha resultado ser su propio hijo José Ortega Spottorno, autor de este estudio biográfico sobre los Ortega que hoy presentamos, cuyo punto final estampó semanas antes de su muerte en Madrid, a principios del año 2002. La redacción del ensayo histórico sobre los orígenes de su familia sirvió como acicate formidable a Ortega Spottorno para continuar con vida, en medio de una lucha atroz contra el cáncer que le consumía las visceras, hasta que pudiera culminar su voluminosa obra, que coronaba una interesante y tardía carrera literaria. Su mayor ilusión hubiera sido verla publicada, y fue deseo reiterado suyo que yo pusiera estas torpes líneas a manera de prólogo, empeño que realizo ahora con el único pesar de no haber sido tan diligente como para que el propio José lo leyera antes de fallecer.
Los Ortega es un recorrido pormenorizado, lleno de anécdotas, de observaciones y aún de chascarrillos, por el devenir de la saga de intelectuales y periodistas que llevaron con enorme garbo ese apellido desde que el bisabuelo de su autor, José Ortega Zapata, se estrenara como colaborador en diversas publicaciones de la capital de España, a la que había llegado desde su Valladolid natal. Su empleo, inicialmente sin sueldo, como funcionario de la Junta Municipal de Archivos, le permitió menudear sus contribuciones periodísticas y fue el trampolín desde el que saltó a un puesto de relativa importancia en el gobierno de Cuba. Desde entonces, el apellido Ortega ha estado íntimamente ligado a la historia del periodismo, la política y el pensamiento españoles.
Los tres periódicos de mayor influencia en el devenir de los acontecimientos patrios, y de renombre casi universalmente aceptado a lo largo de los dos últimos siglos, son fruto en gran medida del esfuerzo y la contribución de esta saga familiar que desde Ortega Zapata se proyectó a través de su hijo Ortega Munilla, director durante muchos años de El Imparcial, Ortega y Gasset, inspirador principal de El Sol, y Ortega Spottorno, inicial promotor de la fundación de El País, cuya dirección ejercí durante trece años gracias a su ofrecimiento. La historia de los Ortega es pues, básicamente, la de una familia de periodistas, escritores y editores, que se cruza además en el tiempo con la de los Gasset, cuyo más epónimo representante fue don Eduardo, fundador y director de El Imparcial, antes de traspasar la antorcha del diario a su yerno, padre del filósofo.
No encuentro, por eso, mejor explicación para el urgente y personal encargo que el autor de este libro me hizo, que el hecho de que él quisiera resaltar a los ojos de todos esta condición periodística de su familia. Tan arraigada estaba, por lo demás, que lo mejor de la obra filosófica del propio Ortega y Gasset vio la primera luz en forma de artículos o de folletón, y sus cualidades de agitador y sus perfiles de intelectual comprometido tuvieron cauce principal en colaboraciones en los diarios. Quizá este protagonismo de los periódicos en la vida intelectual de nuestro país ponga de relieve el papel singular que juegan los medios no sólo a la hora de crear cultura popular sino también como instigadores de las vanguardias y arietes de la investigación y la reflexión.
Las frecuentes acusaciones que se hacen a los periódicos por su falta de rigor, y las exculpaciones consiguientes que aluden a la rapidez en su elaboración, no oscurecen el papel eminente que los medios de comunicación en general, y la prensa en particular, desempeñan en la elaboración de la opinión pública y en la contribución al pensamiento social y político. Roles que hoy es fácil atribuir con amplitud a otros medios, como la radio, y que podrían ser jugados también por el audiovisual si éste no pereciera entre el abuso de los poderes públicos y la rendición unívoca al abaratamiento de sus productos.
A lo largo de su relato, el autor de este libro, que ya había ensayado aventura similar con motivo de la redacción de su Historia probable de los Spottorno, aprovecha para pintar un fresco impresionista de la España en la que tocó vivir a sus antepasados. Particularmente amena resulta la primera parte, donde ofrece una visión peculiar de los acontecimientos de la última mitad del XIX, con una prosa llena de humor. Algunas de las anécdotas que narra, como de pasada, eran muy de su gusto y ya se las había oído yo en las muchas sobremesas que compartimos a lo largo de su vida. Vuelve a llamarme la atención la del criollo cubano linchado por sus esclavos negros, que sólo en el último momento es salvado por un piquete de soldados españoles, cuando ya la soga le apretaba el cuello, balanceándose su cuerpo colgado de un árbol. «¿Ha sufrido usted mucho?», le preguntó el capitán que acudió en su auxilio, mientras le retiraba la cuerda del gaznate. «Ca, señor, ¡plaser inmenso!» contestó el otro, gozoso por haber experimentado el orgasmo del ahorcado. José se reía, entre tímido y regocijado, cada vez que contaba el cuento, que era uno de sus preferidos, más que nada por el seseo de la víctima, que le sugería, acaso, cuánto más satisfactorio es el placer pronunciándolo con ese, al estilo del trópico y de toda su querida América Latina.
Algunas otras historias recogidas en este volumen las había utilizado con anterioridad en colaboraciones literarias, como la trifulca organizada en torno a la pretendida invención del submarino por el español Isaac Peral, que se cita en uno de sus Relatos en Espiral, pero muchas son del todo inéditas y sirven, desde luego, para describirnos el ambiente en el que la familia Ortega crecía y se reproducía a lo largo de los tiempos, insertando con toda su naturalidad el devenir diario, las tertulias a la hora del café, los viajes y las estancias estivales, con los acontecimientos de la política, la polémica de la ciencia y las reyertas literarias.
A través del relato descubrimos los perfiles de una familia de clase media acomodada, respetuosa de las convenciones sociales, cuya llama se encargan de mantener las mujeres, generalmente en un discreto segundo plano, pero en ningún caso reverenciadora de ellas. De alguna manera los orteguianos y los Ortega eran una misma cosa y se confundían, entrelazaban y entremezclaban entre el asueto doméstico y el devaneo intelectual. Proliferaba en torno suyo un mundo de excelencia en todos los sentidos, donde palabras como respeto, tolerancia, diálogo y raciocinio aparecían encumbradas. Nada que ver con las atribuladas pasiones que atravesaban la espina de los componentes de otros grupos en cierta medida comparables como el de Bloomsbury, con muchas de cuyas tesis, pronunciamientos y actitudes coincidían sin embargo, en el fondo, los integrantes del círculo de don José Ortega y Gasset, pese a la raíz germánica de su pensamiento y los contactos predominantemente alemanes que el maestro cultivaba.
En ese sentido, la aportación más notable de esta obra es la que se refiere al desvelamiento de muchos aspectos de la vida del propio Ortega y Gasset, al juicio sobre él de sus contemporáneos, y a la descripción de la elipse amistosa y familiar que le envolvía, tanto durante su vida de prócer intelectual como en los años de exiliado errante. Como el propio Ortega Spottorno reconoce, su padre fue una figura central a lo largo de toda su existencia, influyó sobremanera en su comportamiento, en sus creencias, en su actitud vital y en sus decisiones más cruciales. Descubrimos así, a lo largo de cientos de páginas, el testimonio filial de un observador atento y de un colaborador perseverante en las tareas del gran pensador, cuya faceta humana se revela con toda naturalidad. Los expertos orteguianos encontrarán, en esos capítulos, claves novedosas y diferentes que les sirvan para aclarar algunas de las interrogantes que todavía se ciernen sobre la figura del filósofo. Este se muestra como un individuo repleto de humanidad, de un activismo incansable, dispuesto siempre a emprender nuevas aventuras. Es patente su debilidad ante las mujeres, su adoración un poco quijotesca por ellas, demostrada no sólo en su relación conyugal sino, y de forma particular, en la amistad intensa que lo unió a Victoria Ocampo. El repaso pormenorizado que hace de sus amigos, contertulios y discípulos, sirve además para reivindicar la imagen de Fernando Vela, uno de los más estrechos colaboradores de don José, a quien siempre admiró mucho Ortega Spottorno, al tiempo que se lamentaba por lo cicatera que ha sido la memoria histórica de los españoles a la hora de valorar la aportación de aquel asturiano formidable al mundo de la literatura, el pensamiento y el periodismo del siglo XX.
Sospechoso siempre de la división del mundo entre buenos y malos, en mi juventud de estudiante yo nunca llegué a alinearme claramente en ninguno de los bandos establecidos entre unamunianos y orteguianos, que pugnaban por exaltar los méritos de sus respectivos maestros. Reconozco no obstante que, durante algún tiempo, me sentí arrastrado por el atractivo carpetovetónico del filósofo vasco. A ello pudo contribuir, quizá, la campaña feroz que desde muy amplios sectores de opinión se lanzó contra Ortega y Gasset a su regreso a España y que perduraba varios años después de su muerte en 1955. A la par que se elogiaba la pureza de su prosa, se manipulaban o utilizaban con aviesa intención política sus expresiones sobre España y sus meditaciones sobre la patria, y se criticaba su pretendidamente trasnochado liberalismo.
El paso de los años, la repetida lectura de sus obras, y el posterior y frecuente contacto con sus descendientes, me sirvieron para redescubrir a Ortega y Gasset, valorar no sólo, ni principalmente, sus escritos de juventud, y agradecerle como español su aportación inestimable a la modernización del país. Ahora, la lectura de Los Orte¬ga me ha servido para completar un cuadro en el que es fácil distin¬guir la historia de una familia arrebatada, desde hace siglos, por los principios de la libertad y enamorada de los dictados de la razón. Es ése el último favor, de entre los muchos que me hizo, que le debo a José Ortega Spottorno, favor que será fácilmente compartido con cuanto lector curioso se adentre en estas páginas que rezuman una parte de lo mejor de nuestra historia colectiva, sin necesidad de apela¬ciones al pensamiento único y barato que desde hace años nos inun¬da. Este es un libro, en fin, que se inscribe con todos los honores en la otra historia de España, ésa que no supieron enseñarnos en la escuela y sobre la que todavía se libran escaramuzas a puñados, en defensa de los particulares intereses del poder.
INDICE
Árbol genealógico
Prólogo de Juan Luis Cebrián
Preámbulo
I- JOSE ORTEGA ZAPATA (1824-1903)
Valladolid
Madrid
La Habana
Cárdenas
Plasencia y, de nuevo, Madrid
De Cuenca a Málaga
II- EDUARDO GASSET Y ARTIME (1832-1884)
Los Gasset
En Madrid a los once años
Diputado por Padrón
La tentación del periodismo
Un periódico para Prim
La Institución Libre de Enseñanza
Fundación de El Imparcial
La revolución de septiembre
En busca de don Amadeo
La muerte de Prim
Gasset, ministro de Ultramar
La Primera República
La Restauración de Alfonso XII
Cisma en El Imparcial
Aparece Ortega Munilla
Apogeo del periódico y muerte de Gasset
III- JOSÉ ORTEGA MUNILLA (1856-1922)
Abuelo y nieto
Muerte y duelo
Niñez y mocedad
Los primeros entusiasmos literarios
El descubrimiento del periodismo
Conflicto de vocaciones
Los Lunes de El Imparcial
Las primeras novelas
La abuela Dolores
Más novelas
El Imparcial sin su fundador
Con la familia
El primer submarino y la primera linotipia
El decenio apacible
El crimen de la calle Fuencarral
La redacción de El Imparcial bajo Rafael Gasset
El Imparcial en Consuegra
Ortega Munilla, cronista
¡Esa Marina!
1893, un año nefasto
El ingreso en la Academia
1895 y el grito de Baire
1898
Rafael Gasset, ministro y Ortega, director
El caciquismo de los Gasset
Las cartas de su hijo José desde Alemania
La Sociedad Editorial de España
El distanciamiento de Gasset y Ortega Munilla
El Diario de Natalio Rivas
Ortega Munilla deja El Imparcial
Viaje a la Argentina
La muerte le rondaba
Alucinación
IV- JOSÉ ORTEGA YGASSET (1883-1955)
Infancia y mocedad
Aparece El Escorial
He sido emperador en una gota de luz
La escuela de la tertulia
La caza y los toros
El Padre Cejador
Unamuno le examina
Sus primas
Sólo Filosofía y Letras
Su amigo Paco Agramonte
La amistad con Navarro Ledesma
Ramiro de Maeztu, amigo fraterno
María de Maeztu
«Me he metido de hoz y coz
en el estudio de la Filosofía»
Aparece Rosa Spottorno
Colaborador de El Imparcial
Hacia Alemania: 1905
Max Funke, futuro explorador del Tíbet
Soledad y trabajo
Berlín y el joven Alfonso XIII
Beca y noviazgo
Marburgo
La muerte de Navarro Ledesma
Las fuentecitas de Nuremberga
1907: de nuevo en Madrid
El primer periódico, Faro, y la revista Europa
Profesor de la Escuela Superior del Magisterio
Su relación con Unamuno
V- Los VEINTISÉIS AÑOS
Las edades del hombre
1910: su primera conferencia pública
Su relación con Maragall
Don Gumersindo de Azcarate
VI- COMIENZA LA MADUREZ
La boda
Catedrático de Metafísica
La Junta para Ampliación de Estudios
Alberto Jiménez Fraud
Sus contactos con el socialismo
El joven matrimonio en Marburgo
Azorín
La voz y la mirada
Manuel García Morente
La Liga de Educación Política
Ramón Pérez de Ayala
Aparece Fernando Vela
Valentín Andrés Álvarez
Su relación con Pío Baroja
Su amistad con Zuloaga
Baroja no le entiende
Su primer libro
El semanario España
Ramón
VII- 1916
Un año importante para mi padre y para mí
Cambio de domicilio
Ha salido El Sol
Sus amigos médicos
La Fundación de Calpe
Los primeros años veinte
1923: el nacimiento de la Revista de Occidente
Los años de la dictadura
1928: segundo viaje a la Argentina
VIII- LA PLENITUD
La ilusión por la República
La Agrupación al Servicio de la República
IX- EL VIENTO DE LA GUERRA
Exilio inicial en Grenoble (agosto-noviembre de 1936)
Tres años en París (noviembre de 1936-octubre de 1939)
Tres años en una Argentina inhóspita (1939-1942)
Cuatro años gratos en Portugal (1942-1945)
X- LOS ULTIMOS DIEZ AÑOS (1945-1955)
El retorno a España
Discípulos de Ortega
El Instituto de Humanidades
Desde el Bayerischer Hof
Su jubilación
Las conferencias del año 1954
El final
Índice onomástico