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Ed. El Aleph, año 2007. Tamaño 22 x 14,5 cm. Traducción de Ana Herrera. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 350

El cadillac de Big Popper306Por Kiko Amat
Junio 2007

El cadillac de Big Bopper se centra, como se nos repite constantemente a lo largo de la narración, en un regalo, «un regalo no entregado, un regalo sentido y absurdo destinado a celebrar la música y las posibilidades del amor humano». Un viaje —una peregrinación, para ser exactos— en Cadillac cuyo fin es entregar un regalo nunca entregado. El libro, por ello, tiene algo de espiritualidad y sentido de «el trayecto es más importante que el final» propio de la generación Beat, pero también comparte el humor dulce de Brautigan o Vonnegut. Algunos incluso, tomando su estructura carreteresca y la querencia del protagonista por los estimulantes potentes, la han comparado a Miedo y asco en Las Vegas. Dodge, sin embargo, disiente; afirma que los protagonistas de la obra de Hunter S. Thompson tienden a descargar su ira sobre la gente más desprotegida que encuentran (porteros, sirvientas, camareras…), y que ese chuleo psíquico desmerece una gran novela.

En efecto, Miedo y asco…es una novela moralmente mala. Mala para el hombre, quiero decir. El Cadillac de Big Bopper, al contrario, y pese a utilizar algunos parecidos parámetros estilísticos y de trama, está llena de vida, bondad, temores, dulzura y romanticismo. Dodge, ya lo he dicho, es un hombre bueno. Cree en la redención y en la posibilidad de limpiarse fundamentalmente, sin moralismo ni santurronismo hipócrita, sino a través del exceso, la pasión desencadenada, el baile y el amor más furibundo y sincero.

Otro tema esencial del libro es el romanticismo, la causa perdida, el acto magníficamente inútil. La alegría del corazón romántico que se niega a ser derrotado por el gris, la realidad, la pobreza de espíritu y la corrupción moral, la bancarrota espiritual, de la sociedad capitalista. Como sucede en la mitología temática del country blues y el soul (y más tarde, del hip hop), El Cadillac de Big Bopper es un canto a la resistencia del alma humana. Es un NO a la derrota y un SÍ a la compasión y la testarudez del amor, incluso no correspondido. Brinda por el cuerpo, el sexo, la empatia y la amistad eterna.

Hay dos elementos esenciales de la novela que aún no les he apuntado y que creo que deben tener bien en cuenta.
Uno es el rock’n’roll o, mejor, la música. Esta ejerce la función de hilo conductor de la trama: desde el amor inicial al jazz hasta la decisión de la ofrenda a los tres músicos fallecidos en aquel famoso accidente de aviación (el Big Bopper, Buddy Holly y Ritchie Valens), pasando por el constante pinchaje de singles de R’n’R a 45 rpm con el que George ameniza y acelera su periplo.

Toda la historia de George Gastin está puntuada, contada, con canciones, atizada con la gasolina de su melodía y frenesí: «Chantilly Lace» del Big Bopper, «Tutti Frutti» de Little Richard, «Great balls of fire» de Jerry Lee Lewis, «Donna» de Ritchie Valens, incluso «Like a rolling stone» de Dylan. Y, claro, «Not fade away» de Buddy Holly.

El segundo elemento esencial son las drogas. Los abogados de El Aleph me recomiendan que no sea demasiado explícito al hablar del tema, así que sólo querría mencionar que si este libro va a un ritmo, es al ritmo de la anfetamina. 1.000 tabletas de ritmo, de hecho, que unos dealers le pasan a nuestro George justo antes de iniciar la peregrinación. Ese ritmo maníaco, imparable, lúcido y cortante como patines sobre hielo, focalizado y obsesivo como las mejores locuras, un impulso, un orgasmo perpetuamente aplazado, un empujón que le saca punta a la mente y hace que ardan los zapatos y las lenguas, ese contrato de velocidad que puede a la vez inspirar y destruir. Kacy, la enamorada de George, declara en un momento de la novela que el speed hace «agujeros en el alma», pero podría decirse también que primero te recuerda —a empellones— que tienes una. Y que tu deuda con ella es ir a toda leche,
beberlo todo, hablar de todo y entenderlo todo, el tiempo pasa, pasa, pero de speed vas más rápido que él, y le haces muecas y cortes de manga al mundo y al paso de los días mientras bailas-hablas-bailas y luego hablas-piensas-bailas y pulverizas chicle y comprendes el sentido de todo, y los cobardes teorizan desde sus despachos, y otros timoratos miran desde la barrera, y mientras tanto nosotros bailando, bailando, bailando acelerados como si el mundo fuese a terminar mañana.

El Cadillac de Big Bopper es, en suma y por todo lo anteriormente mencionado, una locura, y en cierta forma otro de los temas centrales serían las grandes demencias que se desatan por pasión y amor, por honor, por dignidad.

Ahora debo y quiero dejarles con la novela. Que alguien saque el vino y la cerveza. Que alguien conecte el tocadiscos y empiece a pinchar discos con alma y estómago y dolor y gozo. Que dé inicio el incendio de nuestro enamoramiento. Jim Dodge los está invitando a que celebren el puto milagro de respirar y tener ojos que ven las cosas hermosas y grandes que hemos visto, y tener piernas que responden al ritmo glorioso de la música, al golpear divino del rock’n’roll y el soul y el gospel. Los han invitado a una fiesta que nunca va a terminar, y entran en ella por primera vez, regalos en las manos y sed y ganas de besarse y ver amanecer.