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Ed. Granica, año 1973. Tamaño 19,5 x 13 cm. Traducción de Serafina Warschaver. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 336
La Larga Marcha «comienza» en Tsunyí. Sin embargo es solo una ciudad-etapa. Durante tres meses, el Ejército Rojo, perseguido y hostigado por Chiang Kai-shek, huye hacia el oeste. Después de haber abandonado su base de Kiangsí y roto las cuatro líneas del bloqueo nacionalista, los comunistas acaban de recorrer el sud de Hunán. Están ahora en Kweichow. Los efectivos se han desvanecido: Cuando el ejército del 1er frente llegó a Tsunyí, en enero de 1935, había perdido el 60 % de sus efectivos.
Por primera vez desde la partida, los combatientes rojos pueden descansar algunos días. Sus dirigentes realizan una reunión: Esta reunión terminó con la línea errónea y designó otra dirección para el Comité Central, encabezada por el camarada Mao Tse-tung.
¿Mao no estaba, pues, a la cabeza del Comité Central? No. Y contrariamente a lo que constituye un lugar común sólidamente enraizado en las «memorias», toma las riendas del poder político por primera vez. Desde 1927 estaba confinado en la minoría. «Sí, yo estuve en la minoría. En tales momentos, lo único que se podía hacer era esperar». Tsunyí es el fin de la espera. Mao deja de ser minoría.
La dirección del Partido Comunista Chino (P. C. Ch.) pertenecía desde hacía muchos años a un grupo de jóvenes marxistas formados en Moscú y apodados irónicamente «los 28 bolcheviques». Obligados a abandonar las grandes ciudades del valle del Yang-tzé, se habían unido a los soviets de Kiangsí cuyo líder era Mao. Precisamente era presidente del gobierno provisorio de la República Soviética china, título que lo colocaba en la cima de una jerarquía paralela a los organismos clásicos de dirección, el Comité Central y la instancia suprema, el Buró político. Los lazos que vinculaban ambos poderes estaban mal definidos, pero con la llegada progresiva de los militantes de las ciudades, el poder maoísta se iba a restringir poco a poco para quedar, finalmente, reducido a nada:
«La posición dirigente del camarada Mao Tse-tung, en particular su posición dirigente en el Ejército Rojo, le fue arrebatada» (Hu Kiao-mu)
Mao y sus compañeros habían trazado, durante siete años, una estrategia de acuerdo con la realidad de la revolución. En el lapso de algunos años, los territorios controlados por los comunistas de Kiangsí se habían agrandado considerablemente. Después, ante los ataques continuos de los ejércitos de Chiang Kai-shek, nació una teoría muy elaborada de la guerra revolucionaria.
La nueva dirección remató la estrategia maoísta. A su aplicación en el campo se opuso el viejo sueño, ya dos veces frustrado, de la toma de las grandes ciudades del centro de China. En lugar de continuar con una guerra de movimiento, los nuevos líderes, seguros de que se había modificado la relación de fuerzas y que Chiang Kai-shek se jugaba el todo por el todo, propusieron luchar contra él de Estado a Estado.
«Esos oportunistas ‘de izquierda’ renegaban de los justos principios estratégicos planteados por Mao Tse Tung, sosteniendo que, frente a un enemigo superior en equipo, había que oponer una guerra regular, una guerra de posiciones; luego, dispersando sus fuerzas, organizaron la pretendida defensiva sobre toda la línea del frente. Si bien durante todo un año de combates encarnizados el Ejército Rojo pudo, gracias a su heroísmo, obtener victorias locales, no logró quebrar el cerco enemigo. Muy al contrario, el territorio de las bases se restringía cada vez más y el Ejército Rojo se debilitaba. En esas circunstancias había que emprender operaciones de desbloqueo -la Larga Marcha- para salvaguardar las fuerzas vitales del Ejército Rojo (…) La práctica de una política tan gravemente errónea por parte de los dirigentes desviacionistas de ‘izquierda’ durante la quinta campaña contra el cerco, condujo a una inversión de la situación militar. Desamparados ante el giro de los acontecimientos, esos dirigentes, al comienzo de la Larga Marcha, siempre trataron de evitar al enemigo colocando constantemente al Ejército Rojo en una posición pasiva, de modo que los combatientes no podían poner a prueba su valor. Por otra parte, habían creado un aparato de comando que estaba siempre en movimiento y que debía librar combates diarios, lo que retrasaba la acción de las tropas. Así, el Ejército Rojo se encontró en muchas ocasiones en una situación crítica y frente al enemigo que lo asediaba de todos lados» (Chen Chang-feng)
Las referencias a esa época son múltiples. En Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria, Mao señalaba:
«…el oportunismo de ‘izquierda’ de los años 1931-1934 hizo sufrir pérdidas extremadamente caras a la guerra revolucionaria agraria: no solo no logramos vencer al enemigo durante la quinta campaña ‘de cerco y aniquilamiento’, sino que sufrimos además la pérdida de nuestras bases de apoyo y el debilitamiento del Ejército Rojo. Ese ‘oportunismo de izquierda’ fue corregido en la reunión de Tsunyí, reunión ampliada del Buró político, realizada en enero de 1935».
Es en enero de 1935 y solo en esa fecha, cuando Mao toma la iniciativa del poder. Es cierto que ese cambio no se realiza por arte de magia. La facción maoísta, que con mucha justicia se denominó «la facción del poder real», reposa sobre una base sólida; sus compañeros tienen nombres ya prestigiosos: Chu Teh, comandante en jefe del Ejército Rojo; Lin Piao, coronel de veinte años, actual delfín del Presidente; Peng Teh-huai, segundo en la jerarquía militar y cuya caída, a fines de los años 1950, coincidirá con el ascenso de Lin Piao; Liu Po-cheng, el general tuerto, jefe del estado mayor de los ejércitos…
¿A partir de entonces la victoria de Mao era ya ineluctable? Tal vez. Pero no impide que el paso dado en Tsunyí sea de envergadura: la toma del poder, operación aparentemente militar, es un hecho político. Como la reunión tuvo lugar durante la Larga Marcha del Ejército Rojo, se limitó a tomar decisiones sobre cuestiones de organización del Secretariado y de la Comisión Militar del Comité Central.
Sin embargo, los comunistas chinos no dan su verdadero valor al acontecimiento. Aparece ya en su literatura histórica, pero no sin cierta opacidad: las referencias son siempre concisas y a menudo relegadas en notas. Los lectores de las Obras escogidas de Mao Tse-tung no tienen por qué saber que esas notas frecuentemente ofrecen claves de lectura. ¿Por qué esa discreción?
Primeramente, si se atenúa el alcance de la conferencia, el eclipse total de Mao, en 1934, queda con ello minimizado. Nominalmente sigue siendo presidente del gobierno provisorio soviético aunque haya perdido lo esencial de sus prerrogativas. Los chinos han preferido no destruir una aparente continuidad de poderes entre el Presidente de los soviets y el líder del Partido, aun a riesgo de simplificar esta fase de la revolución.
En segundo lugar, y esta razón es probablemente la más profunda, el cambio total de la jerarquía es aun muy precario. La victoria de Mao y sus aliados es la comprobación del fracaso de la mayoría. La facción que toma en sus manos las operaciones es numéricamente minoritaria y solo se impone merced a la desunión de la mayoría. Su margen de maniobra es muy estrecho. Aunque Mao sea secretario del Secretariado del Comité Central, todavía Chang Wen-tien es uno de los 28 bolcheviques, el secretario del Comité Central.
Por último, esta discreción probablemente esté vinculada al carácter improvisado de dicha reunión, de la cual son excluidos, con toda naturalidad, los miembros del Buró político que no pertenecen al Ejército del ler Frente (De modo que, si la historiografía china ha registrado una Larga Marcha, la lógica exigiría que se hablara de muchas Largas Marchas).
Y sin embargo, creemos que Tsunyí no es un símbolo quimérico. Pues si es cierto que trató solo de estrategia militar, todos los cambios de líneas políticas, desde 1927, estuvieron siempre asociados con cambios en las concepciones estratégicas. La historia misma de la Larga Marcha revela en cada etapa esta vinculación de temas: estrategia y política; apreciación de la relación de fuerzas de la que nace la medida de la acción. Así, al condenarse los errores militares de los líderes del Partido Comunista Chino (P. C. Ch.) de hecho se ha fustigado el conjunto de su política, ya que después de la ruptura con el partido en el poder, el Kuomintang de Chiang, la historia del P. C. Ch. es, fundamentalmente, la historia de sus luchas con su antiguo aliado.
Por otra parte, esa separación entre dos épocas, aunque inexpresada, existe en la memoria de todos los viejos. La mejor prueba: La Larga Marcha, selección de testimonios de las Ediciones de Pekín, no trae ninguno sobre los episodios anteriores: ni sobre la quinta campaña, ni sobre la ruptura del bloqueo, ni sobre las primeras etapas. El relato comienza con la travesía del río Wu (el Wukiang), efectuada el primero de enero de 1935.
«Fue al cabo de un momento muy largo cuando el Presidente proclamó: —No podemos demorarnos aquí, hay cosas mucho mas urgentes que la fiesta de Año Nuevo. —¿Qué, pues? —pregunté desconcertado. —¡Debemos luchar contra el factor tiempo y vencer rápidamente el obstáculo natural que constituye el Wukiang! El Presidente se detuvo de nuevo, nos dio a mí y a Tseng una palmadita en el hombro y dijo: «Ante nosotros tenemos muchos otros Años Nuevos para festejar; y festejaremos el Año Nuevo mucho mejor cuando hayamos atravesado el Wukiang y tomado Tsunyí» (Chen Chang-feng).
Los recuerdos mismos ponen muy en evidencia esa oposición entre dos épocas. Antes de Tsunyí, la Larga Marcha es una huida desesperada, una lucha sin alma. Después de la reunión, adquiere su verdadera dimensión, la de una epopeya, una serie de proezas ligadas por la preocupación de reconstruir en otra parte los soviets de Kiangsí.
«Mi experiencia más crítica durante la Larga Marcha fue la de la travesía del río Wu, en Kweichow, en un momento en que la moral de las tropas era muy baja, inmediatamente después de la quinta campaña […] Durante el resto de la Larga Marcha la moral fue buena.
En enero de 1935, después de haber sufrido grandes pérdidas, el Ejército Rojo logra penetrar en Kweichow y destruir las fortificaciones enemigas… Estas fuerzas eran cien veces superiores en número y, sin, embargo, el Ejército Rojo pasó a la ofensiva. Durante cuatro meses hostigó al adversario empleando la técnica en la cual Chu y Mao fueron maestros a partir de entonces […] El Ejército Rojo aniquiló cinco divisiones enemigas y reclutó unos veinte mil voluntarios. Sus intrépidos trabajadores políticos organizaron grandes reuniones en cada ciudad y en cada aldea y emprendieron la organización de las masas.
Después de la conferencia de Tsunyí, el Ejército del 1er Frente adoptó principios operacionales flexibles y móviles, a fin de pasar a la iniciativa. En febrero de 1935, cuatro divisiones enemigas fueron aniquiladas de un solo golpe, frente a Tsunyí. Fue la primera gran victoria desde el comienzo de la Larga Marcha.
Después de Tsunyí, marchábamos por la mañana y combatíamos por la tarde. Manejábamos al enemigo. Siempre nos esperaba donde no estábamos, y nos veía llegar allí donde estaba más desprotegido» (Li Po-tsao).
La línea adoptada es un giro capital de la historia contemporánea. Es el origen de un Estado de 780 millones de hombres. Con seguridad que la Larga Marcha es una de las más grandes epopeyas, un hecho culminante que se une, en el panteón chino, con esos dos héroes legendarios: Yu el Grande, el dominador de inundaciones y Che Huang-ti, el constructor de la Gran Muralla, o más cerca de nosotros, con esos Taiping cuya historia había encantado la infancia de Chu Teh, el comandante en jefe del Ejército Rojo.
Pero la Larga Marcha, en sus orígenes, no es «la Larga Marcha de Mao». Estudiar la historia de esos años es destruir un clisé lamentable. Es ir contra la imagen de un presidente cuya aparición es en muy poco anterior a la toma del poder; es negarse a pasar por alto los años de prueba. Aunque sea verdad que la historia se construye con él, parece indispensable no desconocer las dificultades que soportó, los combates que tuvo que librar para ligar su destino al de China.
«Hemos perdido casi todos nuestros documentos oficiales en las ‘praderas’ y durante el paso de los ríos. Muchos hombres que cargaban el equipaje se ahogaron debido a los morrales que les pesaban. También quemamos muchos documentos que no podían ser transportados con comodidad. Prácticamente no nos quedaron archivos» (Hsü Meng-chiu).
¿Cómo se puede pretender entonces escribir una Larga Marcha valiéndose de archivos? ¿Para qué si son textos de segunda mano? Y, además, todo el mundo conoce la Larga Marcha.
No es cierto. En los relatos de libros queda reducida a la travesía —heroica— de un puente, una enorme retirada en llamas, algunos actos de valor sobrehumano, en resumen, una panoplia bastante heteróclita apta para los cuentistas de aventuras. «El Oriente» guarda sus misterios. ¿Pero la historia?
En cuanto al problema de las fuentes, si bien es verdad que los documentos pertenecientes directamente a la Larga Marcha son prácticamente inexistentes, abundan los recuerdos. Sin embargo se puede lamentar que el proyecto de que hablaba Edgar Snow, en 1937, no se haya llevado a cabo:
«Los comunistas preparan actualmente un relato colectivo de la Larga Marcha en el cual han colaborado decenas de aquellos que tomaron parte en ella. Aunque incompleto, cuenta ya con más de 300.000 palabras».
Ese documento excepcional existe tal vez, pero no está señalado en ninguna bibliografía. Felizmente, muchas recopilaciones relatan el acontecimiento. Dos de ellas están traducidas al francés. Hay que confesar que su fervor a veces suena mal en nuestro idioma. Es evidente que son hagiográficos, pero no por ello menos significativos. Las obras en lengua china no difieren en nada de aquellas. Sin embargo, un texto se distingue entre los otros: es el relato de Liu Po-cheng, en ese entonces jefe de estado mayor del Ejército Rojo. Por último y siempre en el mismo tono, apareció en Moscú, escrita en base a originales chinos fuera de nuestro alcance, una Larga Marcha (Veliki Pojod) de 600 páginas. Es por cierto la más importante contribución conocida hasta hoy sobre el tema. Están reunidas en él muchas decenas de artículos escritos en diversos diarios, entre 1936 y 1938. La obra quiere ser completa y, en cierto sentido, lo es. El mapa de la Larga Marcha es de una precisión y de una claridad inigualables; nos hemos servido de él para establecer el nuestro. Al final del volumen se da un itinerario extremadamente detallado (Jerome Chen lo ha retomado, en parte, en su libro sobre Mao Tse-tung) como también otras informaciones, por ejemplo, el nombre de los ríos atravesados, de las minorías nacionales encontradas, etcétera.
La descripción detallada que hacen los combatientes rojos deja filtrar algunas informaciones útiles para el historiador. Pero esa minucia no deja de tener sus inconvenientes: semejante impresionismo tendría valor si el fresco pudiera captarse en su conjunto. Pero ello no puede ser nuestro objetivo puesto que la Larga Marcha trasciende la anécdota y lleva en sí un significado político determinante para la historia de la China del siglo XX.
Naturalmente, el autor más citado es Mao Tse-tung. Solo uno de sus escritos se sitúa fuera de la época descrita. Es también el único texto que incluye un análisis sistemático de la historia del P. C. Ch., entre 1927 y 1935; otro dato de interés es que no figura en las Obras escogidas (En francés).
Por último, damos gran parte de las Resoluciones de La Conferencia de Tsunyí, único documento elaborado durante la Larga Marcha que ha llegado hasta nosotros. Acaba de ser publicado en traducción de Jerome Chen del chino al inglés. Más adelante diremos por qué ese texto es fundamental.
La segunda categoría de fuentes no es totalmente desconocida en Francia, aunque solo dos obras se han traducido al francés. Se trata de Etoile rouge sur la Chine (Estrella roja sobre China), de Edgar Snow, que citamos poco aunque haya sido uno de nuestros hilos conductores. Todo el mundo conoce la aventura vivida por Snow: hace treinta y cuatro años, un joven periodista norteamericano, destacado en China, decidía pasar «al otro lado del río». De su larga estadía en la China comunista de Shensí, trajo un libro único, incomparable: Red Star over China. No solo porque era una «primicia»; por supuesto que esa cualidad le aseguraba inestimables inéditos, sobre todo la entrevista-río con Mao, que Snow trae en su libro, la única autobiografía de ese personaje conocida hasta hoy. Pero más aun, su familiaridad con los rojos, su simpatía hacia una causa que sabía justa, le abrieron las puertas de la amistad y de la confidencia.
La biografía de Chu Teh, por Agnes Smedley, The Great Road, acaba de ser traducida al francés con el título La Longue Marche. Como en otras obras, el título francés es puramente simbólico aunque la Larga Marcha sea objeto de uno de los capítulos principales. En la introducción de la edición francesa, Lucien Bianco expresa perfectamente las cualidades y los defectos de ese monumento. Agnes Smedley, cuya devoción a la causa de la revolución china no se ha desmentido nunca, recogió, en efecto, los recuerdos de uno de los más prestigiosos actores de esa eran marcha: Chu Teh, general en jefe del Ejército Rojo durante más de treinta años.
Son menos conocidas las Notas, publicadas por Snow o por su primera esposa (con el seudónimo de Nym Wales) y la admirable colección de reportajes de ésta, titulada Red Dust.
Tal vez el valor y la intuición no reemplazan el conocimiento. Pero en este caso el conocimiento nace del valor, de la intuición y de la simpatía. Esa avalancha de reportajes hechos en «caliente» cuando la Larga Marcha está acabando, es de una riqueza incomparable. Son los mejores archivos. Otras fuentes vienen a completar esta tentativa. Pero excepto las de la Internacional Comunista, han sido utilizadas marginalmente. Aparecen sobre todo antes del desarrollo de la Larga Marcha ilustrando la primera parte del libro.
Se ha hecho una elección: el montaje de esta obra destaca a un primer plano las voces interiores, mientras que la China nacionalista, los «otros» chinos, son solo lejanos actores de reparto. Si la voz de Mao, siempre audible, se mezcla a las voces de los otros actores, la respuesta es simple: la palabra es dada a aquellos que hacen la historia. Explicar la Larga Marcha a la luz de los textos nacionalistas, de la prensa china o imperialista, era darle la apariencia de un objeto y romper con ello la imagen misma que queríamos asignar al acontecimiento. Los blancos (es decir, las tropas de Chiang Kai-shek) están ahí; pero son solo uno de los componentes entre muchos otros.
Una de las normas de la colección Archivos (Colección en la cual apareció esta obra en francés) es obligar a confrontar los textos y obtener con esa aproximación una crítica a la que no se llega por la lectura de las obras mismas ni de su exégesis. Hemos intentado, pues, en la medida de lo posible, no mutilar los textos, a riesgo de cierta redundancia. El nivel de los extractos no es constante: algunos parecerán abruptos y otros adolecerán de una aparente trivialidad. Ello se debe al deseo de no separar arbitrariamente las ideas de la acción del momento y, finalmente, al propósito de este libro: la Larga Marcha no fue el desarrollo de conflictos de «líneas» en abstracto, ni una serie de anécdotas más o menos gloriosa: fue constantemente un juego dialéctico entre una política y una acción.
INDICE
Todo comienza en Tsunyí
I- LA GENESIS
1- ¿Hacia la revolución?
2- El año 1927
II- EL APRENDIZAJE
1- Las bases rojas
2- De un oportunismo a otro
III- LAS CINCO PRIMERAS CAMPAÑAS
1- Los éxitos rojos
2- La travesía del desierto
IV- RENACER EN LA DERROTA
1- La partida
2- La recuperación
V- LA EPOPEYA
VI- EL FIN DEL VIAJE
1- El comienzo del fin
Bibliografía
Obras en castellano de Mao Tse Tung