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Ed. Gedisa Colección El Mamífero Parlante, año 1990. Tamaño 20 x 13,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 120
Este pequeño libro se propone una tarea ambiciosa: presentar el panorama actual de las ciencias cognitivas. nombre con el que hoy designamos el análisis científico moderno del conocimiento en todas sus dimensiones. Este ensayo, pues, constituye una concisa visita guiada a un campo multidisciplinario que todavía no está bien definido.
Esta tarea no puede ser neutra: se tiene que emprender desde la perspectiva de alguien, preferentemente una parte interesada que hable de una actividad de la cual participa. Como pronto descubrirá el lector, mi perspectiva, desarrollada al cabo de unos veinte años de investigación, está expuesta explícitamente en el texto. No la repetiré aquí, pero caben dos observaciones.
Ante todo, una observación epistemológica. Cada época de la historia humana produce, a través de sus prácticas sociales cotidianas y
su lenguaje, una estructura imaginaria. La ciencia forma parte de estas prácticas sociales, y las ideas científicas acerca de la naturaleza constituyen apenas una dimensión de esta estructura imaginaria. Los historiadores y filósofos modernos, desde Alexander Koyré, han demostrado que la imaginación científica sufre mutaciones radicales de una época a otra, y que la ciencia se parece más a una epopeya novelística que a un progreso lineal. La historia humana de la naturaleza es una narración que merece ser contada de más de un modo.
Lo que resulta menos evidente es que dicha historia humana de la naturaleza se corresponde con una historia de las ideas sobre el conocimiento de sí mismo. Así, la physis griega y el método socrático, o los ensayos de Montaigne y la temprana ciencia francesa, son pares interdependientes. Reflejándose mutuamente, el sí-mismo y la naturaleza se desplazan en el tiempo como una pareja de bailarines. En Occidente aún no se ha escrito la historia natural del conocimiento del sí-mismo, pero es justo aclarar que siempre hubo precursores de lo que hoy llamamos ciencias cognitivas, en la medida en que la mente humana es la fuente primordial y el ejemplo más accesible de la cognición y el conocimiento.
La fase moderna de las ciencias cognitivas representa una mutación notable en esta historia paralela de la mente y la naturaleza. Por primera vez la ciencia (es decir, el conjunto de científicos que definen qué debe ser la ciencia) reconoce plenamente la legitimidad de las investigaciones sobre el conocimiento mismo, en todos sus niveles, más allá de los límites tradicionalmente impuestos por la psicología o la epistemología. Esta mutación, que tiene apenas treinta años, fue enfáticamente introducida mediante el programa cognitivista comentado en el texto, tal como el programa darwiniano inauguró el estudio científico de la evolución, aunque otros se habían interesado antes en ella.
Más aun, a través de esta mutación, el conocimiento se ha ligado tangiblemente a una tecnología que transforma las prácticas sociales que lo posibilitaron: la inteligencia artificial constituye el ejemplo más visible. La tecnología, entre otras cosas, actúa como un amplificador. No podemos separar las ciencias cognitivas de la tecnología cognitiva sin despojar a una u otra de un vital elemento complementario. En otras palabras, a través de la tecnología, la exploración científica de la mente brinda a la sociedad un inadvertido espejo de sí misma que trasciende el círculo del filósofo, el psicólogo o el pensador.
Y por primera vez la sociedad occidental en su conjunto comienza a enfrentar en sus prácticas interrogantes, tales como: ¿Es la mente una manipulación de símbolos? ¿Puede una máquina comprender el lenguaje? Se trata de preocupa-
dones que afectan la vida de la gente y no se limitan a ser teóricas. No es de extrañar que los medios manifiesten un constante interés por las ciencias cognitivas y la tecnología emparentada con ellas, ni que la inteligencia artificial haya penetrado profundamente en la mente de los jóvenes a través de los juegos de computación y la ciencia ficción. El efecto de esta fermentación es el siguiente: mientras durante milenios las gentes tuvieron una comprensión espontánea de sí mismas, según la cultura de su época, por primera vez esta visión popular de la mente entra en contacto con la ciencia y es transformada por ella. Muchos deplorarán esta revolución, mientras que otros la celebrarán.
Sea como fuere, este fenómeno adquiere creciente celeridad. El fecundo diálogo entre investigadores, tecnólogos y público encierra un potencial para la transformación de la conciencia humana que yo encuentro fascinante, pues se trata de una de las más interesantes aventuras que hoy enfrentamos. Este texto constituye un modesto pero —espero— significativo aporte a este diálogo transformador. Por ejemplo, en este ensayo cuestionaré la difundida idea de que el conocimiento está relacionado con el procesamiento de información. Argumentaré que la información es semejante a un moderno flogisto que intenta explicar la estructura del conocimiento apoyándose en un orden de cosas preexistente. El pivote de la cognición es precisamente su capacidad para explicar la significación y las regularidades; la información no debe aparecer como un orden intrínseco sino como un orden emergente de las actividades cognitivas mismas. Si ello se verifica, nuestra ingenua comprensión de las relaciones que entablamos con el mundo cambiará drásticamente.
El segundo punto es de índole sociopolítica. Como a cualquiera que haya examinado de cerca una disciplina científica, las ciencias cognitivas me han parecido un mosaico de perspectivas más o menos compatibles antes que un dominio homogéneo. No obstante, es obvio que la ciencia, en cuanto actividad social, está atravesada por corrientes de poder que infunden más autoridad a ciertas voces que a otras. Europa fue epicentro de la ciencia hasta la época de las guerras mundiales, pero es indiscutible que dicho papel corresponde* hoy a los Estados Unidos. De hecho, la mayoría de mis colegas europeos y sudamericanos consideran que los Estados Unidos constituyen la vara para medir la calidad, el prestigio y el mérito.
Esto es aun más cierto en el dominio de las ciencias cognitivas, en la medida en que la revolución cognitiva moderna recibió gran influencia de las investigaciones realizadas en la Costa Este de los Estados Unidos, sobre todo en el MIT. Esta presunta tradición cognitivista se ha transformado en la ortodoxia de la comunidad científica, como veremos en la primera parte de este ensayo. Al leer a los portavoces de esta tradición se tiene la impresión de que (a) el enfoque computacional es el único modo de abordar la ciencia cognitiva, y (b) nada que sea anterior al surgimiento de esta tecnología merece conservarse, ni siquiera de manera transformada.
Desde luego, no es sólo un enunciado científico sino político, pues brinda pautas para juzgar el trabajo científico: relevante es aquello que yo considero relevante. Confieso ser un inveterado amante de la heterodoxia, y un ávido buscador de la diversidad. Desde luego, es preciso conocer bien las importantes tesis y resultados producidos por las predominantes ciencias cognitivas estilo MIT, pero no puedo aceptar que los enfoques tradicionales sean los únicos válidos.
Esta cuestión resulta especialmente delicada en Europa, pues durante el siglo veinte hubo muy importantes aportes al trasfondo conceptual de lo que hoy llamamos ciencias cognitivas, y con frecuencia se los ignora por completo. Pienso ante todo en: a) el movimiento fenomenológico, especialmente Edmund Husserl y Maurice Merleau-Ponty, y b) los enfoques inaugurados por Jean Piaget en epistemología genética. Estas escuelas exploraron profundos interrogantes cognitivos y sus mecanismos, como luego comentaremos en este texto. Lamentablemente, han estado casi totalmente ausentes de la ortodoxia cognitivista, y en consecuencia sus ideas básicas a veces se reinventan como si fueran novedades. Un notable ejemplo es el redescubrimiento de la intencionalidad en los estudios cognitivos, algo claramente expresado por pensadores europeos en la década de 1940, pero totalmente ignorado en la ciencia cognitiva tradicional hasta 1980.
Si Europa ha de participar en pie de igualdad en el diálogo destinado a desarrollar la nueva ciencia de la mente, es esencial que se valga de sus singulares tradiciones, que se anticipe a los planteos y que permanezca abierta a diversos estilos de trabajo. Es interesante señalar que el Japón ya se desplaza enérgicamente en esa dirección; en este campo, más que en ningún otro, se siente la presencia del Japón en la ciencia internacional, un hecho directamente reflejado en su liderazgo tecnológico. El lector verá que guardo una desembozada distancia frente a la ciencia cognitiva tradicional, e insisto en las diferencias existentes. Lo hago, por cierto, a partir de convincentes razones científicas, pero también se trata de una posición tomada en lo relacionádo con la sociología de la ciencia.
El autor
INDICE
Introducción
1- ¿Por qué este ensayo?
Motivación
Estructura de este ensayo
2- Primera etapa. Los años jóvenes
Los comienzos
La lógica y la ciencia de la mente
Los frutos del movimiento cibernético
3- Segunda etapa. Los símbolos: la hipótesis cognitivista
Los cognitivistas entran en escena
Síntesis de la doctrina
El vástago del cognitivismo: la inteligencia artificial
Las ciencias cognitivas
El procesamiento de la información en el cerebro
Síntesis del disenso
4- Tercera etapa. La emergencia: una alternativa ante la orientación simbólica
La autoorganizacíón: las raíces de una alternativa
La estrategia conexionista
Emergencia y autoorganización
El conexionismo en la actualidad
Las emergencias neuronales
Los símbolos abandonan la escena
5- Cuarta etapa. La enacción: una alternativa ante la representación
Una insatisfacción más profunda
El redescubrimiento del sentido común
Las representaciones abandonan la escena
Ejemplos de enacción
Síntesis de la doctrina
Trabajar sin representaciones
Eslabones entre la emergencia y la enacción
6- Conclusiones