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Ed. Argonauta, año 1989. Tamaño 18,5 x 11,5 cm. Selección y estudio preliminar de Aldo Pellgrini. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 156
Oliverio Girondo nació en Buenos Aires, hijo de [osefa Uriburu de Girondo y de Juan Girondo, en una casa solariega que estaba situada en la calle Lavalle 1035. Cuando se le pregunta por la fecha exacta de su nacimiento, Girondo menciona burlonamente la frase de D’Annunzio, quien decía que los poetas no tienen edad.
Parte de sus estudios secundarios los efectuó en Inglaterra, en los alrededores de Londres, y luego en Francia, en el colegio Albert Le Grand, en Ar-cueil. En Buenos Aires realizó estudios de derecho hasta obtener su licencia de abogado. Desde joven emprendió viajes anuales de vacaciones a Europa, visitando a Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, España y Bélgica. Por los años 1930 recorrió Egipto (hasta el lago Victoria) y estuvo en Marruecos. Durante sus estadas en Francia entabló una estrecha amistad con el poeta Supervielle, con el que solía asistir a las manifestaciones surrealistas.
Sus comienzos literarios pueden situarse hacia los veinte años en Buenos Aires, época en la que dirigió un periódico artístico-literario con Raúl Mon-segur y René Zapata Quesada, periódico que llevaba el nombre de «Comoedia».
Por entonces leía ávidamente a los poetas simbolistas franceses y con especial interés los ensayos de Remy de Gourmont. Entre los escritores de habla hispana a Rubén Darío, de quien apreciaba especialmente Los raros, libro que le abría perspectivas sobre una literatura distinta. Todo ello mezclado con algunas lecturas filosóficas, especialmente de Nietzsche, que en aquel tiempo era el filósofo que encandilaba a la juventud.
Pero Oliverio Girando mismo pone especial énfasis en que la influencia más importante en sus años mozos fue la de su hermano Eduardo, hombre de profunda cultura y muy versado en las letras contemporáneas, que le sirvió de mentor y orientó sus primeras lecturas.
Hacia 1919 concurría con bastante asiduidad a las tertulias de josé Ingenieros en el hotel París.
En 1922 publica por su cuenta Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, con ilustraciones de él mismo, en una tirada limitada impresa en Francia. Desde 1924, en unión con Evar Méndez y Samuel Glusberg, deciden remozar el periódico «Martín Fierro», dándole las características que habrían de hacerlo famoso en la historia literaria argentina.
Vale la pena insistir sobre la opinión vertida en un comienzo, que las escasas colaboraciones de Girando en el periódico y quizá su misma acción personal orientadora le prestan a la revolucionaria publicación su tono. Éste puede conocerse a través de varios textos aparecidos allí: en primer término la famosa carta a «La púa» (así designaban a una tertulia gastronómico-literaria de esa época), que se publicó en uno de los primeros números de «Martín
Fierro», y apareció después como prólogo de la edición de bolsillo de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, publicada con el pie editorial de «Martín Fierro» en 1925. En esa carta pueden leerse los siguientes pensamientos claves:
Cansancio de nunca estar cansado.
Lo cotidiano es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo.
En esta última frase encontramos la mejor explicación de sus primeros poemas, y ambas constituyen una verdadera toma de posición frente al mundo, que habría de constituir de modo constante el motor oculto de toda la evolución del poeta.
Otro texto definitorio de la influencia de Girando es el manifiesto aparecido en el número 4? de «Martín Fierro», que, aunque publicado anónimo, fue redactado por nuestro poeta y conserva, aún hoy, candente actualidad. El texto comienza por estas palabras definitorias:
Frente a la impermeabilidad hipopotámica del honorable público, frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca, y sobre todo frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el ímpetu de la juventud tranquilizándola como cualquier burócrata jubilado.
Con el título de «Membretes» Girando hizo aparecer en la revista «Martín Fierro», desde 1924 hasta 1926, una serie de aforismos, muy característicos, de los que doy aquí algunos ejemplos:
¡El Arte es el peor enemigo del arte! Un fetiche ante el cual ofician, arrodillados, los que no son artistas.
¡Tengámoslo bien presente! Con la poesía sucede lo que con las mujeres; llega un momento en que la única actitud respetuosa consiste en levantarles la pollera.
No hay que confundir poesía con vaselina.
Los poetas son gente demasiado inflamables. Pasan unos senos; el cerebro se les incendia. .. ¡Comienza a salirles humo de la cabeza!
No hay que admirar a Wagner porque nos aburra alguna vez, sino a pesar de que nos aburra alguna vez.
Nadie recita a Verlaine como las hojas secas del Luxemburgo.
Las esculturas griegas son incapaces de pensar si el tiempo no les ha roto la nariz.
Llega un momento en que aspiramos a escribir mucho peor.
¡Cuidado con las nuevas recetas y con los nuevos boticarios! ¡Cuidado con las decoraciones y «la couleur lócale»! ¡Cuidado con los anacronismos que se disfrazan de aviador! ¡Cuidado —sobre todo— con los que gritan «Cuidado» cada cinco minutos!
Como muchos seres profundamente solitarios Girondo tenía verdadera pasión por la sociabilidad; por la época que comentamos no sólo concurría a las ruidosas y divertidas reuniones y banquetes de la revista «Martín Fierro», sino que era asiduo contertulio de las clásicas «peñas»: la del Aus Keller y la del Sibarita, que reunían al agitado mundo intelectual y especialmente a los jóvenes disconformes.
En sus viajes entabló amistad con Gómez de la Serna en España, después que éste saludó con una nota encomiástica el libro Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Esa amistad continuó muy estrecha en Buenos Aires desde la llegada del escritor español. Gómez de la Serna distinguió siempre a Girando entre los escritores de su preferencia y publicó un largo ensayo sobre el poeta argentino que recogió más tarde en su libro Retratos contemporáneos.
También en España hizo amistad con García Lorca y con Salvador Dalí. En Buenos Aires, el escritor que reverenció y con quien mantuvo una estrecha amistad fue Macedonio Fernández. También Neruda y Rafael Alberti se cuentan entre los amigos dilectos. Pero su afectuosa cordialidad se extendió siempre a todos los que se le acercaban, escritores o no.
En 1925 publicó Girando su segundo libro de poemas: Calcomanías, con el sello de Calpe, y en el mismo año la edición de bolsillo de Veinte poemas. El siguiente libro, Espantapájaros, aparece en 1932 y con él Girando realizó una curiosa experiencia publicitaria. A raíz de una apuesta surgida en una discusión con algunos amigos sobre la importancia de la publicidad en la literatura, se comprometió a vender la edición íntegra de 5.000 ejemplares del nuevo libro mediante una campaña publicitaria. Alquiló a una funeraria, la carroza portadora de coronas, tirada por seis caballos y llevando cocheros y lacayo con librea. La carroza transportaba, en lugar de las habituales coronas de flores, un enorme espantapájaros con chistera, monóculo y pipa (este enorme muñeco todavía se encuentra en el hall de entrada de la actual casa de Girando en la calle Suipacha, recibiendo a los desprevenidos visitantes) . Al mismo tiempo alquiló un local en la calle Florida atendido por hermosas y llamativas muchachas para la venta del libro. La experiencia publicitaria resultó un éxito y el libro se agotó en cosa de un mes.
En 1937 aparece su relato poético Interlunio, con el sello de Editorial Sur, y en 1942, los poemas de Persuasión de los días, con el sello de Editorial Losada.
El 16 de julio de 1943 se casa con la escritora Norah Lange, constituyendo la unión de dos brillantes personalidades, que haría de esa pareja un fenómeno singular en nuestro medio.
En 1946 aparece su poema Campo nuestro, que significa un paréntesis, un reposo y quizá el último intento de afincarse con su poesía a una cosa exterior, eligiendo para ello el paisaje más característico de nuestra tierra.
En 1956, la Editorial Losada publica En la masmédula. Los primeros poemas de este libro, que puede considerarse la culminación de la obra poética de Oliverio Girando, tuve el gran gozo de presentarlos por primera vez al público en la revista «Letra y Línea» que yo dirigía (número 2, noviembre de 1953). Esas líneas de presentación las hacía preceder del siguiente epígrafe de Hofmannsthal, en el que yo creía descubrir el angustiante problema de la expresión que estaba en el origen de esos nuevos poemas:
«Las palabras aisladas flotaban a mi alrededor; se congelaban y se tornaban ojos fijos en mí, sobre los cuales, a mi vez, me veía forzado a fijar los míos, torbellinos que daban vértigo cuando hundía la mirada en ellos, que giraban sin cesar, y más allá de los cuales no había sino vacío».
Aldo Pellegrini
INDICE
Oliverio Girondo, por Aldo Pellegrini
ANTOLOGIA
1- Veinte poemas para ser leídos en un tranvía
2- Calcomanías
3- Espantapájaros
4- Persuasión de los días
5- Campo nuestro
6- En la masmédula
7- Otros poemas