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Ed. Norma, año 2000. Tamaño 21,5 x 14,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 428

Una historia de la censura, Ferreira038«Tenga cuidado señor Sarmiento… que se puede ser bárbaro sin dejar de ser instruido, y que hay una barbarie letrada mil veces más desastrosa para la civilización verdadera, que la de todos
los salvajes de la América desierta»
Juan Bautista Alberdi

El ejercicio de las letras puede promover la ambición de construir un libro absoluto. Un objeto cuya virtud sea inmune al paso de los años. Un acto de fe a través de un relato claro y distinto, objetivo, esencial y apasionado. Me debatí inútilmente durante mucho tiempo buscando esa respuesta. Me dije entonces que lo importante era el resultado de esta historia. De una manera más humilde, y consecuentemente menos pretenciosa, contar el dolor y la exclusión en cien años de historia. «Una crónica de la censura contra la vida en la Argentina» durante el siglo XX. En un país donde a pocos parece importarles la muerte, hay una categoría de sobrevivientes cuyo testimonio sirve para que el olvido no se transforme en lugar común. Esa es la idea: narrar y recordar a través de libros, cartas, diarios, revistas, apuntes, testimonios e investigaciones. Varían constantemente las voces y los sueños de la memoria.

Alguien dijo que la distinción entre libertad e independencia es más bien vaga: los naturalistas no han encontrado especímenes vivos de ninguna de las dos. Esta historia de la censura en la Argentina es una experiencia inmediata aunque tenga la edad del siglo. Está hecha de pequeñas rebeliones, de grandes osadías, de opresores y de mártires. Se proyecta hacia la continuidad de una lucha prolongada aunque, de hecho, sea improbable (¿imposible?) la victoria. Es una crónica llena de sacrificios individuales y de sublimes errores colectivos; la visión de un país que se dio el lujo de convertir a la muerte en ley.

Cuando alguien deja de interpretar los hechos de la historia, está liquidado, así que intenté volcar en el texto no sólo aquello que me contaron, sino también lo que vieron mis ojos. Aquellos sueños que compartí con una generación masacrada que tuvo 30 mil desaparecidos y miles de exiliados, dentro y fuera, con el alma rota.

El país por el que muchos dieron su vida se murió, desapareció el concepto de Estado-nación -producto de la globalización del siglo XIX impuesta por las naciones europeas- para dar paso a esta nueva globalización de fines del siglo XX y principios del XXI que decreta perimido el concepto de patria. Si los países subdesarrollados, según el esquema de los años sesenta, eran países en vías de desarrollo, hoy, en el fin de milenio, son países en vías de extinción. Uno de los conceptos de censura pasa hoy por la incapacidad concreta de un desarrollo independiente.

La globalización, hoy, parece aniquilamiento. La defensa del idioma, del arte nacional, de la literatura, de los intereses autónomos, resulta para muchos inconcebible. El poder no está ya en los gobiernos nacionales sino en quienes poseen el gran capital. Está en manos de las organizaciones más totalitarias de la historia de la humanidad. Se trata de un poder supranacional que dicta programas y políticas por encima de las decisiones de los Estados nacionales. Un enorme juego en el que el ejercicio democrático está siendo eliminado.

Se ha dicho que el discurso de censura es un discurso que consiste, esencialmente, en amputar, suprimir, prohibir un cierto número o el conjunto de los hechos, ocultarlos, esconderlos. Razonar de esta forma es creer que, dada la abundancia de información, estamos en un universo donde los elementos son constantes. Pero hoy la censura no funciona mediante este principio. En los sistemas, en apariencia democráticos, en los que nos encontramos inmersos existen pocos ejemplos de funcionamiento de la censura en los que, de una manera palmaria, se puedan ocultar, cortar, suprimir, prohibir los hechos. No se prohibe en general a los periodistas decir lo que quieran; no se prohibe a los periódicos en los países democráticos. La censura adopta otras modalidades de funcionamiento; se aplica sobre criterios diferentes. Hoy la censura no funciona suprimiendo, amputando, prohibiendo, cortando; actúa, por el contrario, por demasía, por acumulación. No permite asimilar ni pensar. Hay demasiado para consumir y, por lo tanto, no se percibe lo que falta. Actúa además en la concentración del discurso. El monopolio de la información unifica el mensaje y permite una «globalización» de la censura. Lo cierto es que la censura no ha desaparecido. Tan sólo ha cambiado de apariencia.

El siglo XX en la Argentina fue sinónimo de prohibición en nombre de la libertad y de muerte amparada en la más cruel dictadura. La llamada Ley de Residencia, la Semana Roja, la Semana Trágica, las huelgas en la Patagonia, la Revolución «fusiladora» de 1955, los crímenes de José León Suárez, la Masacre de Trelew, los desaparecidos, los desocupados de la globalización, y más…: el cine que no pudimos ver, el teatro prohibido, los libros quemados, la música no escuchada, el pensamiento único. Se tiene la impresión de espiar una realidad que se nos había escamoteado, una realidad que registra fechas y momentos y que, hecha sustancia de nosotros mismos, ya nos habíamos acostumbrado a ignorar.

La palabra «censura» provoca en cualquier individuo medianamente sensible, consciente de sus derechos y su libertad, un estremecimiento. Aunque tiene distintas acepciones, su connotación es tan fuerte que sólo asumimos parte de su significado, olvidando otros. En efecto, censurar es, en primer término, «formarse un juicio sobre una cosa, juzgar con sentido crítico», y solamente en una segunda acepción implica corrección o reprobación de una cosa. La distancia que va de reprobar a prohibir fue salvada rápidamente en la historia de la humanidad, y se transformó en una de sus cargas más pesadas.

La voz «censor» se relaciona etimológicamente con «censo» y ambas provienen del latín. En la Roma del siglo III, época de definiciones en el plano político, aparece el cargo de censor. Este magistrado estaba encargado del censo o inventario de los bienes sobre los cuales se aplicarían impuestos, y en consecuencia debía confeccionar una lista de los ciudadanos según su clase social. Los censores romanos también debían hacerse cargo de la ejecución de los trabajos públicos, establecían el presupuesto y finalmente podían tachar de infamia a los ciudadanos sospechosos de tener una moral dudosa.

Teniendo en cuenta que sólo los ciudadanos de una cierta clase podían votar en asambleas, es fácil deducir que el censor de alguna manera eliminaba, fundado en principios éticos, a todo enemigo político. Claramente surge que, desde los albores, la censura está indefectiblemente ligada al poder político, a los intereses económicos de quienes detentan el poder y sólo en una tercera instancia involucra la reprobación -de hecho: prohibición- de lo considerado inmoral. Pero como la moral es sumamente elástica, ya que amplía o restringe sus límites según la época histórica, las prohibiciones tienen como rasgo característico la arbitrariedad más o menos furibunda de quien ejerce la censura.

El paralelo establecido entre el censor y el torturador no es caprichoso: en ambos prevalece el sadismo, ambos son en el fondo inseguros que frente a la propia limitación intentan destruir al otro.

En la Argentina, desgraciadamente, periodismo y censura son sinónimos. El primer estatuto que intentó reglamentar el ejercicio del periodismo data del 20 de abril de 1811, cuando un decreto de la Junta Grande copió textualmente el artículo primero de otro documento dictado por las Cortes Generales de España unos meses antes, por el que se abolió la censura previa para todos los temas, con excepción de los religiosos. A seis meses de constituido el Primer Triunvirato ratificaba esos lineamientos, a partir de una nueva ley: el Estatuto Profesional de 1815, que introdujo un elemento curioso: la creación de dos periódicos. El primero, con el nombre de Censor, aunque financiado por el Cabildo, tenía como función primordial criticar al gobierno. El segundo, La Gaceta, publicaba, con lujo de detalles, aspectos de la actividad oficial y rebatía al Censor.

En 1820, la anarquía reinante en el país marcó el retorno de la censura previa. Pero en 1828 el coronel Manuel Dorrego, gobernador de la provincia de Buenos Aires, restituyó la libertad de prensa por medio de una nueva ley. Fue reglamentada en 1832 por el brigadier general Juan Manuel de Rosas, quien paralelamente estableció la obligatoriedad del permiso para explotar imprentas. Derrocado Rosas, el 15 de noviembre de 1852 se reunió en Santa Fe la Convención Constituyente de la Confederación Argentina. La comisión redactora de la Carta Magna incluyó el artículo 14, donde se enuncian derechos y libertades, con un párrafo en que se garantiza a todos los habitantes el derecho de «publicar sus ideas por la prensa sin censura previa».

Los gobernantes de turno, civiles o militares, han sabido, por lo general, prolongar un estado de censura. Ya sin estado de sitio, pero con la dependencia intacta.

Desde el primer gobierno patrio hay en la Argentina ejemplos de censura y autocensura en el plano de las ideas. Los filósofos Rousseau y Voltaire fueron cuestionados por los hombres de Mayo, que se referían a ellos sin nombrarlos. Moreno, Castelli y Monteagudo hablan del «gran filósofo francés», y cuando Moreno ordena la publicación de El contrato social de Rousseau en español, elimina los párrafos correspondientes a la religión.

La censura operó y opera en la Argentina como una forma de preservar valores fijos, estratificados en la sociedad o en los grupos dominantes, sean estos religiosos, económicos o políticos. El objetivo que persigue la censura es que esos valores no cambien, no se modifiquen, y que el orden impuesto persista. La censura que se propuso y se propone tiende a atomizar la identidad original, hasta llegar a la aberrante propuesta de aspirar a cambiar un pueblo por otro. Una ideología que parte de la misma mentalidad del conquistador: el nativo debe rendir su conciencia para subsistir.

España, Gran Bretaña y Estados Unidos nos marcaron el camino. El fraude, los golpes militares y la suspensión del ejercicio político han sido una constante de nuestra historia. No han sido más que distintas estrategias de la censura que hoy, ya en el año 2000, adopta otras formas. Cambió la metodología, pero no el contenido. Algunas estrategias fueron tan burdas como la de Uriburu en 1930, que apeló a la siguiente lógica: «Tres gobiernos radicales -elegidos por el pueblo- sin solución de continuidad, no es más que institucionalizar la dictadura».

Los actos fundacionales de las «nuevas» Argentinas le agregaron matices al acto de censura, desde la «doctrina de seguridad nacional» aplicada por los militares para justificar un genocidio y la acumulación del poder económico que aún hoy persiste.

Quizás en nuestro país sea necesario descubrir no tanto el por qué, sino el cómo para modificar esta realidad. Este es un mundo peligrosamente parecido al de los mudos y los sordos, porque hay una tendencia al mensaje único. Que se debe a la concentración del poder que se da en la economía, pero también en la cultura; cada vez es más difícil el discurso disidente. En esta «macdonalización» del pensamiento la censura es un hecho natural.

En este libro se encontrará una serie de testimonios que analizan las diferentes formas que adopta la censura.

La idiotez y la hipocresía capitalistas se han tornado verdad absoluta en el marco de este nuevo orden mundial, donde los burócratas se hacen empresarios y los censores se vuelven campeones de la libertad de expresión. Esta investigación intenta ser, como diría Cesare Pavese, «la auscultación de una perplejidad» llamada Argentina. La pesada tarea de vivir en una sociedad que se funde entre los silencios cómplices y la intolerancia.

Fernando Ferreira

INDICE
Prólogo, por Néstor Ruiz
Introducción: La otra mirada
I- El aluvión (1900-1917)
II- La sangre derramada siempre fue negociada (1917- 1930)
III- Golpe a golpe (1930 -1943)
IV- Los descamisados al acecho (1943 -1955)
V- Revolución Libertadora: la Patria fusilada (1955 -1966)
VI- Dios, Patria, hogar y palos (1966 -1976)
VII- Censura y genocidio: la doctrina de la seguridad nacional (1976 -1983)
VIII- Democracia, juicios y punto final (1983 -1989)
IX- El neoliberalismo menemista. Industria y censura económica (1989-1999)
IX- Año 2000: Desunidos y dominados. La nueva censura del ajuste
Bibliografía