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Ed. Alianza, año 2003. Tamaño 17,5 x 11 cm. Traducción, introducción, notas e índices de Atilano Domínguez. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 454

Spinoza nació en Amsterdam en 1632 y murió en La Haya en 1670. Su época corresponde a las discordias religiosas, que culminaron en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), y el absolutismo monárquico, simbolizado en Luis XIV (1643-1715). El país en que le tocó vivir y que él mismo considera su patria, son las Provincias Unidas u Holanda en su siglo de oro. En efecto, por la Unión de Utrecht (1579), las siete provincias del norte de los Países Bajos se habían proclamado independientes de España. Y, aunque esa independencia no les fue reconocida hasta el Tratado de Westfalia o paz de Münster (1648), lo cierto es que, desde la llamada tregua de los doce años (1609-1621),las Provincias Unidas protestantes gozaban de plena autonomía comercial. A mediados de siglo, ese pequeño país, con Amsterdam como gran puerto internacional, con Leiden como universidad de renombre europeo y con La Haya como capital, se ha convertido en el centro comercial y financiero de Europa, e incluso se atreve a rivalizar militarmente con la Inglaterra de Cromwell y con la Francia del Rey Sol. Su período de máximo esplendor coincide con el gobierno liberal de Jan de Witt (1653-1672) y con la madurez intelectual de nuestro filósofo.

El nacimiento de ese nuevo Estado, por contraposición al Flandes católico que siguió unido a España, significó, por un lado, la proclamación de la libertad religiosa e incluso política y, por otro, el comienzo de una guerra con España, que allí suele conocerse con el nombre de «guerra de los ochenta años» (1568-1648), cuyo término fue celebrado y simbolizado en el nuevo Ayuntamiento de Amsterdam (1654). Al lado del calvinismo, que es la religión oficial, pululan las más diversas sectas: socinianos y menonitas, anabaptistas y cuáqueros, remontrantes y contrarremontrantes, colegiantes, y más. En ese país de libertad y tolerancia halló paz y soledad Descartes para sus meditaciones (1629-1649) y allí también encontrará refugio John Locke, cuando tenga que huir de las intrigas políticas de su patria (1683-1688).

Es obvio que un país rico y efervescente, tolerante y pluralista, y enfrentado además con España atrajera inmediatamente las miradas de los judíos y marranos hispano-portugueses que, al igual que muchos católicos, eran vigilados y perseguidos, desde hacía un siglo, por la Inquisición. Efectivamente, a finales del siglo XVI (1593) llegan los primeros grupos a Holanda, especialmente a Amsterdam, la ciudad cosmpolita por excelencia, que pasa de 50000 habitantes en 1600 a 105000 en 1620. Aunque los judíos no sumarían, en su época de apogeo, más de unos 4000 habitantes, representan un grupo importante en la vida comercial y cultural de la ciudad.

Entre esos judíos están los Espinosa o Espinoza. El abuelo del filósofo, Isaac, llega hacia 1600 a Holanda y muere en Rotterdam en 1627. El padre, Micael, nacido en Vidigueira (1587/8), en la frontera del Alentejo portugués con la Extremadura española, montó un pequeño comercio en Amsterdam (1623) y llegó a ocupar cargos relevantes tanto en la sinagoga como en otras asociaciones de la comunidad judía (1633). Cuando él murió (1654), Bento (Baruj en religión, Benedictus en latín) contaba con una formación básica, especialmente hebrea, como correspondía al nivel de la comunidad a que pertenecía y a la situación económica, cultural y religiosa de su familia. Por eso, después de colaborar con su hermano mayor en el comercio familiar, denominado ahora «Firma Bento y Gabriel Despinoza» (1655), decide dedicar su vida, que seguramente giraba ya en torno a la escuela de Fr. van den Enden, a la filosofía. La excomunión (1656) lo aisló de su comunidad y, como confirma su epistolario, reforzó sus relaciones con la sociedad holandesa, especialmente con grupos y personas liberales.

La familia de los Orange, asociada, desde el primer momento, al movimiento independentista, pero alejada del poder desde la muerte de Guillermo II (1650), busca apoyo en las familias conservadoras y en la Iglesia calvinista para recuperar el mando. La peste de 1664 y la segunda guerra con Inglaterra (1665-1667) acentúan el descontento de los partidarios de los Orange contra el gobierno de Witt y la burguesía liberal que lo sustenta. Los predicadores desde el púlpito los tachan de libertinos y ateos y los acusan de ser los servidores del diablo. Los gobernantes toman, más de una vez, medidas represivas, formulando interrogatorios, prohibiendo asambleas, destituyendo de cargos.

Tras la lucha política siguen las divergencias religiosas. En los días de Spinoza, los judíos parecen emular con los calvinistas en las medidas represivas, en gran parte quizá para hacerse dignos ante las autoridades holandesas de la situación privilegiada de que disfrutan. Recordemos que los judíos excomulgaron en 1623 al portugués Uriel da Costa y en 1656 a los españoles Juan de Prado y Daniel Ribera, junto con Spinoza. Los calvinistas excomulgaron en 1664 a Jan Petersz Beelthouwer y condenaron a prisión a los hermanos Johan y Adriaan Koerbagh en 1668.

Todo lo que antecede nos permite comprender mejor la génesis del tratado de Spinoza, quien durante 1663 había publicado su primera obra (en realidad, dos: «Principios de filosofía de Descartes» y «Pensamientos Metafísicos»). Por su correspondencia (1664-1665) sabemos que, desde esas fechas o incluso antes, trabajaba en la redacción de la «Ética», cuyo texto iba enviando al círculo de amigos de Amsterdam para su estudio y discusión. Pese a que, a finales de junio de 1665, esta obra ya estaba muy avanzada, nos consta que la abandonó, pues a principios de septiembre ya está entregado a la redacción del «Tratado Teológico-Político». En efecto, a mediados de ese mes, contesta Henry Oldenburg a una carta de Spinoza del día 4 en estos términos: «en cuanto a usted, veo que no tanto filosofa cuanto, si vale la expresión, teologiza, ya que expone sus ideas sobre los ángeles, la profecía y los milagros, aunque tal vez lo haga usted filosóficamente». Pocos días más tarde, Spinoza le ratifica la noticia: «ya estoy redactando un tratado sobre mis opiniones acerca de la Escritura». Y, a continuación, expone los motivos que lo han inducido a ello: que los teólogos, con sus prejuicios, impiden a los hombres consagrarse a la filosofía; que el vulgo lo acusa a él mismo de ateo; y que los predicadores, con su excesiva autoridad y petulancia, suprimen la libertad de expresión».

Lo que aporta el «Tratado Teológico-Político» al sistema de Spinoza y por lo que ocupa un puesto privilegiado en la historia del pensamiento, son sus ideas religiosas y políticas. En nuestra opinión, dos intuiciones presiden el «Tratado»: que la política de esa época estaba condicionada y deformada por la religión, y que ésta hay que estudiarla en sus fuentes, en la Biblia. La primera es una intuición histórica que, a decir verdad, saltaba a la vista, no sólo en las monarquías española y francesa, sino también en las repúblicas holandesa e inglesa. La segunda era una intuición teórica o metodológica de largo alcance, favorecida sin duda por su educación judía, centrada en la Escritura, y por la doctrina protestante que, al prescindir de toda autoridad institucional, ponía todo el acento en la lectura directa de los textos bíblicos. A diferencia de muchos teóricos ilustrados que, como Locke y Hume, e incluso Lessing y Herder, se perdían con frecuencia en razonables discursos o diálogos sobre la racionalidad o irracionalidad del cristianismo. Spinoza toma conciencia de que se trata de un hecho histórico y decide analizarlo en sus fuentes primitivas, los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Esa metodología le ofrece, además, un modelo, el Estado hebreo, con el que contrastar el modelo del Estado cristiano contemporáneo.

Pero una cosa es la crítica histórica y textual, de la que Spinoza es el verdadero creador, y otra la crítica doctrinal, para lo que no estaba exento de ciertos prejuicios. Su animadversión a todo lo que suene a rabino y fariseo, a pontífice o iglesia, y su mentalidad científica y matemática lo hacían poco permeable a lo específicamente religioso en el sentido judío y cristiano, de adoración de un Dios personal y trascendente.

El argumento central del tratado es el siguiente: si la religión deja al individuo plena libertad de pensamiento, el Estado debe concederle igualmente plena libertad de expresión. Los verdaderos enemigos del Estado spinoziano son la tiranía y el sectarismo. El Estado de Spinoza no es utópico sino realista, para hombres sometidos a todo tipo de intereses y pasiones. La misión de la autoridad suprema es que los hombres, arrastrados por pasiones contrapuestas, se dejen guiar por la razón, es decir, por la ley suprema de la común utilidad. El Estado se mantendrá siempre que converjan la utilidad de los súbditos y la suya propia. Pues la utilidad es la norma suprema de los individuos y de los Estados; pero la suprema utilidad es de los súbditos. Si las supremas potestades, sólo atentas a la razón de Estado, olvidan esa utilidad, su gobierno será despótico y durará poco, porque no estará apoyado en el pacto social, que es su fundamento.

El objetivo de este tratado no es, sin embargo, ni la religión ni la política, por sí mismas y aisladas, sino la relación entre ambas. Aunque no suprima la religión, el Tratado Teológico-Político constituyó en su momento una auténtica revolución intelectual. En él se enfrentan dos concepciones de la vida humana, la religiosa o confesional y la laica, en un momento crucial de la historia europea: entre la Reforma religiosa, que condujera a Westfalia, y a Revolución política, que conducirá al Estado laico. La Iglesia, que había sido la institución representativa de la religión y que ejercía las veces de Dios en la sociedad, queda ahí suplantada por la política, a nivel social, y por la filosofía, a nivel individual. Han pasado los tiempos de las monarquías revestidas de carácter divino y de la sociedad teocrática, y comienza la época de las democracias, apoyadas en el voto popular, y de la sociedad laica. Spinoza, con este tratado, cierra ante litteram la época del absolutismo monárquico y de las reformas religiosas y abre los tiempos de la democracia y de las reformas sociales.

INDICE
I- Introducción
El marco externo: la Holanda de Spinoza
La génesis del Tratado Teológico-Político
Publicación del Tratado y primeras reacciones
Significado histórico del Tratado
Nuestra traducción
II- Vida de Spinoza y datos complementarios
III- Cronología del pueblo hebreo en la época del Antiguo Testamento
IV- Selección bibliográfica
Bibliografía fundamental sobre Spinoza
Bibliografía en torno al Tratado Teológico-Político
V- Siglas y formas de citar
TRATADO TEOLOGICO-POLITICO
Prefacio
I- De la profecía
II- De los profetas
III- De la vocación de los hebreos y de si el don profético fue peculiar de los hebreos
IV- De la ley divina
V- Porqué han sido instituidas las ceremonias y por qué y para quienes es necesaria la fe en las historias
VI- De los milagros
VII- De la interpretación de la Escritura
VIII- En el que se prueba que el Pentateuco y los libros de Josué, de los Jueces, de Rut, de Samuel y de los Reyes no son autógrafos. Se investiga, después, si los escritores de todos estos libros fueron varios o uno solo y quién sea éste
IX- Se investigan otros detalles sobre los mismos libros, a saber, si Esdras les dió la última mano y, además, si las notas marginales que se hallan en los códices hebreos fueron lecturas diferentes
X- Se examinan los demás libros del Antiguo Testamento del mismo modo que los precedentes
XI- Se investiga si los Apóstoles escribieron sus cartas como apóstoles y profetas o más bien como doctores. Se explica después el oficio de los Apóstoles
XII- Del verdadero original de la ley divina y en qué sentido se dice que la Escritura es sagrada y la palabra de Dios. Se prueba, finalmente, que, en cuanto contiene la palabra de Dios, nos ha llegado incorrupta.
XIII- Se demuestra que la Escritura no enseña sino cosas muy sencillas ni busca otra cosa que la obediencia; y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida
XIV- Qué es la fe y qué los fieles; se determinan los fundamentos de la fe y se la separa, finalmente, de la filosofía
XV- Se demuestra que ni la teología es esclava de la razón ni la razón de la teología, y por qué motivo estamos persuadidos de la autoridad de la Sagrada Escritura
XVI- De los fundamentos del Estado; el derecho natural y civil del individuo y del derecho de las supremas potestades
XVII- Se demuestra que no es posible ni necesario que alguien transfiera todo a la suprema potestad. Del Estado de los hebreos: cómo fue en vida de Moisés y cómo después de su muerte, antes de que eligieran a los reyes; sobre su prestigio y, en fin, sobre las causas de que haya podido perecer y de que apenas se haya podido mantener sin sediciones
XVIII- Se extraen ciertas enseñanzas políticas del Estado y de la historia de los hebreos
XIX- Se demuestra que el derecho sobre las cosas sagradas reside íntegramente en las supremas potestades y que el culto religioso externo debe adaptarse a la paz del Estado, si queremos obedecer rectamente a Dios
XX- Se demuestra que en un Estado libre está permitido que cada uno piense lo que quiera y diga lo que piensa
Tabla de «notas marginales»
Indice de citas bíblicas
Indice analítico