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Ed. Circe, año 2005. Tamaño Traducción de Xoán Abeleira. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 214
La gente siempre andaba inventando historias sobre ella. Sonia era una joven deslumbrante cuando conoció a George Orwell, y aún podía mostrarse como tal a sus cincuenta años, cuando yo la conocí. Al igual que muchos de sus incontables amigos, yo la quería por su simpatía, su generosidad y su radiante vitalidad.
Sonia era una mujer de gran energía y presencia de ánimo, pero esas virtudes quedaban ensombrecidas por la ominosa sensación que daba de estar acosada o poseída por los demonios. El escritor francés Michel Leiris, que fue su amigo durante casi cuarenta años, llegó a verla como una hechicera artúrica, un equivalente moderno del hada Morgana o de la hermosa Viviana, dos temibles beldades cuya sombría presencia aún se advierte vagamente en el castillo de Arturo en Tintagel, Cornualles, junto a la laguna de Dozmary, en medio del páramo de Bodmin, en el legendario bosque de Brocelandia, o, en fin, en todos los antiguos lugares celtas -algunos abandonados, otros atestados de turistas- que Sonia visitó con Leiris en sus viajes en coche por Cornualles, Bretaña e Irlanda durante los últimos años de su vida.
La desgracia se abatió sobre ella por aquel entonces. Por razones que ninguno de sus amigos podía comprender, Sonia se alejó de sus vidas sin dar ninguna explicación, sin confiarse a nadie, recluyéndose en un limbo de presentimientos y desesperación. Dijo que ya no tenía ningún futuro. Los libros se convirtieron en su única compañía. «Pero cuando los cierro, o cuando despierto, todo sigue ahí», le escribió a un amigo en 1979: «Ese terrible túnel sin fin en el que me hundo, sabiendo, naturalmente, que, en parte, es por culpa mía, pero del que nunca volveré a salir, aunque lo peor es que [siento] que le hice daño a George.» Doce meses después, moría.
Los ataques, que empezaron casi de improviso, provocaron una gran conmoción entre los amigos que, como yo, seguíamos intentando aceptar lo que había ocurrido y sin saber por qué. La antigua aliada de Sonia, Mary McCarthy, resumió con mordacidad sus puntos más débiles durante el funeral.
Un amigo mucho más joven, David Plante, se explayó igualmente en Difficult Women [Mujeres difíciles], varios años después. En ambos casos, sus consideraciones eran todo lo justas y acertadas que podían ser, pero los dos obviaron la extraordinaria calidez de Sonia, su brillantez, su apasionado altruismo.
Sonia fue retratada como una mujer desalmada, codiciosa y manipuladora en Orwett, The Authorised Biography [Orwett: biografía autorizada] de Michael Shelden, cuya opinión sobre ella fue ampliamente discutida tras la publicación del libro, en 1991.
Diez años después, volvieron a oírse las mismas acusaciones, pero con mayor dureza, en Orwell. Wintry Conscience ofa Generation [Orwell, la conciencia de una generación], el libro de Jeffrey Meyers.
El mito de la fría y avara Viuda Orwell, basado en la ignorancia, las ideas falsas y las opiniones distorsionadas, había cobrado fuerza por aquel entonces, mientras que la Sonia real parecía haber sido engullida por el Departamento de Ficción.
Este libro trata de desmadejar la verdad antes de que ésta desaparezca por completo. En él, he intentado sajar lo que Michael Holroyd denominó la cutícula de mentiras de la historia, confrontando el misterio central de la vida de Sonia, la relación que la llevó a la muerte y que, desde entonces, tanto ha confundido e intrigado a la gente: su papel como esposa, viuda y única heredera de George Orwell.
Hilary Spurling
París, noviembre de 2001