Precio y stock a confirmar
Ed. Producciones Editoriales, Barcelona, año 1975. Tapa dura con sobrecubierta. Tamaño 20 x 14 cm. Estado: Excelente. Cantidad de páginas: 215
Avanzaban los blindados alemanes por la llanura rusa. Eran los monstruos más poderosos del mundo, los «Panzerkampfwagen» de los tipos Mark-2 y Mark-3. Todavía no habían surgido ante ellos sus temibles enemigos, los famosos T-34, más modernos y mejor armados que los carros de asalto germanos. Moscú estaba cerca. Las llanuras heladas permitían aún el avance de los monstruos de acero. Nadie podía prever que el hielo terminaría por frenar la marcha de las columnas blindadas.
Eran tiempos de triunfo. El mundo entero esperaba, de un momento a otro, la noticia de la caída de Moscú en manos alemanas. En los grandes rotativos de las naciones más grandes, los titulares estaban ya preparados, y en las calles de todas las ciudades, la gente murmuraba con plena convicción de no equivocarse:
—Moscú está a punto de caer…
De repente, en las puntas de lanza de los «Panzers», en aquellas rápidas patrullas de los ejércitos blindados, uno de los cuales mandaba el famoso Guderian, el padre de los tanques, ocurrió algo increíble. Una mañana helada, los tanquistas alemanes vieron correr hacia sus máquinas a rápidos perros, a los que tomaron por animales salvajes, quizás huidos de los poblados, hambrientos y desesperados.
Pero aquellos animales, como si estuviesen dirigidos por un poder invisible, se dirigieron, cada uno de ellos, hacia un blindado, bajo el que penetraron de forma auténticamente disciplinada. Momentos después, seis tanques saltaban por los aires, ya que seis eran los perros que habían aparecido sobre la tierra helada. A partir de aquel instante, los blindados alemanes hubieron de preocuparse de un nuevo enemigo, más terrible que los cañones anticarro, más que los especialistas rusos en el ataque a los blindados, más que las minas ocultas bajo la tierra. ¡LOS PERROS ANTITANQUE!
Salidos de los laboratorios del famoso Instituto Pavlov, educados en el sistema de «reflejos condicionados», se les enseñaba a comer bajo tanques especialmente preparados para ello. Sobre los lomos llevaban una fuerte carga explosiva de la que emergía una antena que producía la explosión cuando su extremo rozaba con el blindaje inferior del carro de asalto.