Ed. Nueva Nicaragua, año 1985. Tamaño 20,5 x 12,5 cm. Para las 36 ilustraciones de este libro fueron empleadas fotos de los siguientes fotógrafos: Marcus Werners, Will McBride, Elliott Erwitt, Klaus Goergen, Philippe Halsman, Bob Henriques, Wolf Krabel, Marcel Minnée, Anno Wilms, Magnum Photos, Transglobe Agency. Ejemplar autografiado por el autor. Usado excelente, 64 págs.
«Marilyn Monroe tiene ahora 23 años de muerta. Vivió desde 1926 hasta 1962 y un día cualquiera tomó una sobredosis de pastillas para dormir. El poema de Cardenal nos la muestra muerta con su mano junto al teléfono. Ella fue una de las más célebres actrices; casi todo el mundo conoce su rostro, convertido en una especie de mito. El arte pop de Andy Warhol utilizó este rostro e hizo de él un famoso cuadro en el que el rostro se repite una y otra vez: un múltiple, un rostro del que se puede disponer multitud de veces. Este empleo del rostro de una de las mujeres más bellas del mundo nos remite a algo que es también el tema de la oración de Ernesto Cardenal: tal como su rostro llegó a convertirse en algo comprable y aprovechable, también toda la vida de Marilyn Monroe se había tornado en algo disponible y aprovechable y quizás podría decirse que este círculo consumista, en el que todos vivimos, fue lo que provocó su muerte.
Ella no quería seguir siendo la empleadita de tienda y no soportaba «lo normal» —vender cosas—. Cuando ya no era esa empleadita, se convirtió toda ella en algo vendible. Su camino, que debía sacarla de esa monotonía de la cotidianidad, de esa vida estúpida y sin sentido, la llevó á una vida aún más estúpida, monótona y sin sentido. En otras palabras: la meta de su vida era vivir sin tener que vender. La productora cinematográfica, la 20th Century Fox, simboliza el culto consumista. Cuando la joven actriz entra en el mundo del cine, empieza a ser constantemente manipulada: ya no puede llevar el peinado que a ella le gusta, se le cambia el color del pelo, y el diseño de sus ojos se modifica mediante el maquillaje o incluso la cirugía; ya no puede usar la moda como una expresión de sí misma, ni ponerse la ropa que ella quiere sino la que el manager le impone. Tiene que convertirse en el tipo de mujer que quieren que interprete. Le enseñan a modular la voz, que ya no será más la suya propia. Y nunca más estará sola: siempre le acompañará su agente de prensa, quien le dice lo que debe o no debe hacer. Tiene que firmar autógrafos, ser amable, asistir a aburridas reuniones. En resumen, la obligan a desempeñar un papel más estereotipado que aquél del que quería huir.
El poema de Cardenal habla de como sufrió con esa situación. Habla de la tristeza que sintió Marilyn Monroe por no ser santa. La tristeza de no ser santa…extraña frase. Podemos entenderla así: ella quería hacer algo en forma total o quería algo en forma total. Dicho de otra manera: no quería tener que vender, quería vivir sin vender, vivir sencillamente. Vivir. Fue esta unicidad la que buscó en su trayectoria, una trayectoria fulgurante que partió prácticamente del arroyo, del barrio pobre en el que nació como hija ilegítima, en un ambiente donde es posible hasta que se viole a una niña. Esta trayectoria, que la llevaría a las más espléndidas cumbres (que el poema describe como una recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor, máxima expresión de la riqueza y del buen vivir), no le valió para nada y la hizo caer en una depresión aún más profunda. Sabemos que sus depresiones se hicieron cada vez más frecuentes, que Marilyn se volvió cada vez más difícil en sus relaciones con la gente, cada vez mas extraña e impuntual. Al final, ya casi no era posible rodar una película con ella. Y entonces tomó las pastillas…».
Dorothee Sölle